Borrar
María Morió, bisnieta de Antonio Ríos, ejecutado a los 32 años en Paterna. Santi Donaire

Qué dicen las fosas comunes cuando hablan

Entre 1939 y 1956 fueron ejecutadas 2.238 personas en Paterna (Valencia) y enterradas en tumbas sin nombre. El fotógrafo Santi Donaire documentó durante siete años las exhumaciones y publica ahora el libro 'Punto ciego'

Lunes, 26 de mayo 2025, 00:02

Unos pantalones raídos y sucios, enterrados durante 45 años en una tumba multitudinaria y anónima de nueve metros cuadrados y más de seis metros de profundidad, quedan de Miguel Galán Domingo, el «individuo 83» de la «fosa 128», donde se «enterraron sacas de personas» durante seis meses. Sucedió en Paterna, Valencia, en la posguerra española. Bien entrado el siglo XXI se realizaron los trabajos de exhumación de un total de 2.238 personas asesinadas. Con Galán estaban otras 106 de las que «sólo se ha podido identificar a doce». Más allá de su nombre y edad, se logró recuperar un pedazo de historia callada hasta ahora. Una tarea realizada por ArqueoAntro y documentada durante siete años por el fotógrafo Santi Donaire (Jaén, 1988), interesado en el destino de los represaliados desde que estuvo en la última búsqueda de Federico García Lorca en 2016. Al año siguiente acompañó a los arqueólogos y forenses al cementerio de Paterna, «donde había casi cien fosas comunes, que albergaban entre diez y 300 personas de media, todas asesinadas en el periodo posbélico, entre 1939 y 1956», sostiene Donaire, que publica el fotolibro 'Punto ciego' (editorial Phree) con una selección de las «miles» de imágenes que hizo en unas 70 visitas a la zona hasta que finalizaron los trabajos en las grandes fosas.

«En la guerra fueron ejecuciones extraoficiales, pero en la dictadura era pena de muerte con todo el aparato del Estado contra opositores, y los enterraban en una fosa comunal en el caso de Paterna. Desde los que apoyaron a la república hasta los maquis, que combatieron hasta los años sesenta», afirma Donaire, que estuvo en contacto con los familiares de aquellos ejecutados. «No sólo me interesaron las imágenes de terror que escupía la tierra, sino la familia que había siempre alrededor. Era la demostración de que esto está vivo y la apertura de la fosa era una especie de terapia colectiva para hacer el velatorio que les prohibieron hace 80 años. Al acercarme a ellos me permitieron escucharles y conocer los objetos y fotos que guardaban de sus seres queridos. Entrar a ese espacio más íntimo».

El presente

Entre las fotografías reunidas en 'Punto ciego' están los retratos de María Morió, bisnieta de Antonio Ríos, «asesinado a la edad de 32 años»; Iker García, tataranieto de Pedro Mayor; Raquel Ripoll, nieta de Nicasio Ripoll; Laura Martín, bisnieta de Pedro Simón; Flora Caballero, hermana de Bernardo; o Juan Luis Palomares, hijo que lleva el mismo nombre del padre. Todos sosteniendo, a su vez, el retrato de aquellos que permanecían en un hoyo sin señas. «Damos por hecho que después de tanto dolor tiene que venir el odio y la venganza, pero no. Lo que querían era justicia. Entrevisté a más de cien personas y siempre les preguntaba si estaban dispuestas a perdonar, y respondían que sí, pero que primero necesitaban que se hiciera justicia, que se reconociera lo sucedido», asegura Donaire, cuyo abuelo murió de «tuberculosis en un campo de concentración de Alicante en 1938». «Creo que esta sociedad ha perdonado de facto. La convivencia y lo que hemos avanzado es la mejor demostración de ese perdón».

Pantalones. Individuo 83. Fosa 128. Santi Donaire
Valle de Cuelgamuros (Madrid) Santi Donaire
Trabajo forense en el cementerio de Paterna (Valencia). Santi Donaire
Laboratorio forense Santi Donaire
Familiares enterrando dignamente a la persona asesinada. Cementerio de Alginet (Valencia). Santi Donaire

1 / 5

El título del libro, 'Punto ciego', viene de la «zona oscura con la que no podemos ver» y que el cerebro «rellena con lo que le llega del entorno que lo rodea». En este caso de las fosas comunes del pasado bélico reciente se llenó con «una ausencia y con un silencio», según Donaire. «Como joven actual, siento que mi generación está muy huérfana de referentes, y me removía muchísimo estar en un lugar donde cientos de personas estaban como perros, tirados allí sin ninguna dignidad, a pesar de que había familiares que recuerdan perfectamente el momento en que detuvieron a sus padres, madres, hermanos».

Sabían dónde estaban sus ancestros. «Hay registros penitenciarios de sus pasos por las cárceles porque pasaban uno o dos años hasta la sentencia de muerte, actas de los juicios en un tribunal militar, informes forenses y registros cementeriales donde dicen que tal persona tal día en tal fosa fue enterrada. Los de Paterna no eran 'desaparecidos'». ¿Por qué, entonces, sus propias familias no los desenterraron con un pico y una pala para darles sepultura ya en democracia? «Hubo un régimen de terror absoluto y ese miedo ha quedado hasta el día de hoy metido en el adn», reflexiona Donaire. «Ese silencio se rompe al remover la tierra, escuchar los relatos individuales que ahora se hablan en público. Pero queda el silencio judicial. Hay que entender la apertura de las fosas comunes como una cuestión de derechos humanos».

La caja del tiempo

¿Podría representar el caso de Paterna al resto de España? «Sí, no solo por las personas que asesinaron, sino también por lo que sufrieron las familias y sus ganas de saber lo que pasó incluso de maneras clandestinas. Pero también como ejemplo de una alianza de la sociedad civil y las instituciones para hacer las cosas bien hechas ahora. No hace falta conocer Paterna ni tener a una persona asesinada para conocer lo que ha sufrido este país».

No es un libro sobre el pasado. Todas las historias que se cuentan empiezan en el presente, aunque sean los vivos los que rescaten la memoria de sus muertos, «para cerrar este tema y centrarse en el futuro». En la apertura del libro se lee: «Antes de fallecer, Gracia Espí dejó una última voluntad: su nieta, Amelia Hernández, heredaría una caja. Amelia hizo la promesa de no abrirla hasta después de su muerte. Dentro se encontraban los efectos personales de Manuel Baltasar, esposo de Gracia y abuelo de Amelia, fusilado en Paterna». Dentro había fotos, un mechón de pelo y una postal de despedida desde la cárcel de aquél que terminó en una fosa común a los 23 años.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Qué dicen las fosas comunes cuando hablan

Qué dicen las fosas comunes cuando hablan