

Secciones
Servicios
Destacamos
Marga Puig tiene 57 años. Ana Benavent, 27. Son madre e hija, y las hemos sentado frente a frente para que hablen de feminismo. «¿Feminismo? Yo no soy feminista, creo en la igualdad», dice Marga. «Feminismo sí, mientras sea la búsqueda de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres sin caer en el odio», reafirma Ana. ¿Es un problema de denominación? A lo largo de la conversación, Marga y Ana reivindicarán la necesidad de equiparar cuestiones sociales, sobre todo a nivel de conciliación y salarios, dos de las medidas en las que hay un gran consenso entre mujeres.
En otros temas, la diferencia generacional se nota. Y mucho. Han vivido dos realidades distintas, en un país, España, considerado actualmente el tercero más feminista del mundo según la percepción de la población, con algunas sombras, como el retroceso entre los jóvenes de 15 a 29 años en conceptos como la violencia contra la mujer. O el hecho, como reconoce Ana, de que le dé miedo ir sola por la calle si es de noche y un lugar solitario. «Hago como que estoy hablando por el móvil».
Pero empecemos por el principio. ¿Qué propósito tienen estas mujeres en su vida? Empieza Ana, grado en Administración y Dirección de Empresas, dos postgrados en Marketing Digital, buen nivel de inglés. «Quiero lograr mis proyectos personales, que se resumen en tener un buen trabajo, una casa, tiempo para viajar… Luego ya vendrá la familia». Su madre, Marga, es ama de casa, y cuando se casó decidió dejar de trabajar. «Que quede claro que fue una decisión compartida entre mi marido y yo. Que lo hice libremente, así que mi propósito en esta vida ha sido tener una familia en la que estemos todos bien, con dos hijas a las que les hemos podido dar una educación. Y lo he conseguido».
Marga es parte de un colectivo llamado amas de casa que ha ido descendiendo paulatinamente en las últimas décadas, hasta bajar de los tres millones en España, según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa. Mientras, los 'amos de casa' van aumentando, aunque todavía la cifra está diez veces por debajo del porcentaje de mujeres que dedican la mayoría de su tiempo al hogar. «Yo he crecido viendo a mi madre cuidando de nosotras y mi padre trabajando. Él no ha colaborado en las tareas de casa». Marga le replica: «no va a venir de trabajar y que tenga que hacerse la cena, no lo veo justo». Ana tiene pareja, viven juntos y los dos trabajan. «Y los dos colaboramos».
Marga Puig
Ama de casa, 57 años
Según la encuesta de condiciones de vida del INE, ellas dedican todavía más del doble de horas a tareas no remuneradas que los hombres (cuidado de niños, de mayores, tareas domésticas). «He sido taxista, jardinera, cocinera, profesora... Y nunca me he aburrido». asegura Marga. «Mamá, tú has sido perfecta a nivel familiar, pero yo sé que no voy a alcanzar esa perfección porque no podré dedicarme a la familia como lo has hecho tú. Quiero tener tiempo para mi carrera profesional», dice Ana.
No es sólo una cuestión de desarrollarse a nivel profesional. «¿Te podías permitir dejar de trabajar y vivir con un sueldo?», le pregunta Ana a su madre. Ella contesta que sí, que entonces se podía, aunque también cree que ahora los jóvenes son mucho más exigentes, porque quieren viajar, quieren salir, una boda por todo lo alto… Lo que sí es cierto es que para poder comprarse una casa actualmente son necesarios ocho años de salario, mientras que en 1987, año en que el Banco de España comenzó a recoger estos datos, la cifra se reducía a tres años. Por no hablar de la escalada de los precios de los alquileres. Los primeros dos años vivieron en casa de los padres de ella.
A pesar de estar feliz con sus decisiones, Marga reconoce que no quiere que sus hijas repitan su modo de vida. «Les hemos intentado dar la mejor educación para que sean independientes económicamente. No me gustaría que se quedaran en casa».
Ana Benavent
Graduada en ADE, 27 años
Reconoce que antes estaba muy interiorizada la renuncia. Era lo que había que hacer, y no se cuestionaba. Casarse joven y, enseguida, tener hijos. Y dedicarse a la casa. Las mujeres como Ana y su hermana María han estudiado en la universidad, donde representan el 54% del alumnado de las universidades públicas valencianas.
Sin embargo, cuando llegan al mundo profesional, las desigualdades empiezan a notarse sobre todo en los salarios, y ahí las dos coinciden: no es justo que ellas cobren todavía una media de 5.000 euros menos al año que ellos en la Comunitat Valenciana, aunque esa diferencia se haya ido reduciendo poco a poco en los últimos años. «Antes de casarme trabajaba y cobraba menos que un hombre por hacer lo mismo. Y se veía normal», explica Marga. «Deberían existir planes de conciliación para que a la hora de la maternidad no seamos nosotras las que lo paguemos», pide Ana, que a sus 27 años todavía no está pensando en tener hijos.
La edad para ser madre por primera vez se ha ido retrasando en las últimas décadas, de los 25 años en 1975 a los 31 en 2020. «Antes nuestro objetivo cuando nos casábamos era tener hijos enseguida», recuerda Marga, que pasó por el altar a los 26 años. «No te digo mi madre, que lo hizo a los veinte». Ana lo hará con casi 29 años y por lo civil, después de llevar diez años con su pareja. El número de hijos también ha ido disminuyendo en este tiempo hasta una tasa de fecundidad de 1,2 hijos por mujer. En 1975 era de 2,8.
A Ana le da vergüenza hablar delante de su madre de sexo. El pudor sigue existiendo, pero ya no es tabú como antiguamente, cuando ni siquiera se nombraba. «No teníamos la confianza de ahora». Marga reconoce que tanto a ella como a su marido les costó mucho entender que sus hijas pudieran compartir con su novio una habitación en casa.
Marga nunca ha vivido sola. Pasó de hacerlo con sus padres en Caudete de las Fuentes, un pequeño pueblo junto a Utiel, a establecerse con su marido en Torrent tras la boda. «Entonces ni siquiera estaba bien visto que unos novios fueran solos a alguna parte».
Marga Puig
Ama de casa, 57 años
«Piensa que mi madre nunca entendió cómo yo no quise que me preparara el ajuar». Ana pregunta: «¿qué es eso?». Marga ríe, porque ahí está el cambio generacional más profundo. Porque el ajuar era la dote que aportaba la mujer al matrimonio, la ropa de hogar, la cubertería, la vajilla o el menaje; los utensilios que necesitaban las mujeres para ser las amas de casa perfectas. Dos generaciones después, Ana ya no sabe qué es el ajuar.
También hay diferencias en el concepto de amistad, que tienen mucha más importancia en las generaciones más jóvenes. «Yo salgo a cenar con amigas, me voy de viaje con ellas, y mi pareja lo mismo», dice Ana. Marga reconoce que ella sólo ha ido a cenar con su marido, y acaba de llegar del primer viaje en el que él no la ha acompañado en treinta años de matrimonio. «Y era para ver a un familiar».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.