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Colegio infantil Casita de San Eugenio, en Valencia, entre los años 1940 y 50.

150 años para ilustrar a todo un pueblo

España estaba asolada a mediados del XIX, con un 95% de analfabetos, y 1857 inauguró un lento proceso de instrucción que culminó a finales de la década de 1970, con el impulso definitivo a la igualdad de acceso a la educación

Paco Huguet

Sábado, 23 de mayo 2015, 00:26

Segunda mitad del siglo XIX. España es un país eminentemente agrario y prácticamente analfabeto. En 1855 por fin se ve la necesidad y se impulsa el Proyecto de Ley de Instrucción Pública, aprobado por el Gobierno moderado en 1857: la ley Moyano toma el nombre del ministro Claudio Moyano, que incorporó las propuestas progresistas. Todo un hito, el del consenso, pocas veces repetido en la historia legislativa nacional de educación. Comenzaba un proceso de 150 años hasta igualar a España con media Europa.

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Moyano, que da nombre a la famosa cuesta de Madrid entre el Prado y el Retiro en la que se venden libros, creó el ordenamiento del sistema educativo para un país completamente iletrado. Agrupó el Reglamento de 1821 (el primer proyecto de escuelas) y los planes del Duque de Rivas (1836) y Pidal (1845). El político castellano era ministro de Fomento, porque hasta el año 1900 no existió el Ministerio de Instrucción Pública. La competencia estaba en una dirección general que se movía entre Fomento -con los progresistas- y Gracia y Justicia, con los moderados.

En 1840, en la actual Comunitat Valenciana había una alfabetización del 5%, que apenas era del 1% entre las mujeres. Dos décadas después se calcula entre el 7 y el 10%. En 1866, año de fundación de LAS PROVINCIAS, comenzó una tradición muy típica en España: entre ese año y 1903 se aprobaron nada menos que 10 planes de Secundaria diferentes, en lo que fue el origen de esa costumbre tan española de que cada Gobierno saque su propia legislación educativa.

«Todos se empeñaban en legislar sobre la Secundaria, porque quienes iban al instituto eran los que iban a regir el país en el futuro. Eran los que iban a mandar», explica Aurelio González, profesor de Historia de la Pedagogía en la Universidad Católica de Valencia (UCV) y vicepresidente del Colegio de Psicopedagogos.

Entre 1857 y 1901 la escolarización fue obligatoria de los 6 a los 9 años, aunque esto no se cumpliera. Era gratuita «para quien no la pudiera pagar». En ese inicio del siglo XX la edad se elevó a los 12 años, algo que duró hasta 1968, con un decreto que la elevó a los 14, dos años antes de la ley de la EGB de 1970.

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Hasta los 6 años no había casi nada. Únicamente existían las escuelas de párvulos, de 2 a 6 años. La primera en Valencia, el Asilo Egaña, se crea en 1853 en los bajos del actual edificio del Ayuntamiento, en la parte de la calle Arzobispo Mayoral. «Era una institución más benéfica que educativa y asistida por religiosas», comenta María José Llopis, profesora de Didáctica e Innovación Educativa en la UCV y que hizo su tesis sobre la educación de párvulos durante la Restauración.

El objetivo era que los niños no estuvieran por las calles y se les llamaba asilo, porque daban una comida. Para sus madres, muchas se incoporaban a las fábricas, suponía una gran ayuda. En 1855 se creó el de San Vicente Ferrer, en 1856 el de la Gran Asociación, en 1862 la escuela del Príncipe Alfonso (luego San Jerónimo) y en 1863 la del Marqués de Campo.

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El atraso de España en alfabetización lo demuestran las cifras de personas que no sabían leer ni escribir registradas en 1877, con 20 años de vigencia de la Ley Moyano: 82% en Valencia, 83% en Alicante y 84% en Castellón. Las tasas eran muy similares en el resto de España, aunque más elevadas en las zonas más rurales (Andalucía, Galicia, la Mancha.) y más reducidas en las actuales La Rioja y País Vasco.

La alfabetización española fue un trabajo muy arduo. En 1900, todavía era sólo del 47% la escolarización en Primaria. En ese año, sólo el 1% de la población había hecho Bachiller y sólo lo cursaban 44 mujeres en toda España. «Los alumnos eran de las clases medias urbanas más favorecidas, porque sólo había institutos en la capitales de provincia», explica González. Acudir a los centros de secundaria, creados en 1845, suponía toda una odisea en esos tiempos, en los que las distancias eran mucho más largas que ahora.

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1869: la mujer en el Bachillerato

En las universidades del país había 17.000 privilegiados. Hasta el año 1900, sólo 23 mujeres habían logrado licenciarse. Debían solicitar un permiso especial para matricularse y hacer el examen de Grado. La regulación del acceso de las mujeres a la educación superior no llegó hasta 1910, aunque hay constancia de la primera presencia femenina en las universidades en 1872 en Barcelona (María Elena Maseras) y en 1874, con María Dolores Aleu, en Valencia. Las primeras licenciadas en la ciudad, en 1889, fueron Manuela Solís y Concepción Aleixandre, ambas de familias acomodadas.

Precisamente Solís, en 1882, y Aleixandre (1883) fueron dos de las tres primeras mujeres en terminar el Bachillerato en Valencia, junto con Amelia Perales (1882). Hasta 1891 no hubo dos graduadas más: Encarnación Romero, hija de un jornalero del Grao, y María de los Ángeles Thous, según recoge Carles Sirera Miralles en su libro 'Un título para las clases medias. El instituto de bachillerato Lluís Vives de Valencia, 1859-1902'. Las primeras alumnas aceptadas en el instituto provincial fueron, en 1869, Antonia Cusach y Ramona Cubells, pero sólo acabaron dos asignaturas.

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Hasta 1878, cuando se garantizó su derecho a graduarse, no entraron más mujeres: 25 en total entre 1869 y 1885. Entre ellas, dos hijas de Cirilo Amorós. Tras las cinco primeras, y pese a los vaivenes legales, al menos ocho mujeres más lograron terminar la enseñanza media antes de 1914.

El hambre del maestro

Durante todo el siglo XIX las escuelas de Primaria habían dependido de los ayuntamientos; las de Secundaria (en las capitales), de la Diputación y el gobernador civil, y las Universidades, del Gobierno central.

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Es en esos años donde se acuñan el dicho «pasar más hambre que un maestro de escuela, que existe en castellano, valenciano y gallego. No es que no estuvieran bien pagados, es que cobraban tarde», argumenta González, porque dependían de los ayuntamientos. Por eso se extendió la costumbre de hacerles regalos: frutas u otros alimentos, en función de a qué se dedicaran los padres. En 1901, el segundo ministro de Instrucción Pública, el conde de Romanones, consideró que esta práctica no se ajustaba a los tiempos y los maestros pasaron a formar parte del cuerpo de funcionarios del Estado.

El año 1915 se considera clave en la historia de la educación. Por primera vez se daba por erradicado el analfabetismo en un país: Finlandia, que ha llegado hasta hoy, cien años después, como el Estado con el mejor sistema de enseñanza de Europa. Mientras en ese inicio de siglo otras naciones tenían bajas tasas de iletrados (alrededor del 6% en Bélgica), España todavía presentaba graves carencias en la instrucción, según continúa Aurelio González. El país aún tenía un 70% de personas que no sabían leer, la escolarización en Primaria apenas superaba la mitad de los niños (58%) y sólo el 1,47% había accedido al Bachillerato.

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Durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-30) se dio un impulso a la presencia de la mujer en las aulas. El plan del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Eduardo Callejo se marcó entre sus objetivos «que las señoritas cursaran el Bachillerato». Para ello se introdujeron asignaturas-incentivo como mecanografía y francés.

Aunque hoy suene muy anacrónico, era todo un avance, porque durante todo el siglo XIX y en las primeras décadas del XX «a los niños se les enseñaba a leer y escribir y a las niñas sólo a leer. Muchos padres lo pedían así en las escuelas públicas, porque no lo necesitaban». Era una manera de que dejaran antes el colegio para ayudar en casa.

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II República y franquismo

Aunque se considera que la ley Moyano, de tipo integral, estuvo en vigor 113 años, hubo muchos planes (de rango inferior) y normativas que regularon ciertos aspectos en la II República y el Franquismo: Primaria (1945) y Enseñanza Media (1953).

Con un 37% de analfabetismo masculino y un 48% femenino, la II República intentó instaurar una coeducación (mixta) pública, pero aceptando la privada, laica y gratuita.

En el primer bienio (1931-33) se pusieron en marcha las Misiones Pedagógicas, que de la mano de la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos trataron de difundir la cultura en los pueblos de España, en forma de libros y bibliotecas y de cine, en una especie de escuela ambulante. El proyecto, eliminado al finalizar la Guerra Civil, estuvo acompañado por el Plan Quinquenal que pretendía la construcción de 27.000 escuelas. Esta iniciativa fracasó por la falta de dinero, ya que pretendía ser financiada con deuda pública, a pesar del crack del 29.

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En este periodo se intenta mejorar la formación de los maestros, pero en el segundo bienio republicano (1934-36) se produce un retroceso en la educación Primaria mixta.

En 1938, nueva reforma para la Secundaria. Aparece el examen de Estado para obtener el título de Bachiller. Esta prueba, comenta Aurelio González, «tenía altas tasas de suspenso y muchos tardaban años en aprobar. Esto retrajo a muchas familias a la hora de que los hijos estudiaran. Había una especie de psicosis con el examen».

Pero en los 50 se produce «el gran impulso a la Secundaria». En 1953 se aprueba una ley de la Enseñanza Media que divide el Bachillerato en elemental (hasta 14 años) y superior (de 14 a 16), con reválidas pero ya sin el temido examen de Estado. En ese año, el ministro Ruiz-Giménez apuntó en un discurso en Cortes que el 30% de los niños en edad escolar (unos 900.000) seguían sin ir a la escuela y que sólo el 10% de los de más de 9 años cursaban Secundaria.

Un decreto de 1956 por fin permitió la creación de filiales de Bachillerato que dependían de los institutos de las capitales. Alcoy y Requena fueron de las primeras en contar con centros oficiales.

También existían las escuelas de los Patronatos que contaban con enseñanza Secundaria. En el caso de Valencia, el profesor de Historia de la Pedagogía destaca la figura del arzobispo Marcelino Olaechea que dio impulso a los Patronatos de Secundaria, con infraestructuras de la Iglesia y con profesores que eran funcionarios. Este es el origen de la fuerte implantación de los llamados colegios diocesanos en la provincia: más de 60 centros hoy en día.

«En España se lee muy poco»

«Puede afirmarse sin lugar a dudas que en España se lee muy poco, en comparación con los países más desarrollados». La frase sería igual de cierta hoy mismo, 23 de mayo de 2015, pero corresponde a 1969. Es del estudio 'Bases para una política educativa', del ministerio de Educación y Ciencia del valenciano Villar Palasí. Ese documento fraguó la ley General de Educación de 1970.

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Todavía entonces el 5,7% de los mayores de 15 años no sabían leer. La ley de Villar Palasí, además de acabar con el analfabetismo, desarrolló todo el sistema: al margen de la EGB, FP, BUP y COU, supuso la creación de las diplomaturas de tres años (primer ciclo) y de la universidad a distancia (UNED).

Ya preveía el «cultivo» de las lenguas autóctonas y, como detalle, acabó «prohibiendo de forma expresa los castigos físicos y humillantes», agrega Aurelio González. En lo que respecta a la didáctica y la pedagogía, se incorporó cierta modernización al «relativizar la memorística». Aunque no fue eliminada del todo, por ejemplo, desapareció la obligación de aprender el listado de los reyes godos. La ley del 70 preparó el camino que ha llevado a los casi 200.000 universitarios valencianos actuales y a cifras de licenciados por encima de la media europea.

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