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Sábado, 23 de mayo 2015, 00:26
La Universitat de València era en 1865, hace 150 años, muy distinta a como es en la actualidad. Marc Baldó, profesor de Historia Contemporánea, explica que tras el triunfo del liberalismo del primer tercio del siglo XIX, la Universitat tenía estudios superiores incompletos, es decir, ni siquiera se podía terminar una de las carreras que entonces se podían cursar. Había entonces cuatro facultades, las dos profesionales eran las principales y las que más estudiantes tenían: Derecho y Medicina. Dependientes de una y otra, respectivamente, existían las facultades de Filosofía y Letras y Ciencias, donde los estudiantes cursan las asignaturas preparatorias.
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Es más, en los más de 300 años que ya tenía entonces la universidad, que fue creada en abril de 1499, había perdido autonomía.
Si comparamos la actual universidad con la que pervivía hace 150 años, era una institución sumamente elitista. Aquel año tenía unos 750 estudiantes, de los que 290 eran de Derecho, 270 de Medicina, 100 de Ciencias y 90 de Filosofía y Letras, según explica Marc Baldó. Ahora supera los 60.000 alumnos. Y es que entonces los estudiantes pagaban prácticamente el coste de la enseñanza, que gestionaba el Ministerio de Fomento y el presupuesto aportaba discretas cantidades de complemento. Así que por las aulas de la universidad, que entonces se ubicaba en la calle la Nau, solamente paseaban hijos de la burguesía ascendente, profesionales liberales y funcionarios muy cualificados. La mitad, aproximadamente, de los universitarios, eran de la ciudad, y la otra mitad eran prácticamente todos de la provincia. Además, Baldó incide en que la universidad era un espacio masculino. Las primeras mujeres entraron en el último tercio del siglo XIX, al principio de una forma casi testimonial y con numerosas trabas, a pesar del vacío legal.
Régimen carcelario
Los estudiantes eran jurídicamente menores de edad, y estaban sujetos, según las investigaciones de Baldó, a un régimen disciplinario severo que vigilaba su conducta y opiniones. En muchos detalles, como el reloj, las puertas que se abren y cierran, las sanciones por inasistencia hasta la pérdida de curso, o incluso el cepo, se parecían más a un régimen carcelario. Los que tenían mayores inquietudes intelectuales, como Teodoro Llorente, Wenceslao Querol, Félix Pizcueta o más tarde Blasco Ibáñez, Azorín, Rafael Altamira o Pío Baroja, organizaron sociedades literarias como la Estrella, el Liceo o Academias, donde debatían cuestiones de su facultad y temas literarios, políticos y religiosos, lo que acarreaba problemas con el rector o los decanos, que amenazaban con sanciones draconianas y les obligaban a retractarse públicamente de opiniones que cuestionaban la potestad de la religión católica, la monarquía o ideas modernas como las darwinistas.
En realidad no hacía falta siquiera que existieran esas opiniones, cualquier duda de las autoridades sobre los estudiantes ya bastaba para que se les castigara duramente. Célebre es el conflicto que tuvo el poeta Wenceslao Querol, y que le obligó a retractarse.
Sin embargo, según el profesor de historia contemporánea, la mayoría de los alumnos eran conformistas y gustaban más de la tuna, de hacer novatadas de mal gusto a los compañeros u organizar sonoras protestas para adelantar las vacaciones, que les liberaban de un régimen muy severo y una enseñanza memorística, bastante tediosa y poco práctica.
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Pío Baroja, entre otros, ha descrito a este tipo de estudiantes poco cultivados en sus Memorias. Junto a Azorín, Leopoldo Alas, Blasco Ibáñez o Rafael Altamira, también habla de la mediocridad del tipo de enseñanza que se recibía en las aulas.
Los profesores, antes de las reformas liberales, eran predominantemente clérigos, excepto en Medicina. Desde la segunda mitad del siglo XIX estaban perfectamente jerarquizados; había catedráticos 'de entrada', 'ascenso' y 'termino' y estaban numerados por orden de antigüedad en la categoría, pasando de un nivel a otro por concurso de méritos y renovándose cada poco tiempo el escalafón. Las diferencias salariales, según Baldó, eran notorias.
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42 cátedras en Valencia
Además, ser catedrático no era una dedicación exclusiva, sino que se compatibilizaba con el bufete o la clínica, así que la investigación era muy limitada. Había en España unas 400 cátedras dotadas de todas las facultades, y fueron creciendo hasta llegar a las 600 antes de la Guerra Civil. En Valencia, a principios del siglo XX, consolidadas ya todas las facultades, había seis en Filosofía y Letras, ocho en Ciencias, 12 en Derecho y 16 en Medicina.
Así que la gran revolución de la Universitat de València se ha producido en las últimas décadas. Actualmente es la segunda de España que recibe un mayor número de alumnos Erasmus, es la universidad de la Comunitat con un mayor número de estudiantes, la más internacionalizada y la que tiene una mayor oferta de estudios en todas las áreas de conocimiento.
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En los últimos 20 años ha experimentado un acelerado proceso de transformación y crecimiento, sin comparación con etapas anteriores. Ahora es una moderna universidad global, líder en la aplicación de nuevas tecnologías y conectada con las principales redes internacionales científicas y de docencia. Poco tiene que ver con aquella institución que pervivía hace 150 años, y que se parecía mucho más a la que nació tres siglos antes.
El siglo XX vivió además el traslado de las facultades a la avenida Blasco Ibáñez, la ampliación de los estudios hasta alcanzar 63 grados y dobles grados, además de los másteres y títulos de postgrado que se imparten en sus aulas en la actualidad. Hubo que trasladar parte de las facultades a la avenida de Tarongers y el campus de Burjassot y Paterna. También Blasco Ibáñez se quedaba pequeño. La universalización de la enseñanza se ha vivido de lleno en la Universitat de València, cuya última gran adaptación ha sido el Plan Bolonia.
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