Verónica Caravaca Campillo
Miércoles, 8 de abril 2020, 15:19
Soy educadora especialista en la etapa 0-3 años y «disfrutadora» de la vida. Son muchas las horas que dedicamos y nos involucramos inconscientemente en nuestra labor docente. Personalmente, creo que ésta es la disparidad entre ser una profesional mediocre, o marcar la diferencia.
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En muchas de las charlas informales y maravillosas, llegamos a la conclusión de la impetuosa importancia de conocer y así, poder aceptar, la multitud de cambios que se dan en los primeros 6 años de vida. Durante estos años, sucede una verdadera «maratón» en el desarrollo evolutivo del niño/a.
Aumenta velozmente la adquisición de habilidades (motrices, sensoriales, sociales, emocionales y cognitivas), pero debemos tener muy en cuenta, que no sólo existen los cambios típicos de la edad (diferenciados rigurosamente, incluso divididos por meses en los libros de texto), sino también aquellos propios de cada individuo, los más importantes. Por supuesto, tengamos en cuenta también los factores genéticos, y aquellos que nos rodean involuntariamente, culturales y ambientales.
Cuando somos bebés, el funcionamiento del cerebro es más similar y, a medida que vamos creciendo, aumenta al mismo ritmo atroz, las diferencias individuales. Existen momentos, en los que podemos apreciar que un «pequeño/a» (cariñosamente hablando), sufre cambios de humor, rabietas, expresiones no propias en él, terrores nocturnos, etc… y nosotros, como adultos (y me incluyo en todo momento), nos echamos las manos a la cabeza intentando buscar soluciones físicas y materiales que den sentido a todo ese tornado emocional. Pues bien, mi humilde aportación es esta:
Atrevámonos a entrar en el mundo interior del niño, empaticemos con él. De corazón a corazón. Recordemos al niño que llevamos dentro, abracémosle. Su mente, su pensamiento, su memoria, su capacidad de atención, el desarrollo de la personalidad, el brutal progreso de su crecimiento… absorben la seguridad del niño/a, y lo que un día era, armonía interior, al siguiente, crea el caos.
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Por ejemplo, identificar las emociones mediante cuentos infantiles espectaculares que hoy en día existen (www.clubpequeslectores.com), charlar sobre cómo ha ido el día antes de darnos dulcemente las «buenas noches», invitarles a pensar, hablar de las diferentes formas de hacer o imaginar posibles soluciones a problemas, incluso confiar en que pueden combatir y acabar con ese monstruo nocturno que aparece por las noches en su cama.
Nuestra fundamental manera de «acompañar» cualquier proceso de crecimiento, sea cual sea la etapa evolutiva, es aceptando que existen cambios, tomando consciencia de ellos, crear experiencias vitales que encaucen todo ese tornado de sensaciones que, sin duda, marcarán, la historia perosnal y única de cada ser humano.
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Un «acompañamiento emocional», requiere gran sabiduría, y elevadas cantidades de amor por parte de papá/mamá/seño/teacher/abuelita… ante todo, aceptando que nuestro/a bebé, «crece», y va dejando de ser «bebé».
Personalmente, siento un gran orgullo interior porque mi oficio y una de mis pasiones, coinciden. («¿Estado civil? –«¡Educadora!»). Mi misión como educadora es contribuir en el desarrollo de la humanidad. Aportar mi «granito de arena», creando mentalidades respetuosas, con ideas claras, que sepan adaptarse a los múltiples cambios culturales que suceden, y muy creativas («No existen problemas, sino falta de creatividad»).
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Es pura retroalimentación. Al mismo tiempo que se da este «baile de creación de grandes talentos», aprendo mucho, ya que tengo mi propio crecimiento personal, como madre, como educadora y como ser humano «disfrutadora» en este planeta. Gracias Universo.
«Dar voz al niño. Ser los padres que nuestros hijos necesitan». Yvonne Laborda.
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