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Hijo de padres ingenieros. Con una infancia entre piezas de Lego Technic y muchos juegos de mesa. La mente de Andrés Luque Sáiz volaba alto desde que era un niño. También la de su hermano. Ambos cuentan con una evaluación y diagnóstico de altas capacidades. El de Andrés es un ejemplo de éxito encaminado hacia el ajedrez: campeón de España en 2019, cuarto del mundo en Ajedrez rápido y con el prestigioso título de Maestro Fide, hoy en la élite regional desde el Club de Silla.
«Yo creo que en esto hay una parte genética», valora su madre, Verónica Sáiz. Su memoria viaja a los días en los que Andrés aprendió a jugar al ajedrez con la mera observación de movimientos en partidas de mayores. Fue antes de alcanzar los 4 años. «De repente, ¡ya sabía!». Así describe aquellos destellos de intelecto en plena infancia:
«Son conductas que se salen de lo normal. Notas que lo pillan todo muy rápido y hacen cosas sorprendentes que te dejan un poco alucinada. Pero son muy chulas», ensalza la progenitora al recordar esos años.
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El niño Andrés, por ejemplo, quería destripar cosas para desentrañar su mecánica. Era un gran explorador del universo a su alrededor, un pequeño científico sin bata al que le encantaba montar y desmontar, observar el comportamiento de las cosas y saber de qué demonios estaba hecho por dentro cualquier ingenio doméstico.
Sin embargo, Andrés asocia los primeros años de enseñanza escolar a una idea: «aburrimiento». El contraste entre el poder de su mente y lo que se impartía en Infantil y en los primeros años de Primaria era abrumador. Para él todo resultaba de una simpleza agotadora.
Era exasperante y daba igual la asignatura. Su cerebro orbitaba a una velocidad distinta a la de sus compañeros de clase. Y lo mismo sucedía con sus inquietudes personales y curiosidad innata. Sencillamente, estaba en otra tesitura y eso generaba un hastío respecto a los temas habituales de conversación entre sus semejantes en edad biológica.
«Iba mucho más rápido que los otros. Mientras su hermano mayor se adaptaba para intentar pasar desapercibido, Andrés era mucho más expresivo al mostrar su contrariedad», recuerda la madre. «¡Si es que aprendió a leer con tres años!», anota para ilustrar el desajuste.
Las consecuencias no tardaron en aflorar: el prematuro ajedrecista «se dormía en clase, se ponía nervioso desde la etapa de Infantil, no quería ir al colegio...». Así resume el joven aquellos años complicados:
Un psicólogo privado diagnosticó sus altas capacidades con 5 años. En Infantil le ponían tareas más avanzadas. Después inició Primaria en un colegio concertado de Valencia. Y más de lo mismo: «No quiero ir al cole, me duele la barriga...». Tras la valoración de una psicopedagoga, decidieron ascenderle un curso, de 2º a 3º, en Matemáticas y Lengua. Y al acabar 2º pasó directamente a 4º. «Al ser alto no se notaba tanto», bromea Andrés, «pero yo seguía aburriéndome bastante».
No era sólo una cuestión de materias escolares. Lo social también pesaba. «No sintonizaba en absoluto con las conversaciones» de los chavales de su edad. «A mí me gustaba hablar de la naturaleza, de la mecánica de las cosas, pero no les interesaba», describe Andrés.
En medio del desequilibrio, el ajedrez fue una fantástica vía de escape y realización personal. «Sirvió para saciar mis ganas de pensar y encontrar a semejantes en inquietudes». Y lo expresa de este modo:
A Andrés no le interesaba demasiado las asignaturas de letras «salvo el mundo de la sintaxis», donde el lenguaje parecía relacionarse más con las matemáticas. Su amor por los números le llevó a participar en un programa de estimulación del talento matemático y ahí sí disfrutaba con «la lógica, la física, la resolución de problemas...».
También ayudó practicar basket y bádminton, tanto en el colegio como en clubes externos. «El deporte es básico en la educación», apostilla su madre. Y así creció hasta que llegó a la UPV con 17 años, el estudiante más joven en el arranque de Ingeniería Mecánica. «Aquí al fin he encontrado más sintonía con la gente e intereses en común», valora.
Andrés se define hoy como «positivo y con mucho sentido del humor». Su estado de WhatsApp, bajo estas líneas, ilustra muy bien su carácter.
Además, es humilde. «Yo no me considero un genio y creo que la vida hay que tomársela con humor, con o sin altas capacidades». Y tiene ese rasgo típico de quien piensa tanto sobre lo que le apasiona que, a veces, se ausenta un poco de lo cotidiano: «Soy algo despistado, desordenado, olvido nombres...».
Como reflexión final, su madre echa de menos «mejores alternativas para los alumnos con altas capacidades». Considera Verónica que existe «mucho apoyo para los que no alcanzan los mínimos, pero no se han estudiado bien las soluciones para los que están por encima de la media. Habría que explorar opciones más allá de ampliar tareas o la 'patada' arriba de curso».
Mientras, el sueño de Andrés es «acabar la carrera y gestionar algún proyecto, poder hacer algo que sea bueno para las personas». Y en el ajedrez, «seguir disfrutando con los colegas de afición». Jaque mate a los años complicados.
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