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«No estoy enfadado con  la vida. Estoy feliz por  dejarme ver hasta los 42 años»

«No estoy enfadado con la vida. Estoy feliz por dejarme ver hasta los 42 años»

Aitor Francesena Campeón del mundo de surf adaptado

QUICO CHIRINO

Lunes, 3 de agosto 2020, 23:12

Aitor Francesena nació con un glaucoma congénito y con el pronóstico de que, algún día, se quedaría ciego. A los 14 años perdió el ojo derecho y, hace siete, cuando esperaba el tercer trasplante de córnea, una mala caída en el agua le dejó sin visión en el izquierdo. Fundido a negro. Nada más salir del hospital, todavía con los puntos, Aitor volvió a meterse en el mar. Le llaman 'Gallo', porque de pequeñito, en Zarautz -donde todavía vive-, unos punkis le ponían un cuchillo en la garganta y le hacían cantar la gallina. «Que no se ponga que es por 'chulo', porque es lo último que soy», advierte. El pasado mes de marzo, fue a Estados Unidos y se proclamó campeón del mundo de surf adaptado. Al volver, unas fiebres delataron que se había contagiado de coronavirus. Solo en su casa, ni siquiera podía controlarse la temperatura.

-¿Qué se piensa en esos momentos de incertidumbre?

-Nuestro cerebro es tan inteligente que, en situaciones críticas, sabe lidiar con todo lo que viene. Llamaba a mi hija y le decía: 'Un día más, un día menos'. Pero no avanzaba. Estaba sin fuerzas, todo el día sudando; hice una montaña de camisetas. Me hidrataba, comía algo y otra vez a la cama. Después cogí unas fuerzas de la leche. El virus me dejó destrozado, pero ahora estoy de maravilla.

-¿El surf enseña a caerse y a levantarse?

-Nací en un caserío de gente trabajadora y con un glaucoma congénito. Tener ese 'tren' por detrás me ha hecho ser así. Por esa gente con la que crecí, o porque siempre he tenido el 'no' por delante, he sido más luchador. Tenía ganas de conocer mundo, de viajar, porque sabía que algún día dejaría de ver. Y sin el surf no soy feliz. Si no me tomo el traguito de salitre no afronto el día de la misma manera. Todas estas razones me han hecho ser como soy. Positivo, luchador y con unas ganas de vivir de la hostia.

-Su lema es '¡A tope!'. ¿Se puede vivir con la misma intensidad a metro y medio de distancia y con mascarilla?

-Soy superfeliz, y la felicidad me la da el sol, la lluvia, beber agua, entrar al mar, pasear por el monte o mi hija cada vez que me da un beso. Voy a otros países y veo a un tío en cuclillas, sentado contra la pared, con un rastrojo de ramas que hace como que barre. Pasas por la mañana y está barriendo, y pasas por la noche y sigue barriendo en el mismo sitio. Pero le dices 'good afternoon' y te responde con una sonrisa de la leche. Vivimos a un ritmo superpotente, vertiginoso, pero con menos seríamos más felices.

El lenguaje del mar

-Después de lo que ha vivido, ¿uno no le coge manía a la vida?

-¡Qué va! Yo no estoy enfadado con la vida. Estoy feliz porque me haya dejado ver hasta los 42 años. Sinceramente, lo único que me queda por hacer es saltar de un avión e ir a Nías, una isla en Indonesia. Y saltar de un avión sin ver todavía me da más subidón. He hecho todo lo que he querido. Hago snow y la tropa lo flipa. Si me dejas en mitad de una pista, tiro para un lado un rato y después para el otro. Siempre me mantengo en la mitad.

-¿Cómo se ven venir las olas en contra?

-El primer día que entré al agua me di cuenta de que el mar me daba muchas claves. Me dice cómo son las olas. Si voy de frente y la onda pasa de frente, estoy para el norte. Si me giro para la izquierda y me da la ola por el lado derecho, estoy por el oeste. La primera vez que entré me senté en el fondo del mar y no me mareaba. Iba con puntos en el ojo, remé para la orilla, pasó una ola por debajo mío y noté que cogía una curva; la tabla se inclinó. Al día siguiente entré con la información aprendida. Empecé a remar para la orilla, vino una ola y me puse de pie. Oí por el malecón: «¡Yujuuuuu!».

-¿Prefiere tener los pies en el suelo o en el agua?

-Me siento más seguro en el agua. No tengo obstáculos y en la tierra, sí. Surfeo muchas veces de noche y me siento como pez en el agua. Esa tranquilidad me la dan las olas.

-'Gallo' es su sobrenombre. ¿El Congreso de los Diputados le parece un gallinero?

-Tenemos unos políticos malos no, lo siguiente. No piensan en el ciudadano, sino en su culo, en su bolsillo y su bienestar. Y esto te lo he dicho bien, bien, y me gustaría que lo escribieras así. Son muy egoístas.

-¿Quiénes viven en la cresta de la ola?

-Yo (risas). Y la cresta de la ola es el sitio más bonito e increíble, el que más le puede llenar a una persona. Lo que sientes bajando es brutal.

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