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Valencia. Algún momento indeterminado del siglo XIX. Un hombre se levanta por la mañana y tras lavarse la cara, se da cuenta de que tiene que afeitarse. Podría hacerlo en casa, pero tiene un poco de dinero ahorrado y quiere quedar bien. Quizá en el Mercado Central, o en un casino, o en un corral de peleas de gallos, le recomiendan que vaya a la calle Cerrajeros, donde hay un barbero muy bueno. Confiado, el hombre acude. Le llama la atención que en los bajos del edificio hay una pastelería. Piensa que cuando termine podrá comprar algo de comer. Lo que no puede imaginarse es que será él quien acabe dentro de uno de esos pasteles de carne.
La Valencia de finales del siglo XIX se parecía en poco a la ciudad que conocemos ahora. Estaba repleta de callejuelas oscuras e insalubres, sobre todo en el centro, que vistas ahora parecerían un decorado televisivo para una serie sobre mitos y leyendas. Pero para quienes las recorrían día a día, acudían al Mercado Central, buscaban la solaz de los casinos o las transitaban para coger el tranvía, eran los bueyes con los que tenían que arar. Una de esas calles es Cerrajeros, también conocida como Manyans. Está situada entre Derechos y San Fernando. Es una vía pequeña y arrebujada, en la que el sol se cuela entre los edificios para crear un baile de sombras. Además, hasta principios del siglo XIX estaba pared con pared con el cementerio de San Martín. Es, también, el escenario de una historia real que podría haber inspirado una película. Y una obra de teatro.
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La descripción del entorno era importante para ubicar en el espacio lo que un misterioso barbero hizo a decenas de personas a finales del siglo XIX. La historia ha sido rescatada, como otras tantas, por Rafa Solaz, cronista oficioso de la ciudad que, además, regenta una librería en la calle de al lado. La historia aparece registrada por Pau Carsí y Gil en su 'Cosas particulares, usos y costumbres de la ciudad de Valencia (1800-1873)'. Literalmente, la anotación de Carsí y Gil dice: «En la calle de Cerrajeros, entrando por la de San Vicente a la derecha sobre la mitad de la calle, hay como un corral que tiene puerta a la calle, entrando por allí se sale a una taberna que hay en la de la Pellería, que todo forma una casa. Encima de esta puerta del corral hay tres cabezas de hombre, de piedra, de las que se cuenta que en otros tiempos había una barbería y que a los que entraban a afeitarse los mataban y los robaban y otros añaden que en la otra casa, había una pastelería y metían en los pasteles parte de la carne humana de los que mataban. Esto fue un hecho verdadero».
El lector aficionado al cine y a los musicales habrá reconocido, casi palabra por palabra, la leyenda de Sweeney Todd, un personaje ficticio del Londres victoriano del siglo XIX. Con todo, la historia inglesa es anterior: apareció por primera vez en 1846 (Carsí y Gil escribió su crónica entre 1870 y 1873). De Sweeney Todd se han hecho películas (una en 1936 y otra en 2006 protagonizada por Johnny Depp y Helena Bonham Carter), un musical de Stephen Sondheim que triunfó en Broadway en los 80 y una obra de teatro de Christopher Bond.
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La veracidad de cualquiera de las dos leyendas parece difícil de probar. Eso sí, de la valenciana hay registros documentales y podría haber sucedido en el primer tercio del siglo XIX, aunque Carsí y Gil no fechaba sus anotaciones. Tampoco se puede comprobar acudiendo in situ a la 'casa de las tres cabezas', porque ha desaparecido producto de las constantes remodelaciones urbanísticas del entorno.
De existir, el barbero misterioso de la calle Cerrajeros habría necesitado, sí o sí, algún compinche, un socio que se encargara de retirar los cadáveres y convertirlos en pastel de carne. En la película de principios del siglo XXI, es Helena Bonham Carter la pastelera que despieza los cuerpos que el barbero le deja caer por una trampilla hasta la cocina. ¡Y la pastelería empieza a vender decenas de piezas rellenas de carne humana! Será porque dicen que sabe a pollo.
Además, habría que incluirle en la nómina de asesinos históricos valencianos, aquellos que provocaron un dolor desvanecido por el paso del tiempo que permite convertirlos, sin demasiados remilgos, en figuras de la cultura popular y quitarles de encima, como hace el agua con la suciedad, la pátina de malas personas que surge de sus actos. El barbero diabólico de la calle Manyans, así las cosas, pasaría a compartir espacio con Pilar Prades, la última mujer ajusticiada en España, que a mediados del siglo XX asesinó a una mujer e intentó matar a otras dos mediante el método de envenenar la comida de las casas donde servía. El marido de la última de estas mujeres la descubrió, dado que era médico, y la denunció a la Policía. Prades se negó a aceptar su culpabilidad y fue condenada a muerte. La historia sirvió como inspiración a Luis García Berlanga para la escena final de una de sus obras maestras, la cinta 'El verdugo'.
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