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Médicos, profesores, empresarios. Mayores, jóvenes… Da igual la dedicación, edad o creencias religiosas. Son muchos los valencianos que guardan en su memoria vivencias personales para las que el paso de los años no trae una explicación razonable. Sean o no paranormales (no habrá manera de saberlo), sean o no proyecciones de su mente, son percepciones que les han marcado.
Estas experiencias forman parte de la fascinación por lo que no comprendemos. Suelen reservarse o se comparten sólo con personas íntimas, con el convencimiento de que otros no les van a creer. Los testigos temen, a menudo, que duden de su veracidad y se cuestione su razonamiento o estado mental.
Por eso hemos buceado entre familias valencianas rescatando vivencias desde el respeto, la honestidad y el anonimato (quien lo prefiere). Eso sí, poniendo el filtro en personas completamente cabales que llevan una vida normal y, sencillamente, no pueden encajar lo que vivieron.
Esta vez la experiencia la aporta Belén, una joven valenciana que quedó marcada por un accidente que estuvo a punto de costarle la vida o una lesión. Fue cuando resbaló hasta el borde de una cascada. Pero ni ella ni los que en ese momento le acompañaban logran explicarse qué la sostuvo en el instante más crítico. Sorprendentemente, salió ilesa.
Sucedió en julio de 2013. Yo tenía entonces 13 años. Mis padres son abogados y sólo tenían vacaciones en agosto. Cuando se acababa el periodo escolar me solían mandar a campamentos con una buena amiga. Y nos fuimos a Esterri d'Àneu, un pueblo en el Pirineo de Lleida donde además de clases de inglés ofrecían excursiones multiaventura.
Nos fuimos a hacer un ascenso del río. Ninguno de los adolescentes llevábamos casco u otra protección. Sólo el bañador debajo de la ropa por si nos mojábamos. Mientras recorríamos el camino que remonta el río me resbalé y caí por una cascada de unos cuatro metros bastante pronunciada.
No sé cuánto tiempo estuve allí atrapada o qué me sostuvo. Aparentemente, y que recuerde, no me sujeté. La gravedad y la corriente deberían haberme empujado hasta el fondo y mi ropa no presentaba enganchones.
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El gran chorro de agua me impedía ver y respirar. No sé si lo que me pasó fue una de esas experiencias cercanas a la muerte. O si lo que vi fue fruto de quedarme sin aire. Pero recuerdo una visión muy clara: iba por un túnel, en coche. Con mis padres y mi 'yayi'. Veía una luz a lo lejos. Estábamos a punto de estrellarnos. Pero antes de colapsar vi muy claramente a mis padres llorando mi pérdida, destrozados. Parecía como si fragmentos de tiempo, pasado y futuro probable, se entremezclaran. Luego, la imagen de mi abuela apareció en mi mente y escuché o creí escuchar:
-Belén, aguanta.
En ese instante un compañero logró estirar las mangas de mi camiseta blanca y sacarme de la cascada. No había monitores en el tramo en que nos encontrábamos. Era un chico de mi edad del cual no recuerdo el nombre pero sí que se apodaba 'Mechero'. Él me salvó.
Después me reanimaron. Tuvieron que comprimirme el pecho hasta que escupí todo el agua. Más tarde, todos me hicieron la misma pregunta:
-¿Cómo te sujetaste?
Al principio casi no podían verme. El chico me dijo que estuvo a punto de caerme encima de las rocas que había al final de la cascada. Tuvo que agacharse mientras otro amigo lo sujetaba de las piernas para poder salvarme. Nunca supe contestar. No sé cómo me libré de una caída que, seguramente, hubiera sido mortal en caso de un impacto sin casco.
A día de hoy sigo sin saber cómo aquél no fue mi último día de vida. Ni mis compañeros, ni mis padres ni yo nos explicamos hoy cómo me salvé de aquello y no caí por la cascada.
Mi abuela no solía llamarme. No nos dejaban usar los teléfonos en el campamento. El mío estaba en la habitación. Era un Nokia rosa deslizable. De los que aún no tenían la función táctil. Y tenía una llamada perdida suya. Simplemente quería preguntar si estaba bien y cuando llamó aún no sabía lo del accidente en la cascada.
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