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Médicos, profesores, empresarios. Mayores, jóvenes… Da igual la dedicación, edad o creencias religiosas. Son muchos los valencianos que guardan en su memoria vivencias personales para las que el paso de los años no trae una explicación razonable. Sean o no paranormales (no habrá manera de saberlo), sean o no proyecciones de su mente, son percepciones que les han marcado.
Estas experiencias forman parte de la fascinación por lo que no comprendemos. Suelen reservarse o se comparten sólo con personas íntimas, con el convencimiento de que otros no les van a creer. Los testigos temen, a menudo, que duden de su veracidad y se cuestione su razonamiento o estado mental.
Por eso hemos buceado entre familias valencianas rescatando vivencias desde el respeto, la honestidad y el anonimato (quien lo prefiere). Eso sí, poniendo el filtro en personas completamente cabales que llevan una vida normal y, sencillamente, no pueden encajar lo que vivieron.
En esta ocasión Antonio nos trae una vivencia que de nuevo parece relacionada con una capacidad mental poco frecuente, la autohipnosis, y con el mundo de las percepciones. Su pareja notó su presencia sin él estar físicamente en el lugar. Esta es la historia en primera persona.
Sucedió a principios de los ochenta. Siempre me ha fascinado la telepatía y las cuestiones relacionadas con el poder de la mente. Yo solía hacer ejercicio de autohipnosis y relajación todas las noches en mi casa de Valencia.
Durante un tiempo, realizaba una actividad: colocar un cigarrillo encendido encima de la puerta, en el borde superior. De ese modo todo el cuarto se quedaba a oscuras y se veía únicamente la luz de brasa. Eso me ayudaba a concentrarme al máximo en ese solitario punto iluminado.
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Aquel día, como los otros, estaba solo en mi habitación. Fue después de cenar, pasada la medianoche. En ese instante me propuse intentar algo: despertar mentalmente a mi novia (hoy mi mujer) que en esa época vivía en otro punto de Valencia, en otro barrio. No fue eso que llaman viaje astral. Yo simplemente focalicé toda mi concentración en la luz del cigarrillo y en una idea: despertarla. Y a ver qué sucedía…
Al día siguiente, al terminar nuestros trabajos, nos encontramos un rato. Yo fui a recogerla a su puesto. Nada más coincidir, sin yo decirle nada, ella me dijo:
-Oye, ¿qué has hecho que me has despertado esta noche?
En ese instante sentí curiosidad y satisfacción. Ella había notado de alguna manera mi presencia sin estar físicamente allí. Ella no sabía que yo estaba practicando este tipo de ejercicios de concentración. No se lo había dicho hasta la fecha. Y entonces se lo conté.
Al final dejé de desarrollar esta práctica mental por prudencia, pues algunos días me asusté. Sentía que me despertaba con la respiración muy agitada y el ritmo cardíaco bastante acelerado.
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