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Cualquiera que conozca a Francis Montesinos, el más universal de los diseñadores de moda que surgieron el pasado siglo en Valencia, sabe que es una persona tremendamente generosa. Un genio que ha estado en lo más alto y también se ha quedado, varias veces ... a lo largo de su vida, «con una mano delante y otra detrás». Que ha pisado las pasarelas y los juzgados, que ha vestido a celebrities y ha tenido que bajar la persiana por falta de clientas. Que ahora ha tenido que sufrir un asalto en ese refugio de Llíria adonde escapó tras vivir en Santa Bárbara. «Aquella casa estaba siempre llena de gente», recordaba en una entrevista a LAS PROVINCIAS.
Este 2022 anda celebrando el 50 aniversario de la inauguración de su primera tienda de moda en Valencia, en el mismo edificio donde nació en la calle Caballeros, y que se convirtió en un soplo de aire fresco en una ciudad que todavía no había salido de la autarquía. «A Nacho Duato lo trajo su madre, que le dijo que le llevaría a un sitio donde la gente era como él», bromeaba Francis Montesinos en una entrevista. Mientras prepara este año los distintos actos de un aniversario tan especial ha ido arrastrando algunos problemas de salud. El verano pasado sufrió una diverculitis, que no le impidió asistir triunfal a su reconocimiento como hijo predilecto de la ciudad de Valencia.
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No tiene miedo el diseñador a la muerte porque «he vivido tan intensamente que nunca imaginé que viviría más allá de los cincuenta», así que superados los setenta lo único que le ha preocupado es el sufrimiento. Y no sólo físico, también emocional. Siempre se ha reconocido una persona muy sensible y confiada, que se ha llevado grandes disgustos por esa tremenda generosidad. «Me ha fallado mucha gente», explicaba en una entrevista, y se refería a uno de los temas que más le han dolido en su vida, una acusación de abuso de menores que quedó archivado. A pesar de ello, sigue siendo una persona tremendamente desprendida -en su casa no es extraño ver a varias personas por allí, a las que ayuda con trabajos esporádicos-, y que al mismo tiempo ha ido reduciendo su grupo íntimo de amigos, entre ellos Paola Dominguín -«viene a comer casi todos los domingos»- o Nacho Duato. Que prefiere su retiro buscado en Llíria, en una casa que ha ido moldeando a su gusto, y donde dedica una gran parte de su tiempo a cuidar de las plantas. «Soy la persona más feliz del mundo regando». Al mismo tiempo, rememora a quien le quiera escuchar con algo de nostalgia toda una trayectoria que ha ido colgando en las paredes de un salón que parece un museo.
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Su gran legado ha sido universalizar su concepto de ser mediterráneo y hacer visible al mundo el folklore y las raíces valencianas desde un punto de vista transgresor. Sus diseños han sido aplaudidos dentro y fuera de España, y han permitido restarle complejos a la identidad valenciana. Todavía hoy tiene acuerdos con varias empresas para que su nombre esté en un vino o unas sábanas. «Saco más de las licencias que de mi trabajo como tendero». En el jardín de su casa, el patrón de Llíria, un san Miguel con falda (el toque Francis) y un Mercedes 180 de la época en que frecuentaba Spook. Un genio lleno de contradicciones.
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