«No hay futuro»: el descontento con el trabajo de los jóvenes los lanza a las oposiciones
Las personas más interesadas en opositar tienen entre 18 y 34 años (seis de cada diez) y más de la mitad son menores de 24 años
Paloma Chen
Miércoles, 16 de abril 2025
Escribe Alberto Torres Blandina (Valencia, 1976) en su novela autobiográfica 'Jávea' (Candaya, 2021), que «cuando vienes de una familia humilde piensas en obtener la ... beca, piensas en trabajar para coger experiencia, piensas en hacer unas oposiciones o una buena entrevista de trabajo. Y luego, una vez conseguida cierta estabilidad, pues ya veremos. Solo los que saben que a la vuelta lo tendrán fácil se atreven con esas 'locuras'». Se refiere, por ejemplo, a esa gente que se lanza a «dar la vuelta al mundo currando de lo que salga porque sabe que, a la vuelta, la cartera de los papás asumirá su locura juvenil». Hoy muchos jóvenes tampoco se lanzan a emprender esas locuras juveniles, propias de una época de más bonanza y esperanza, sino a un camino que a algunos les podría parecer contrario: sacarse las oposiciones.
La búsqueda de estabilidad económica, la dificultad general que tienen para encontrar trabajo en el sector privado, y la precariedad de las condiciones laborales son algunas de las razones a las que se alude en estudios como 'El peso del opositor en España' de 2024 realizado por OpositaTest, popular plataforma online de preparación de exámenes de oposiciones, a partir de entrevistas a 2.000 personas de entre 18 y 55 años a nivel nacional. El análisis arroja que las personas más interesadas en opositar tienen entre 18 y 34 años (6 de cada 10) y más de la mitad tienen menos de 24 años. Si ampliamos la muestra a los 55 años, encontramos que 2 de cada 10 españoles se plantea hacerlo.
En su 'Observatorio del Opositor' de este año 2025, realizado a 2.173 personas de más de 18 años registradas en la web de OpositaTest, se confirma que el 80%, independientemente de su edad, eligen opositar como garantía de estabilidad laboral. Solo el 13% lo hace con una motivación vocacional y, aún menos, un 7%, por el salario.
Jose B., residente en Catarroja, tiene 31 años y su vida ha profesional «ha consistido, fundamentalmente, en desempeñar funciones en el sector público como funcionario interino». Cuando empezó la carrera en Ciencias Políticas y de la Administración Pública, no tenía en mente opositar ni tenía ningún referente previo en su familia en ese campo: «Fue más improvisado de lo que podría parecer. En mi cuarto de carrera nació mi hijo mayor. Estaba trabajando en la gestoría fiscal y contable de mis ex suegros. Fueron pasando los meses y tanto mi ex mujer como yo empezamos a opositar. El principal motivo era la estabilidad y el dinero».
Otro estudio de este año de MasterD, centro de formación a distancia y de preparación de oposiciones a nivel nacional, describe así el perfil del opositor medio, basándose en encuestas telefónicas a sus más 100.000 alumnos: mujer de 30 años que compagina el estudio de la oposición con un trabajo a tiempo completo. Si combinamos este perfil con otros de los datos del estudio 'El peso del opositor en España' (solo 1 de cada 4 personas con intención de opositar considera que tiene un bienestar mental alto, el 89% está estresado en su situación laboral actual, y un 69% siente que su trabajo no está reconocido y que no puede conciliar vida personal y laboral) tenemos una imagen cada vez más grabada en el imaginario colectivo: la del treintañero y treintañera descontentos con su trabajo.
Cristina L., de Valencia, acaba de cumplir 30, y planea dejar a finales de año su trabajo a jornada completa para poder dedicar más tiempo a estudiar las oposiciones. Nunca fue su plan original. Cuando finalizó la carrera de Farmacia y comenzó a trabajar en una oficina de farmacia, estaba centrada en adquirir nuevos conocimientos y experiencia profesional, «y estaba abierta a salidas tanto en el sector público como privado. Pero con el paso de los años y viendo cómo afectaban a mi vida personal unos horarios laborales cambiantes e intensivos, comenzó a ser una idea cada vez más presente». Para Cristina, «un punto de inflexión fue ver la poca predisposición que hay en la empresa privada de facilitar la conciliación familiar y el cuidado de menores y personas dependientes».
Noticia relacionada
La soledad del opositor: poca vida social a cambio de un futuro estable
¿Nos ha contentado el trabajo alguna vez?
La figura de treintañera descontenta con el mundo laboral se ha visto reflejada en los últimos años en varias obras literarias destacadas. Desde su mismo título, por ejemplo, tenemos 'El descontento' (Temas de Hoy, 2023), de Beatriz Serrano (Madrid, 1989, periodista y escritora que creció en Alfafar), un bombazo que se sigue colando en los top venta de las librerías. Aún es una obra relevante por, entre otros motivos, que nos podemos ver reflejadas en Marisa, «una mujer en la treintena que vive anestesiada mediante orfidales y vídeos de Youtube para soportar las rutinas y pesares de su día a día en una agencia de publicidad». Para esta novela, Serrano partió de vivencias cercanas a su realidad, como la de dejar de ver el trabajo, igual que gran parte de los millennials y los zetas, como algo aspiracional e identitario.
En una entrevista a Serrano sobre la novela, un diario nacional destacaba de sus declaraciones que «ahora fantaseamos con ser funcionarios». Serrano aclara para Las Provincias: «Me refiero a encontrar cierta garantía de estabilidad, a poder hacer planes a largo plazo y a tener ciertas certezas sobre qué será de nosotros mañana. Ser funcionario tampoco es la panacea. Los trabajadores sanitarios, por ejemplo, están dando cuenta de ello con manifestaciones para mejorar sus condiciones. Pero creo que el funcionariado marca un camino a seguir en el que puedes vislumbrar cómo será el final del proceso». Añade que muchas personas «jóvenes y no tan jóvenes se han desencantado con la idea de vocación cuando esta, dentro de unas lógicas neoliberales, termina siendo sinónimo de explotación e incluso de autoexplotación».
Otra treintañera, descontenta en su momento, que sí comenzó a trabajar para la administración pública pero que ahora plantea una visión bastante crítica de ella, fue Sara Mesa (Madrid, 1976), que en el mismo título de su nueva novela 'Oposición' (Anagrama, 2025), se refiere tanto a las oposiciones en sí como a la rebeldía de su heroína, Sada, a lo largo de la historia. En ella, encontramos una escena en que la funcionaria Beni anima a Sada, que acaba de llegar como interina, a opositar, pues lo de «ahí fuera» es duro e inestable: «Yo se lo digo a la gente que aprecio, dijo, por eso también te lo digo a ti, que lo importante en el trabajo es la seguridad». Beni también aconseja: «Cuando se es joven es el mejor momento para opositar». La voz narradora está «cada vez más desencantada», como dice la contracubierta del libro, porque sus expectativas e ilusiones laborales no son posibles en esa oficina. No obstante, con sus acciones, Sada llegará a destapar lo escandalosamente absurdas que son algunas de las cosas que suceden. «Aún no he terminado», dice la protagonista, siempre alerta. Encuentra un margen, pues, por pequeño que sea, de rebelión, disidencia, y oposición.
Antes de tener su puesto actual, Jose B. intentó sacarse plaza como Técnico de Hacienda: «Al principio, estaba muy ilusionado. Pero el tiempo pasa y las ganas se esfuman, mientras vas cerciorándote de que pierdes ánimos, que te comparas con los demás, que no llegas adonde deberías. Bajé de nivel: seguí intentando entrar en la todopoderosa Agencia Tributaria, pero en la escala de Agente. Al final, me cansé también de esa oposición por la monotonía y la frustración. Tuve un segundo hijo y, como quería estudiar algo que de verdad me gustara, empecé Geografía e Historia en la UNED. Fue demasiado y abandoné. Llegué a pesar 105 kilos y a quedarme calvo».

A pesar de que su salud se estaba resintiendo, no dejó de opositar: «Redirigí mis esfuerzos hacia los ayuntamientos. Tras aprobar todos los ejercicios de una bolsa de empleo, a finales de 2017 entré como funcionario interino en el Ayuntamiento de Valencia». Aunque reconoce que ha aprendido y disfrutado mucho en ese puesto, sobre todo con sus ex compañeras del Centro de Servicios Sociales del barrio de San Marcelino («la mayoría eran mujeres, maravillosas en lo personal e impecables en lo profesional»), y que «las oposiciones, sean cuales sean, te curten», admite que, si pudiera, no volvería a coger el mismo camino: «Sí me arrepiento. Reflexiono y me doy cuenta de que han pasado muchos años y no estoy en la casilla del tablero que esperaba. No hablo de conseguir la plaza, sino de situación personal y profesional vital. No eres competencia para nadie, no estás formado en nada que demande el mercado, y la tecnificación está lejos de donde tú estás, porque apostaste todas tus buenas cartas a a la baza de funcionario». Se muestra crítico con el discurso que reproduce el personaje de Beni escrito por Sara Mesa: «Te dicen 'oposita, va a ser lo mejor que harás en tu vida. Merece la pena, se cobra muy bien, y es un trabajo fijo'. Es cierto, pero solo una parte ¿Qué pasa si no lo consigues? ¿Qué otra puerta te espera?».
Cristina L. es consciente de ese peligro: «En mi entorno hay varios referentes de personas opositando. Sé que implica sacrificio y esfuerzo, y existe la posibilidad de que no culmine en nada». Sin embargo, como sí conoce casos de personas que han aprobado exitosamente, «he podido valorar también las buenas condiciones laborales que ofrecen este tipo de trabajos». Su objetivo a corto plazo es prepararse las oposiciones con constancia, y a medio plazo, «conseguir una plaza que me permita tener un trabajo más interesante, estable, que me permita conciliar la vida familiar, y con el que sentirme útil en la construcción de una sociedad mejor para la ciudadanía».

Las hijas y los hijos de la crisis
El escritor, columnista y profesor valenciano Alberto Torres Blandina atestigua que, «aunque a mí sí me encanta mi profesión, y llevo ya 20 años con el mismo entusiasmo, desafortunadamente, ser funcionario en general tiene que ver con venir de clase baja y querer salir de ahí». Cuando terminó los estudios universitarios, lo consiguió sacándose las oposiciones con una beca, a pesar de que en esa época ser funcionario no estaba bien valorado entre los jóvenes, que lo veían incompatible con las llamadas vocacionales: «En la novela 'Jávea' hablo bastante de cuando terminé la universidad y solo pensaba en ser profesor de Secundaria. Para mí, sacarse unas oposiciones tenía que ver con no estar ahogado, porque yo he visto penurias en mi casa. Estaba metido en el mundo artístico, tenía amigos que hacían revistas culturales y sí, las sacaban con poco dinero, y bien por ellos, pero tenían el discurso de 'nos hemos arriesgado' cuando, en realidad, lo hacían gracias al capital que les podían dar sus padres».
La escritora y periodista Beatriz Serrano cree que «dentro del marco neoliberal, la imagen del funcionario se ha visto marcada como sinónimo de parásito. A un lado, encontrábamos la figura del triunfador, del hombre hecho a sí mismo, del empresario que arriesga y gana y, al otro, el de la persona que no arriesga y calienta una silla durante ocho horas a costa del Estado». Añade que esa imagen «puede seguir pesando, pero creo que cada vez menos. Ahora vemos a los funcionarios como personas que se han esforzado durante años para tener un trabajo fijo y seguro, o al menos así es como lo veo yo».
Blandina está de acuerdo en que ha habido un cambio muy sintomático respecto al estatus de los funcionarios: «Antes de la crisis de 2008, muchos de mis compañeros me mostraban desprecio porque pensaban que en el funcionariado nunca se iba a ganar pasta, y que yo era un perdedor: ser profesor de instituto tenía poco prestigio y reconocimiento. Pero en los últimos años, nos ha comido el capitalismo, y lo privado ha vivido una degradación absoluta, con mucha inestabilidad, jerarquías rígidas, y sueldos que no paran de bajar, no como los de los funcionarios, que están más estables, y ahora esos antiguos compañeros consideran que somos los funcionarios los que vivimos bien. Pero es cierto que la situación en lo privado hoy es muy salvaje: si ya en 2006 Espido Freire denunciaba la precariedad laboral con ensayos como 'Mileuristas. Retrato de la generación de los mil euros', hoy ya hay gente que dice que con mil euros de salario se conformaría».
Los datos no refutan la visión de Blandina: de acuerdo al estudio de OpositaTest, 7 de cada 10 españoles dejarían un empleo privado por una plaza en el sector público, y 1 de cada 2 considera que opositar es una opción más atractiva que hace 10 años. Así que hoy, incluso los que no toman ese camino, tampoco fruncen el ceño, pues comprenden bien el descontento del que mana. Es el caso de la artista andaluza de familia china Quan Zhou (Algeciras, 1989), que en su novela gráfica 'La Agridolce Vita' (Astiberri, 2023) narra cómo se harta de su vida en Madrid y decide pasar un año de nómada por el mundo. Aunque, como ella misma dice en el cómic, «es adicta a las nóminas a principios de mes», es infeliz porque no le gusta su trabajo de diseñadora gráfica, que le consume casi todas las horas del día y por eso, decide cambiar radicalmente de vida.
Hoy, y desde hace tres años, Zhou es autónoma y se dedica por completo a sus proyectos artísticos y aunque dice que ahora es «mucho más feliz» que entonces, también admite que «es un riesgo económico mucho mayor y que no se pasa bien financieramente», por lo que considera que «es muy normal que siendo hijas de crisis tras crisis tras crisis, querramos la estabilidad que podrían dar unas oposiciones». Ella, no obstante, no las ha considerado nunca: «Creo que en España hay una larga tradición de opositar. A mi alrededor, muchas personas optaban por ser profesores, policías, trabajar en Correos… y ellos mismos eran hijos de funcionarios. Pero en mi caso personal, como parte de una familia migrante china, nuestra relación con la Administración pública era inexistente, así que nunca se me ha pasado por la cabeza. Ahora echo la vista atrás y es que… ¡ni siquiera sabíamos que teníamos ayuda de familia numerosa!».
Vivir el presente, buscar el sentido
Si hablamos de bienestar psicológico, el estudio de OpositaTest concluye que la salud mental es mejor entre quienes no opositan (cerca de un 40% considera que su bienestar mental es muy alto o alto), mientras que los que tienen intención de hacerlo tienen un bienestar mental más bajo (solamente 1 de cada 4 considera que tienen un bienestar mental alto). Además, la mayoría consideran que preparar una oposición es bastante o muy positivo para su desarrollo profesional aunque, al ser preguntados por emociones y sentimientos, afirman que la preparación de los exámenes les genera más incertidumbre y presión que esperanza.
Para Alberto Torres Blandina, el aumento en las cifras de opositores entre los jóvenes tiene que ver con la arrasadora sensación de que «no hay futuro» y de que esa podría ser la única manera de asegurarlo. Pone de ejemplos tendencias culturales y sociales, desde el trap («es un canto totalmente hedonista al presente») al reaccionismo de figuras como Donald Trump o Santiago Abascal («la nostalgia del pasado o el presentismo absoluto»). Precisamente, la novela gráfica de Zhou describe un año nómada lleno de dudas y vulnerabilidad, pero también de placer y alegría a lo carpe diem, que en su vida se ha traducido (de momento) en elegir utilizar el tiempo en aquello que le da sentido: el arte y la creatividad. Y con sus diferencias, tanto Zhou como Blandina (una, trabajadora por cuenta propia; otro, trabajador en lo público) son felices con sus respectivos caminos porque, a pesar de las dificultades, no solo les agrada su trabajo, sino que sienten que son socialmente útiles, sensación que no está presente en todos los trabajos.
Precisamente, en una entrevista para Mercurio sobre su última novela 'Oposición', Sara Mesa habla de que, en un contexto en que «la imagen de los funcionarios es la de privilegiados», se pregunta «qué motiva a las personas a presentarse a una oposición, cuánto hay de decisión vocacional y cuánto de desesperación». Con su escritura, trata de romper el «tabú» de «la infelicidad que produce» un entorno laboral saturado de burocracia, construido sobre «la idea de que el objetivo de todo el mundo es conseguir lo máximo posible con el mínimo esfuerzo». Para la escritora, «la realidad humana es mucho más compleja. Uno puede sentir un gran malestar por la poca consideración que se le da. Por sentirse utilizado y despreciado. Por obligarlo a fingir que todo es normal. Por esa sensación de estafa, no solo con uno mismo sino con los demás».
Con este manifiesto, es fácil leer a Sara Mesa en conjunto con los ensayos de la escritora y académica Remedios Zafra (Córdoba, 1973). En 'El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática' (Anagrama, 2024), reflexiona sobre que la reapropiación de los tiempos para tener una mejor conciliación vital, esa que persiguen muchos jóvenes que estudian las oposiciones, no solo pasa por una reducción de la jornada laboral, sino por una nueva filosofía del trabajo en general, que pase por desburocratizarlo considerablemente.
Además, Zafra observa la tendencia de trabajadores intelectuales y creativos de fantasear con otras vidas posibles, en que su trabajo obligatorio alimenticio está acotado a un horario, no se excede en la flexibilidad impuesta por el teletrabajo y la precariedad, y permite, realmente, dedicar el tiempo libre que sí queda a una pasión creativa: «En las vidas paralelas que proyecto cuando recibo el regalo de pasear por la ciudad, tengo una mercería y un empleo en un convento. Son historias posibles que me ofrecen la tranquilidad de un trabajo sosegado, diferenciado de mi vocación», leemos en su ensayo. Pero a Zafra le parece curioso que en estas otras vidas, nos seguimos identificando como «nosotros» solo si cuando terminamos nuestras tareas laborales nos vamos a nuestra casa a escribir (o a hacer otro tipo de actividad creativa): «Incluso en las opciones más monásticas de esos trabajos imaginarios, no concibo la vida sin la esencial práctica de la escritura, que da sentido a lo que hago». Le da sentido, en parte, porque ayuda a Zafra a reflexionar críticamente sobre lo que, en su trabajo intelectual real, como profesora de universidad, «obstaculiza ese sentido»: todas las tareas basura, mecánicas y precarias que implican la burocratización de todos los trabajos, creciente en los privados, y plenamente asentada en los públicos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.