Fernando vive de sus más de 100 vacas en Cerdillo de Sanabria, una aldea zamorana de seis habitantes, la tierra con más densidad de lobos de Europa. Juan es un pastor trashumante de León que cuida a cientos de ovejas y cabras en Riaño, a la vista de los Picos de Europa. Sofía es guía rural en el parque asturiano de Somiedo, pero es una 'vaqueira de alzada', nacida en una comunidad que desde hace siglos se traslada junto a su ganado entre refugios de invierno y verano, en busca de pastos, por lo que vigiló el rebaño familiar desde los cinco años.
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Los tres rechazan la afirmación más habitual entre los ganaderos extensivos (en libertad) del noroeste español, que el lobo es el enemigo y que la mejor protección para sus reses es matarlo. «Los ganaderos y el lobo pueden coexistir», defienden. Son tres de los 30 ganaderos y pastores de 17 países europeos con los que la organización conservacionista WWF ha hecho un documental –'En tierra de todos'– en el que cuentan en primera persona cómo es posible evitar los ataques a su ganado solo con la adopción de medidas preventivas. Un mensaje que la ONG reclama que escuchen a las autonomías ubicadas al norte del Duero -donde se concentra la mayoría de las 300 manadas censadas de estos depredadores-, para que cambien sus políticas de muerte controlada de lobos e indemnización a los propietarios del ganado masacrado por la subvención y extensión de estas fórmulas preventivas de éxito, que minimizan los ataques y daños y preservan una especie de la que quedan en España unos 2.500 ejemplares. Las fundamentales son cuatro: perros de guarda apropiados, presencia de pastor, vallados modernos -sobre todo para la recogida nocturna-, y preservación del ecosistema, para que no escaseen las presas salvajes.
Fernando lo tiene claro. «El problema es el lobo y la solución los mastines». Su familia perdió 14 vacas en 2012 a manos del depredador. Desde entonces han criado y adiestrado una docena de estos perros para la protección del rebaño en el monte. En 2019 solo perdió un ternero. Los lobos ven imposibles los ataques y se concentran en los animales salvajes. «Si la Administración se portara como se tiene que portar, el lobo no sería un problema», dice mientras recuerda que no le ayudan a sufragar los 6.000 euros al año que le cuesta mantener los perros que le permiten «dormir a pierna suelta».
Juan es de igual opinión. En su etapa de pastor novato el lobo llegó a matarle 121 ovejas en un año. «Con los mastines y mi presencia junto al rebaño todo ha cambiado. No me las volvieron a tocar», comenta en el documental.
Sofía se crió entre el odio al lobo, con el que de niña tuvo muchas pesadillas. Ahora defiende que conservacionistas, políticos y ganaderos se sienten y busquen soluciones sin dogmatismos. «Para mí no sobramos nadie. Quiero que convivamos todos. Ni matar a todos los lobos ni que se acabe la ganadería extensiva«, explica. »Lo ideal –dice– es que los ganaderos estuviesen orgullosos de vivir con lobos» y que, al tiempo, como toda la zona, se beneficiasen del importante turismo rural y dinero que puede generar observar al lobo en su hábitat.
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