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Pablo Yaniz, ayer, en uno de los bancos junto al comedor de Casa Caridad. Damián torres
Historias valencianas

La lucha de Pablo contra el hambre

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Es veterano de Casa Caridad y se ha desvivido ante la crudeza social de la pandemia. «Si no hay empleo estable jamás se logrará erradicar la necesidad»

Miércoles, 23 de junio 2021, 00:55

Esta crisis es más dura que la de 2008. Vamos a peor y cada vez hay más necesitados en Valencia. La gente precisa ayudas directas y urgentes». Las palabras de Luis Miralles, presidente de Casa Caridad, resuenan en la histórica sede de la institución en el Paseo de la Petxina. Mientras, en la puerta, comienza a organizarse, una vez más, el reparto de alimentos que permite subsistir a grandes y pequeños. A los antiguos y a los nuevos hambrientos.

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Como cada año, es el momento de hacer balance de actividad. Y en 2020 la pandemia lo ha cambiado todo en una institución que pone cifras a la onda sísmica social de la crisis económica. El año en que nos sacudió el Covid terminó con la distribución de alimentos a 600 personas por parte de Casa Caridad. Un semestre después son 1.300 las atendidas con esta prioridad. Y otro dato: en todo el año fueron asistidas 2.504 personas. Cuatro de cada diez son mujeres y el 14% menores.

Y este es el nuevo perfil de pobreza surgido en un año en el que el paro ha crecido un 10%, según Miralles: familias con algún miembro en situación de ERTE o sin empleo, autónomos que han visto reducidos sus ingresos drásticamente o personas mayores. «Son personas hasta ahora normalizadas que llegan con mucha vergüenza en busca de ayuda».

En general, percibe la organización benéfica, «ha aumentado la precariedad de las personas que ya estaban en riesgo de exclusión social, cronificando su estado. Y otras que se encontraban en situación estable se sitúan ahora en la delgada línea de caer en un escenario sin hogar».

Y todo ese auxilio en tiempos dramáticos, que está haciendo que cientos de familias no naufragen en sus horas más oscuras, se gesta gracias a personas como Pablo Yaniz. Veterano con 16 años al servicio de la institución. Nacido en Xàtiva, soltero y entregado durante el año pasado para que el engranaje de la caridad no se detuviera a pesar de las restricciones pandémicas.

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«¿Por qué decidí dedicar mi vida a ayudar a los que sufren? En el instituto no tenía muy claro para dónde tirar en la carrera. La psicóloga nos hizo un test a los más indecisos y me salió que mi profesión era reeducador de delincuentes. Busqué lo más parecido y elegí trabajo social».

Su primer paso profesional fue en un albergue de emergencia para personas sin hogar en temporadas de frío. Después, con 23 años, aterrizó en Casa Caridad. Hoy tiene 38 y es el responsable de escuelas infantiles, pero ha pisado todos los terrenos en la institución: educador, seguimiento de comedor social, coordinador de voluntariado...

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En esos 16 años ha visto evolucionar el rostro de la pobreza. «Hoy nos encontramos con personas que hasta ahora no habían tenido necesidad de pedir ayuda a un centro y que proceden de un entorno absolutamente normalizado. Podría ser tu vecino, tu amigo, tu primo, tu hermana...». Son personas «que han sobrevivido muchos años en un nivel medio y actualmente se han visto abocados» al auxilio social.

Ahí fuera, describe, hay «historias de gente que no dejan de sorprendernos, personas que no pueden hacer frente a ningún gasto. Ni alimentación, ni medicinas, ni material escolar...». Pablo ha logrado dominar su mente para no llevarse los dramas a casa. «Nunca lo consigues al cien por cien y en la juventud era mucho más difícil», confiesa.

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Los gobiernos se suceden, de derechas, de izquierdas... Pero la miseria en la calle se queda, ajena a signos y colores. ¿Qué falla? «La clave es el empleo. Si no hay trabajo estable jamás se logrará erradicar la necesidad». Hay personas «que están un tiempo bien, pero han generado muchas deudas y no logran salir adelante». Y pone el acento en una gran bolsa de mujeres que siguen esclavizadas en empleos domésticos y salarios precarios, «víctimas de una economía sumergida».

El momento más duro de la vida profesional de Pablo coincide con la pandemia: «El día que nos comunicaron que cerrábamos los centros escolares y teníamos que teletrabajar». Las complicaciones fueron mayores «con las familias extranjeras, a las que hubo que explicarles todo» y la mayoría, «sin medios telemáticos apropiados» para las nuevas necesidades. Y en medio de todo eso, el alud de despidos y nuevos necesitados.

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Fue preciso cerrar las escuelas infantiles y las tutoras se vieron afectadas por un ERTE. «El confinamiento de niños en familias vulnerables fue especialmente duro», sin soluciones de clases 'online' o actividades adecuadas para su desarrollo. «Los que seguimos trabajando nos dedicamos a imprimirles material que recogían sus familias. Sin nuestra mediación muchos niños no habrían podido seguir con su actividad académica», valora.

Al trabajador de Casa Caridad le preocupa actualmente «las muchas familias necesitadas extranjeras que no pueden acceder a las ayudas públicas» estatales o autonómicas. Pablo no oculta la mochila de padecimiento con la que carga: «El trabajo con familias en situaciones críticas desgasta, especialmente en este tiempo. Hemos tenido temporadas sin descanso, de lunes a domingo». Pero tiene su recompensa. «Como cuando una madre asistida dice 'Pablo me ha salvado la vida'».

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