ANTONIO PANIAGUA
Sábado, 5 de enero 2019, 00:50
En un relicario recubierto de oro que por sus hechuras parece un sarcófago descansan los huesos de los Reyes Magos. Así al menos lo proclama la leyenda. El tesoro religioso se custodia detrás del altar mayor de la catedral de Colonia. A mediados del siglo XIX se abrió el armatoste y aparecieron tres cráneos entre viejas vendas deshilachadas y aromas de resinas. De su estudio se deduce que uno de los difuntos era joven, otro murió en la «virilidad temprana» y el tercero peinaba canas, de acuerdo con la descripción que aportó un testigo. Según la tradición, las calaveras pertenecen a Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero, ¿cómo llegaron a Alemania estas codiciadas piezas? La historia es larga de contar.
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El 23 de julio de 1164 arribó a la ciudad una barcaza con las reliquias de los tres magos de Oriente, las cuales procedían de Milán. Tan importante era el presente que el arzobispo de Colonia hacía a la ciudad que se decidió guardarlo en un depósito suntuoso, acorde con la importancia de las piezas. Medía un metro de alto y dos de largo, estaba bañado en oro y plata y adornado con piedras preciosas. Tardaron en construirlo 40 años. Y para que el edificio que lo alojara no desmereciera del magnífico cofre se levantó un templo apropiado: la catedral de Colonia. Sus promotores no optaron por la vía fácil. La de Colonia es la catedral gótica más grande de Europa septentrional y tardó seis siglos en erigirse. Cuando se terminó en 1880, era el edificio más alto del mundo.
Desde entonces, la ciudad funciona como un poderoso imán que atrae a peregrinos dispuestos a venerar un objeto de culto que a la vez es una joya de la orfebrería, obra del artista francés Nicolás Verdún.
A finales de los años ochenta del siglo pasado los restos mortales fueron analizados, pero los resultados no sirvieron para arrojar mucha luz sobre la identidad de los ocupantes del relicario. Se descubrió entonces que aquellos hombres vestían atuendos de tafetán de seda y de damasco, que datan de una fecha comprendida entre los siglos II y IV después de Cristo. Por su manufactura, los investigadores concluyeron que las vestimentas tienen su origen en la antigua Persia.
La autenticidad de los huesos de Colonia es lo que menos importa a las autoridades religiosas del lugar, que argumentan que la gente visita la catedral no para honrar a los Reyes Magos, sino para adorar a Jesús.
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La tradición, que no la historia, dice que el mérito de la aparición de tales vestigios corresponde a Helena de Bizancio, madre del emperador romano Constantino, el primero que abrazó el cristianismo. Así, en Saba dio con los restos mortales de los hombres que rindieron culto a Jesús. Fue Helena la que llevó las osamentas hasta la catedral de Santa Sofía, en Constantinopla. A la muerte de Constantino, los restos se trasladaron hasta una iglesia de Milán. Entre 1158 y 1162, Federico I Barbarroja reclamó ayuda militar al arzobispo de Colonia en su lucha contra Milán. Dicen que el primero le regaló, como agradecimiento, las reliquias de los magos, que descansarían finalmente en Colonia.
Otros personajes se arrogan también el merecimiento de haber dado con el rastro de los reyes de los que habla la Biblia. Marco Polo, en su escrito 'El libro de las maravillas', asegura que al cruzar Persia tuvo la suerte de contemplar la tumba de los Reyes Magos «en la ciudad de Saba». No obstante, nadie pudo darle más detalles, salvo que eran personajes ilustres y fueron enterrados «en la antigüedad». Según su relato, descansaban «en tres grandes y magníficos sepulcros», rematados por «un templete cuadrado, muy bien labrado». De creer a Marco Polo, los cadáveres se hallaban en un estado inmejorable, «intactos, con sus barbas y cabellos».
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Si se atiende a la narración que procuran los textos sagrados, la historia se enreda aún más. La Biblia no los identifica como «reyes», sino que se limita a llamarlos «sabios de Oriente». Tampoco enumera cuántos son. En la antigua Babilonia, los astrólogos solían desempeñar el papel de asesores sacerdotales, dueños de los secretos de la magia y del firmamento. Mateo se refiere a ellos como 'magoi', es decir, astrónomos, sabios o magos.
Para el historiador y novelista Juan Eslava Galán, «la leyenda ha ido cambiando con el tiempo. Al final se estableció que cada uno de los magos respondiera a una raza distinta: uno latino, otro germánico y un tercero negro. El relato no tiene ninguna consistencia histórica».
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En el Evangelio de Mateo se habla por primera vez de una estrella brillante que guía a los magos desde Oriente «hasta el lugar en que se encontraba el niño (...) donde vieron al niño con María, su madre». Los magos se postraron de rodillas ante el niño Jesús y «le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra».
Las primeras imágenes que se conservan de ellos se remontan al siglo III y surgen ilustrando las catacumbas romanas. En esas escenas el número de magos es cambiante, de modo que unas veces son dos y otras tres o cuatro. En algunas iconografías aparecen hasta doce sabios. Hay que esperar tres siglos más para que se citen los nombres de los protagonistas. En los mosaicos de San Apolinar el Nuevo de Rávena se reproducen los nombres de Balthassar, Melchior y Gaspar. Melchor se representa con los atributos de la juventud; Gaspar, con barba blanca, es un anciano, mientras que Baltasar es recreado con tez blanca. Y es que hasta el gótico no aparece Baltasar pintado con las características propias de la negritud.
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Según el historiador italiano Franco Cardini, autor del libro 'Los Reyes Magos, historia y leyenda', es muy dudoso que los magos de Oriente fueran a Belén a adorar a Jesús a lomos de camellos. Tampoco se alinea con la lógica que los viajeros completaran la travesía desde un lugar indeterminado de Asia a Belén en apenas 13 días. A su entender, todas estas peculiaridades nacieron de interpretaciones teológicas posteriores al Evangelio. Los regalos que ofrendan representan el poder político (oro), la divinidad (el incienso) y la resurrección (la mirra).
A medida que avanzan los tiempos la indumentaria de los magos se torna más austera. Si al principio era vistosa y colorista, como corresponde a oficiantes y sabios de Oriente, con el Románico se despojó de ornamentos. Debió de ser en esa época e incluso antes cuando el gorro frigio se transforma en corona. La estampa de unos nigromantes o brujos venerando al niño Jesús se hace incómoda, de modo que las figuras adquieren una dignidad monárquica, mucho más respetable.
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Algunos expertos consideran que los tres magos representaban las tres zonas del mundo entonces conocidas: Europa, Asia y África. En el siglo V, el papa Leo el Grande dio por válida la idea de los tres magos de Oriente, que encaja con el dogma de la Trinidad.
En 1306 el pintor florentino Giotto di Bondone incorporó al imaginario religioso la estrella fugaz que guió a los inmortales peregrinos. En realidad, lo que dibujó el artista italiano fue el cometa Halley, que aquel año cruzó el cielo de Europa, una circunstancia que conmocionó a las gentes y que se recogió en los escritos de todos los cronistas. Mientras la mayoría de sus contemporáneos interpretaron la aparición del astro como un signo de mal agüero, Giotto invirtió el sentido de las supersticiones. Interpretó el hecho como una noticia digna de júbilo en su cuadro 'La adoración de los Reyes Magos'. Siete siglos después, la noticia es motivo de celebración.
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