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Manuel González Martí (segundo por la derecha), junto a Picasso. LP
González Martí, padre del Museo Nacional de Cerámica

González Martí, padre del Museo Nacional de Cerámica

El 1 de enero de 1877 nació uno de los personajes más relevantes de la cultura valenciana de todo el siglo | Coleccionista infatigable, destacó como caricaturista, editor, ensayista, docente y museólogo

ÓSCAR CALVÉ

VALENCIA.

Lunes, 1 de enero 2018, 14:36

Este lunes es el aniversario del nacimiento de uno de los personajes valencianos más relevantes de la cultura valenciana de todo el siglo XX. Caricaturista, editor, ensayista, docente, coleccionista, museólogo, etc. Manuel González Martí vino al mundo el primer día de 1877, hace 141 años. Su prolífica y longeva vida se apagaría 95 años y tres días después, el 4 de enero de 1972. Las dos efemérides -nacimiento y defunción- invitan a recordar una personalidad preclara como pocas. Entre otros méritos, a González Martí le debemos la conservación de un incalculable patrimonio que, además de variopinto y valioso, es de procedencia eminentemente valenciana.

Entraremos en detalle, pero para presentar la magnitud de nuestro protagonista basta con mencionar el Museo Nacional de Cerámica y de las Artes Suntuarias que con justicia lleva su nombre. Fue González Martí quien donó su incomparable colección para la creación del museo, con la innegociable condición de conservar todos los fondos en Valencia. Ya saben el porqué de la existencia del único Museo Nacional en nuestra ciudad. Museo que hoy dirige Jaume Coll, de cuyos fantásticos estudios en torno al protagonista de esta semana se nutre este humilde reportaje. La institución concebida por González Martí surgió bajo un talante más integrador de todas las artes, siempre con el firme propósito de resaltar los grandes logros culturales de su tierra natal, en muchos casos protagonizados por coetáneos suyos. No en vano, amigos suyos de diversa índole fueron los que continuaron la senda por él abierta, a través de donaciones de importantes legados al museo. Piensen en los más grandes pintores, escultores, escritores o cantantes de la época y acertarán: Blasco Ibáñez o Lucrezia Bori en ámbito valenciano, o Picasso fuera de este, fueron algunos de los ínclitos benefactores.

Manuel González Martí nació en Valencia el primero de enero de 1877, también lunes. Su padre fue Emilio González Pitarch, procurador de los Tribunales de Justicia de Valencia, su madre Vicenta Martí Sanmartín. Manuel acudiría a los mismos centros de primera formación que Vicente Blasco Ibáñez había recorrido una década antes. Primero las Escuelas Pías, luego el Instituto Luis Vives. Su madre falleció cuando contaba pocos años y el padre se volvió a casar, así que Manuel vivía con su padre y su hermana, además de su madrastra y hermanastra. Parece que la disciplina que más le fascinaba era la arquitectura, pero tuvo que decantarse por otra opción ante la imposibilidad de pagarse los citados estudios, sólo ofrecidos en la época en Madrid y Barcelona. Así que estudió Derecho, a la par que se formaba en la Real Academia de San Carlos de Bellas Artes de Valencia. A toro pasado, podría decirse que afortunadamente orientó toda su vida a las Bellas Artes. Comenzaba entonces los primeros pasos de una inquietud cultural que le acompañaría el resto de su existencia. No en vano, con tan sólo 18 años empezó a crear su colección de cerámica, germen del futuro Museo Nacional de Cerámica. Pero mucho tendría que llover hasta alcanzar ese hito.

Entre 1940 y 1955 ejerció como director del Museo de Bellas Artes de Valencia

El primer paso era ganarse el pan, así que desde 1894 trabajó incansablemente en el mundo de las artes gráficas. Sea como editor de revistas propias -vinculadas al humor y al arte- sea como caricaturista en diversas publicaciones. Las caricaturas las realizaba bajo el seudónimo Folchi. La elección de esta firma era todo menos azarosa. Filippo Folchi era un pintor italiano que había conquistado a Elvira de Borbón, infanta carlista, para deshonra de su padre y pábulo de correveidiles del momento. Su mediático seudónimo, y todavía más su saber hacer, le proporcionarían los primeros contactos con otros grandes artistas valencianos nacidos algunos años antes, como Benlliure o Sorolla. Sus ilustraciones obtendrían importantes reconocimientos como la medalla de oro en la Exposición Regional Valenciana de 1909, a la que por cierto prestó algunas de las piezas de su incipiente colección cerámica. Este aspecto delata que con apenas 30 años dispondría de unos fondos más que considerables.

Retrato de Manuel González Martí en el Museo Nacional de Cerámica. LP

Respecto a sus revistas, cabe destacar que alcanzaron un mérito a todas luces hoy inconcebible, pues colaboraron personajes políticamente antagónicos, caso de Teodoro Llorente y Vicente Blasco Ibáñez, además de otros grandes eruditos como Luis Tramoyeres o Jacinto Benavente, por ejemplo. Con todo, o no serían muy grandes los beneficios económicos, o su inquietud cultural le animó a explorar nuevos derroteros, ejerciendo la docencia en diversos centros, como el instituto Luis Vives o la Escuela de Cerámica de Manises. En este período inicia una serie de estudios sobre grandes nombres del arte universal: Leonardo Da Vinci, Joan de Joanes, Durero, Goya, Pinazo, etc. Ensayos que le catapultaron a relevantes cargos como el de Director del Centro de Cultura Valenciana, Director de la citada escuela de Manises o académico de la Real Academia de San Carlos. También formó parte de la asociación cultural Lo Rat Penat (aquella insigne institución orientada a difundir el valor histórico-artístico de las tierras valencianas), ejercitando su dirección en dos períodos entre 1928 y 1930, y 1950-1962.

En 1960 fue nombrado vicepresidente honorario de la Hispanic Society de Nueva York

Así pues, mucho antes de la Guerra Civil -período en el que se refugió en Madrid-, Manuel González Martí era una verdadera eminencia cultural. De hecho, mención especial merece la fascinante colección que, como se ha indicado, fue atesorando desde muy joven, en un período en el que, dicho sea de paso, la legislación patrimonial era más bien laxa. Una colección que fue incrementándose a ritmo vertiginoso, especialmente desde que González Martí se casara con una mujer de similares inquietudes. Amelia Cuñat y Monleón, la nieta del conocido arquitecto Sebastián Monleón, autor de la plaza de toros de Valencia entre otros muchos méritos, fue su esposa. Manuel y Amelia retroalimentaron su pasión por el coleccionismo y décadas antes de la creación del Museo de la Cerámica y Artes Suntuarias, su domicilio particular ya merecería el calificativo de museo.

Ya en los años 20 su domicilio particular era un verdadero 'gabinete de maravillas'

Muy próxima a la plaza Teodoro Llorente, tras la fachada posterior del Palacio del Temple, se halla la calle de los Maestres, denominada calle del Temple hasta 1965. A esta vía, en concreto a un piso del denominado Palacete Barberá, se dirigía la flor y nata de la sociedad valenciana desde los años 20 del pasado siglo para contemplar las increíbles piezas que el matrimonio poseía. Les reconozco mi total asombro, y no lo interpreten con malicia, sino con la ingenuidad de quien suscribe. En 1924 este periódico dedicaba ya un amplio reportaje a González Martí, donde se incluía un apartado dedicado a la colección. Además del núcleo cerámico valenciano, contaba con pinturas renacentistas, de Ribalta, de Pinazo, grabados de Durero, de Goya... En la entrevista que le realizaron, González Martí advertía que ni mucho menos era rico, sino que el coleccionismo era el único vicio del matrimonio, sufragado exclusivamente con su trabajo. Impresionante, en una palabra.

El conflicto bélico menoscabó gran parte del patrimonio que poseía, aunque más tarde se recuperarían muchas piezas. A su regreso a Valencia en 1940, González Martí resucitaba paulatinamente la colección en aquel piso particular y era nombrado director del Museo de Bellas Artes, cargo que ostentaría hasta 1955. En su desempeño, en 1946, supervisó el cambio de sede, del Convento del Carmen al actual, el antiguo Colegio San Pío V. En lo personal, fue una fecha fatídica para González Martí. En junio de 1946 Amelia fallece. Sin hijos, el matrimonio había decidido tiempo atrás y conjuntamente que el mejor destino de su legado sería un museo para el pueblo valenciano. Un museo de la cerámica, a la sazón reclamado por autoridades y círculos intelectuales valencianos. Pocos meses después del luctuoso hecho, en febrero de 1947, el museo es una realidad merced a la donación de la colección de González Martí y su difunta esposa al estado, oficializada en Madrid. Lógicamente, resultaba imprescindible una sede a la altura de la colección. En 1949 el Ministerio de Educación compró el Palacio del Marqués de Dos Aguas.

Es hijo predilecto de Valencia, Paterna, Burjassot, Manises y Morella

En realidad, el bien para el patrimonio valenciano era de doble sentido, porque el palacio no estaba ni mucho menos en su mejor estado, al igual que tantos otros carismáticos edificios que desaparecieron por aquellos años. Fueron precisos varios años para rehabilitar y adaptar el edificio a su nueva función. Aquel museo inaugurado el 18 de junio de 1954 centraría sus objetivos en todo lo concerniente al arte valenciano, pero no sólo a la cerámica, pues incluía en sus fondos muebles, vestidos, objetos personales y otros enseres de sus conciudadanos. González Martí dedicó los últimos 20 años de su vida al sueño compartido con su esposa, y en él se apagó su luz el 4 de enero de 1972. Sus reflejos, no obstante, jamás cesarán de refulgir.

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