María Blasco: «Los científicos somos muy inquietos. Me gusta el rock y sobre todo las guitarras eléctricas»
Firme a la hora de reivindicar el papel de la mujer o la importancia de la investigación, reservada cuando se ahonda en su intimidad. Son las dos facetas de este referente en la lucha contra el cáncer
maría josé carchano
Domingo, 25 de marzo 2018, 00:50
A María Blasco la encontramos sola, sentada en la terraza del Starbucks de una atestada avenida Maissonave, en el centro más comercial de Alicante, a las ocho de la tarde de un viernes, leyendo algo en su móvil, con un café en la mano. Si fuera cantante, o futbolista, los fans se arremolinarían a su alrededor pidiéndole un selfie. Seguramente hubiera tenido que elegir un lugar más discreto para una entrevista. No es el caso. Los focos no están puestos ahí. Y eso que, como científica, milita en primera división. No ha sido fácil hacerse un hueco en la agenda de la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), institución referente a nivel mundial. Ha aprovechado una visita a su tierra, Alicante. Y no sólo para ver a la familia.
-Se trata de un viaje algo especial.
-En el instituto donde yo estudiaba, el de Sant Vicent del Raspeig, han puesto mi nombre a uno de los laboratorios de investigación, y además, con motivo del 8 de marzo, he dado una charla, no sólo hablando de mi trabajo, de mi carrera, de las dificultades que he atravesado o los momentos clave, sino también de la igualdad de género en la ciencia. Como pasa en todas las profesiones, hay casi más mujeres que hombres preparadas al máximo nivel -por ejemplo, en el CNIO hay un 67% de mujeres- pero luego, en los puestos de toma de decisiones, somos minoría.
María Blasco es una mujer sencilla, discreta, tímida; le cuesta hablar de sí misma y se siente mucho más cómoda cuando se centra en su trabajo, o en el papel de la mujer en la ciencia, donde se ha convertido en una de las voces más autorizadas que luchan para que haya más como ella en los puestos de responsabilidad.
-Usted sí ha llegado.
-Sí, yo he llegado, soy directora en un centro de investigación, pero me considero una excepción. El que esté ahí no quiere decir nada, la realidad es que es más difícil para las mujeres que para los hombres alcanzar esas posiciones. A mí lo que me preocupa es cómo hacer para que haya más mujeres que den el paso adelante en cada momento de su carrera y no tengan dificultades a la hora de cumplir sus sueños.
-¿Cuánto le ha costado?
-Soy una persona con mucha determinación y supongo que eso ha ayudado, pero el caso es que tenemos que luchar precisamente con el objetivo de que no sea necesaria tantísima determinación para llegar a los sitios. No debería hacer falta ser heroínas para conseguir un puesto de responsabilidad.
«He desistido de hacer cosas, pero eso es la vida, elegir, y si se elige libremente no hay renuncia»
-¿Se ha considerado una heroína?
-(Contesta rápidamente) No. Yo siempre he seguido mis pasiones, soy una persona con bastante empeño, pero quiero estar rodeada de más mujeres en puestos como el mío. Porque para que cambie la situación de desigualdad tiene que haber igualdad en los puestos de poder.
-¿Cree que ha renunciado a algo?
-No tengo la sensación de haber renunciado. Tanto hombres como mujeres tomamos decisiones sobre lo que queremos en la vida. Soy madre, también tengo un hijo y, en ese sentido, he hecho lo que he querido. Es cierto que he desistido de hacer otras cosas que me interesaban menos. Pero eso es la vida, elegir, y si se elige libremente no hay renuncia.
-Pero en muchas ocasiones las situaciones no son fáciles para poder progresar.
-Como directora del CNIO sé que puedo cambiar algunas cosas. Hemos puesto en marcha la jornada continua y no convoco reuniones después de las cuatro porque no quiero favorecer a nadie que no vaya a conciliar. Si es a las siete de la tarde estaría eliminando a hombres y a mujeres que lo hacen bien.
-En su caso, ¿lo tuvo fácil cuando fue madre?
-Cuando nació nuestro hijo, mi pareja entonces -ahora estoy divorciada- y yo lo cuidamos al 50%, uno iba por las mañanas, el otro por las tardes, y gracias a eso no he tenido ningún parón. Pero es cierto que hay que tener esa suerte o que las leyes cambien y haya permisos iguales para todos.
-Supongo que en el instituto donde estudió se sentirán muy orgullosos de que una antigua alumna haya llegado tan alto, y tan lejos.
-Estaba muy contenta de volver, ya que me ha permitido recordar esos momentos en que uno está estudiando y tiene tantas dudas... Yo no sabía si elegir ciencias o letras, recuerdo que de pequeña pedí un juego de química a mis padres, pero cuando al final elegí lo hice con mucha pesadumbre, porque me gustaban muchas otras cosas. Me costó también optar por una u otra carrera, y fue precisamente en el instituto, en una de aquellas charlas sobre orientación universitaria, donde un profesor contó qué era la biología molecular. Aquel fue el día en que decidí qué hacer. Y parece una cuestión casi del azar, porque si no llego a escuchar a aquella persona igual hubiera elegido otro camino. Seguramente alguna ingeniería.
«Nunca me he parado a pensar en lo que me convenía. Siempre seguí mi pasión»
-Personas como usted pueden influir en los jóvenes, porque ver hasta dónde han llegado les ayuda a descubrir sus motivaciones.
-Hoy tenía en mi mente, cuando hablaba a los alumnos, que quizás alguno tome una decisión después de haberme escuchado, porque aquel día que le comentaba antes fue determinante en mi vida. En momentos de tantas dudas es importante escuchar a personas que te pueden influir. De alguna manera ha sido un placer regresar allí y devolver un poco de lo que me dieron.
-Usted no tiene esa imagen tópica del científico, un señor con corbata, metido siempre en un laboratorio, que se encuentra algo fuera de la realidad.
-Si conoces a más científicos verás que somos muy inquietos, nos gustan muchas cosas. Creo que a quienes elegimos ciencias en lugar de humanidades nos da la sensación de que tenemos menos cultura. Yo siempre he intentado compensar, pues al margen de mi profesión me interesan mucho la música, el arte, la literatura, el cine, la historia. Siento que tengo que aprender por mi cuenta muchas cosas.

-Esa curiosidad innata.
-Y debemos ser creativos, porque la ciencia necesita creatividad.
-Hemos venido escuchando en el coche música que le gusta. PJ Harvey, por ejemplo.
-A mí es lo que más me gusta, el rock. PJ Harvey, pero no sólo ella, también Patti Smith, por ejemplo, y de vez en cuando música más melódica. Cristina Rosenvinge acaba de sacar un disco que está muy bien. Y sobre todo me encantan las guitarras eléctricas.
-He leído que le regalaron, o se compró, unas entradas para ver a PJ Harvey en directo cuando tuvo a su hijo.
-(Ríe) Me las autorregalé. Iba a dar a luz en julio y al final se adelantó, pero había un festival en Madrid que se llamaba Summercase y me saqué unas entradas especiales para disfrutar bien del concierto.
-Ya ve, una pensaría que no hay nada más que un laboratorio para un científico.
-Hay que hacer un balance. Dedico tiempo al CNIO, pero también a mi hijo y a mi vida personal, que has de tener una vida; si no es muy difícil alcanzar la paz mental necesaria. En casa no soy investigadora, aunque también trabaje, porque me están llegando mails hasta que me voy a dormir, pero hay que destinar tiempo a disfrutar con los amigos y con la familia. Eso es muy sano.
-¿Regresa a menudo a Alicante?
-Vivo en Madrid pero casi todos los meses vuelvo. Mi madre y mi familia están aquí.
-¿Es importante para usted?
-Es un sitio donde desconecto, respiro tranquilidad, y a la vez siempre hay cosas interesantes que hacer. Además, me encanta el mar y cada vez que venimos procuramos disfrutarlo.
-Nació en una pedanía muy pequeña.
-(Sonríe) Se llama Verdegás, es una partida rural de Alicante, que está a diez o quince kilómetros. Allí viven unas trescientas personas, casi todos somos familia, una zona que en mi niñez era predominantemente agrícola.
-¿Qué recuerdos tiene de esa infancia?
-Mi padre no vivía ya de la tierra, tenía su trabajo en la ciudad, pero conservaba campos de almendros, viñas o aceitunas. Mis hermanos y yo, de pequeñitos, íbamos a ayudar a mis padres, y me ha tocado trabajar en el campo, lo cual está muy bien, porque estás apegado a la naturaleza, a la vida, mucho más que si vives en una ciudad.
-Ahora vive en Madrid, que es una gran capital. ¿Ha intentado no perder esa conexión con la naturaleza?
-Me gusta mucho el ambiente urbano pero cuando residí en Estados Unidos me encantaban los espacios que había alrededor de las ciudades. Así que al volver a Madrid me costaba mucho acostumbrarme, por eso vivo en Tres Cantos, a las afueras.
-¿Retornó de Estados Unidos convencida?
-Sabía que quería regresar. Casi fuimos la primera generación que empezó a hacerlo, porque antes la gente se quedaba allí. Yo tenía una serie de referentes, el propio Mariano Barbacid -su antecesor en el cargo- o Joan Massagué, que estuvieron muchos años fuera. Porque en los noventa España era un desierto científico. Cuando algunos nos volvimos, recuerdo que Massagué decía: «Sois un experimento, a ver si sobrevivís» (ríe). Y bueno, creo que hemos sobrevivido, y que es un país que merece la pena para hacer ciencia. Por eso hay que apoyarla.
«Me hubiera quedado muy feliz en Estados Unidos. Allí lo pasé fenomenal»
-¿Por qué pensó que debía volver? En muchos casos hay una cuestión emocional detrás, ya que viene del paraíso para los científicos.
-No, pensaba que lo mismo que estaba haciendo allí lo podía hacer aquí.
-No tenía que ver con echar de menos la paella...
-A mí la paella me encanta, pero lo pasé fenomenal en Estados Unidos, y probablemente me hubiera quedado allí muy feliz. No habría vuelto nunca a un país vacío, sin financiación. Porque lo que necesitas para investigar es libertad de pensamiento, dinero y apoyo.
-¿Se ha sentido escuchada?
-Creo que en general los científicos no somos muy escuchados, aunque pongamos un enorme empeño a nuestra labor. Dedico bastante tiempo a explicar lo que hacemos en el CNIO, lo que hago yo misma como investigadora, porque si la sociedad se da cuenta de la importancia de la investigación, los propios ciudadanos serán los primeros que demanden a los políticos que se fijen en ella y la protejan.
-Sobre todo porque el cáncer es la enfermedad que más preocupa.
-Hay tumores tratables y curables, pero otros no conseguimos abordarlos de manera eficiente. Y el saber pasa por conocer, porque los tratamientos que se aplican ahora son las investigaciones que sucedieron hace quince o veinte años. La ciencia va por delante. Además, estamos aprendiendo que cualquier investigación es importante, mientras sea de calidad. Por ejemplo, la inmunoterapia hace diez años era un campo desconocido. Había apenas unos pocos inmunólogos, y ahora es la revolución en cáncer.
-Me viene a la mente el investigador, alicantino como usted, Francis Mojica. Quizás sea una muestra de ello.
-El ejemplo de Francis Mojica resulta paradigmático. Encontró unas bacterias en las salinas de Santa Pola y ahí descubrió un mecanismo que él mismo se dio cuenta de que era muy importante. Sin embargo, no tuvo demasiado apoyo, y ahora es una de las técnicas más revolucionarias que utilizamos en todos los laboratorios del mundo. Hoy él se ha convertido en nuestra esperanza para conseguir un premio Nobel. Y eso me parece fantástico, aunque a la vez debe servirnos de lección, de moraleja, porque la investigación nunca es en balde. Supone avanzar en el conocimiento.
-Mojica me decía que no merece todo el reconocimiento que ha conseguido, porque se limita a hacer lo que a él le gusta.
-Claro, yo se lo comentaba esta mañana a los alumnos del instituto cuando me preguntaban qué deben elegir. En mi caso nunca me he parado a pensar en lo que me convenía. Siempre seguí mi pasión y eso me hizo avanzar. Si lo haces así, las cosas llegan solas.
«A las mujeres no nos debería hacer falta ser heroínas para conseguir un puesto de responsabilidad»
-No me diga que nunca se imaginó donde está.
-De ninguna manera. Lo único que sabía es que me gustaba esto de investigar, e iba dando pasos, uno tras otro. Creo que que es lo que hay que hacer, no sólo en mi profesión, sino en cualquier otra.
-Una vez arriba, la gestión que conlleva estar al frente de una institución como la suya es a veces muy gris.
-Después de muchas reuniones y trabajo de despacho, cuando vuelvo al laboratorio es como entrar por las puertas del paraíso, en un mundo intelectual, puro, porque para mí supone un verdadero placer investigar, y todavía nos queda. Decía Richard Feynman que estamos al inicio de nuestro desarrollo como raza humana, refiriéndose al conocimiento. Creo que es verdad. El mundo cambiará mucho en el futuro.
-Usted forma parte de ese avance. Buena muestra de ello es el gran número de premios y reconocimientos que ha logrado en su carrera, pese a ser aún muy joven. ¿Le agradan?
-Para mí lo importante no son los galardones, sino los descubrimientos científicos. Ahí es cuando más orgullosa me siento, ese es el gran premio para nosotros, aunque no los desprecio, por supuesto. Sobre todo en el caso de las mujeres, está muy bien que nos los den. En general, y no hablo de mí, tenemos mucho menos reconocimiento que los hombres. Sólo hay que ver el listado de los premios Nobel, o de algunos galardones nacionales.
-Hay otros reconocimientos más personales, como que le pongan una calle en su pueblo...
-(Ríe) Yo no quería, pero se lo tomaron mal cuando dije que no, así que pensé: «Bueno, pues adelante». Es que me impresionaba mucho eso de tener una calle, no me gustaba la idea.
-Hablando con personas de tanta valía te das cuenta de que quien más lo merece es quien menos se lo cree.
-Es que esas cosas están bien pero no son lo importante, no nos dedicamos a la investigación para que nos pongan una calle.
-¿Le gustaría ver a su hijo convertido en un científico?
-Es muy pequeño todavía, no sabe lo que quiere, pero lo que a mí me haría más feliz es que encuentre su pasión en la vida, que se dedique a lo que le guste y que lo disfrute. Eso es lo que hay que hacer, porque esto es breve.
Lo sabe bien María Blasco, que lleva décadas dedicada al estudio del envejecimiento y el cáncer. Habla de conceptos como la telomerasa, o los telómeros, que están implicados en la longevidad. Todavía queda un largo trayecto por recorrer, pero no le importa. Como una hormiguita que disfruta con el camino y se sorprende de que, al final, haya un reconocimiento. Y que, pese a ser menos valorados de lo que deberían por la sociedad, a esta científica ya la van reconociendo por la calle. «Me impresiona mucho y lo agradezco». Puede que algo ya esté cambiando.
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