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En el principio, fue el verbo. El verbo plasmado en un documento pontificio datado en el año 2021 y difundida entre su feligresía en estos ... términos, muy concluyentes: «Es urgente poner en marcha proyectos de formación destinados a las parejas que acompañan tanto a las que están en crisis como a los separados, de manera que respondan a sus necesidades y las de sus hijos». Dicho y hecho: en las palabras del Papa Francisco, recién fallecido, la diócesis de Valencia encontró la inspiración vital para promover un servicio de acompañamiento y mediación canónica (SAMIC) que ayude a mejorar la convivencia familiar de aquellas cabezas de su rebaño que sufrieran los naturales contratiempos que atraviesan tantos matrimonios.
El resultado de sus desvelos se llama 'Matrimonios que acompañan', un servicio puesto en marcha en mayo de 2023o que se ha convertido en un formidable caso de éxito, de inminente réplica en diócesis hermanas del resto de España. Una especie de milagro: desde su implantación, ha conseguido que aproximadamente el 80% de los 282 casos atendidos haya restablecido el cauce de convivencia. ¿En qué consiste este servicio? Lo cuentan con admirable sencillez algunos de sus protagonistas, reunidos por mediación del sacerdote Jorge García Montagud, vicario judicial del Tribunal Eclesiástico de Valencia y agente muy activo por cierto en la implantación de 'Matrimonios que acompañan'. Son tres de las parejas que se encargan de materializar el documento pontificio entre las familias valencianas quienes explican los pormenores del encargo detonado por las casi doscientas peticiones que cada año reclaman del Tribunal Eclesiástico la nulidad de su matrimonio.
«Vimos la necesidad de que haya un acompañamiento según el modelo del SAMIC a esas parejas», relata García Montagud, «que no fuera especializado ni estrictamente profesional». La idea alumbrada por Francisco cristalizó entonces en las personas de Caty y Paco, un matrimonio valenciano que el año pasado acepta el desafío, dedica sus vacaciones a formarse en el curso SAMIC en apartados fundamentales para su misión (psicología, mediación, Derecho Canónico) y a la vuelta del verano acomete una labor que tiene mucho de pastoral, como ellos mismos relatan en una sala de la iglesia del Socorro de la calle Marqués de Zenete.
Para entonces, los servicios de la Diócesis habían identificado tres o cuatro casos susceptibles de servir para que Caty y Paco se estrenaran en esta labor como acompañantes de esas parejas en crisis, que reunían como ellos una condición imprescindible: deberían ser católicos practicantes. Matrimonios sumidos en una crisis de incomprensión mutua, que necesitaban la orientación que sólo pueden proporcionar quienes conocen como ellos los avatares de la vida en pareja, como coinciden ambos en observar mientras apelan al aliento divino que sienten en su tarea: «Es el Espíritu Santo el que nos puso delante esos casos para ayudar a quienes lo necesitan». Y con una sonrisa, desgranan a continuación cómo ejercen esa suerte de magisterio que llaman acompañamiento. «Para nosotros también es una ayuda, porque nos hace pensar», señalan. Y añaden, recordando su primera intervención: «Era un matrimonio que estaba en crisis por un problema psicológico de uno de sus miembros que trascendía en la comunicación con el otro cónyuge».
No se trataba por lo tanto, como luego percibieron que ocurría en otros supuestos, de que se hubiera roto el amor en el seno de la pareja: los contratiempos venían asociados a esa de clase problemas de malestar psicológico, asociados a dificultades concurrentes en servicios similares: complicaciones con los hijos, adicciones de toda índole, infidelidades... El caldo de cultivo que justifica que entraran en acción Caty y Paco, a quienes luego se sumaron otros miembros de la feligresía reclutados por el vicario García Montagud para la causa visto el éxito que empezaba a cosechar su servicio.
Es el caso de otras dos parejas, Maru y Paco y de Geles y Juan, que intervienen en la conversación para apuntalar la primera lección que recibieron Caty y Paco cuando desbrozaban este camino de ayuda a otras parejas: el mandamiento inicial consiste no tanto en hablar con esos matrimonios sino en atender sus razones. Que se desahoguen. «Necesitan es que alguien les escuche», sostienen al unísono. «Y luego, dependiendo del caso», prosiguen, «se trata también de hablar con el profesional que los esté atendiendo para ver si estamos en la misma percepción o si hay que hacer algo y si ese algo lo hace el profesional o requiere de nuestra colaboración para escucharlos, acompañarlos o simplemente estar con ellos». Un itinerario que alcanza entonces lo que llaman la tercera fase: es el momento en que ese impreciso mandato de «estar pendientes» de las parejas a su cargo se convierte en una instrucción más concreta.
¿Cuál? Los seis integrantes del servicio alertan a la vez de que «cada matrimonio es distinto» pero ofrecen alguna pista de cómo canalizan sus servicios: «Hay algunos a los que hay que estar llamando constantemente, a otros sólo de vez en cuando porque ellos no dan señales de vida hasta que tú les llamas y les preguntas si han ido o no al psicólogo, si están contentos con el abogado que les está llevando el proceso que lleven... Y luego hay otros que te llaman a ti, porque tienen conflictos continuos y necesitan dar solución a algo concreto». «Somos especialistas en escuchar», reiteran con una voz unánime los tres matrimonios. «Nosotros les lanzamos preguntas abiertas para ayudarles: no tenemos que decirles lo que tienen que hacer porque tienen que tomar sus propias decisiones pero es que luego te encuentras con gente de 50 años o más que parece que no haya tomado muchas decisiones en esta vida y en este caso, ante la encrucijada más importante de su vida, necesitan esa ayuda que nosotros les prestamos porque hemos estudiado su caso, nos hemos formado en el SAMIC y les podemos decir cosas sencillas que sirvan de solución».
¿Por ejemplo? ¿En qué consiste exactamente ese acompañamiento? «Pues en cosas como preguntarles qué opina su pareja al respecto de lo que a esta persona le pasa», responden. «Les hacemos reflexionar. No podemos decirles lo que tienen que hacer con sus vidas porque son completamente distintas a la nuestra». De esa experiencia, los integrantes del servicio diocesano de acompañamiento han extraído varias lecciones que sirven tanto para resolver casos como para el fortalecimiento de su propia convivencia. La enseñanza primordial reside en que se trata de crisis «que no llegan de la noche a la mañana». «Cuando cogemos un caso, vemos personas destruidas, parejas que se hacen daño pero que en el fondo se quieren porque quieren salvar su matrimonio y que están tan noqueadas, tan heridas, que no lo pueden solucionar y con nosotros se sienten acompañadas», explican. «Les curamos humanamente, notan el calor humano que les proporcionamos», anotan, de donde nace otra experiencia compartida: «Lo que falla es la comunicación para mantener ese amor». Y el padre García apunta: «Esto es como educar a un hijo, es una tarea que no termina nunca». Una misión que en este caso tiene final feliz en buena parte de los servicios atendidos: de paso, ha servido a las parejas encargadas de arreglar lo que estaba desarreglado para su propia satisfacción como cristianos. Y como dice Caty con una sonrisa: «Así sabemos los maridos tan majos que tenemos».
«Llamas a su puerta, te reciben... Y que la abran ya es una cosa extraordinaria». Las parejas que participan en el servicio de la Diócesis para recomponer familias en crisis conyugal tienen algo de evangelizadoras, porque propagan su fe entre quienes sufren este contratiempo en la esperanza de que sus creencias sean el bálsamo que repare sus heridas. Obran en realidad un pequeño milagro. O no tan pequeño: notan que al otro lado les espera un cierto alivio: «Se alegran de que vayas». Y no sólo se abre esa puerta: opera el mismo fenómeno en el corazón de quienes van a disfrutar de su compañía «y empiezan a contarnos su vida, sus problemas... Vemos que entonces ellos también se abren. Se abren los dos». De los testimonios que les trasladan, los miembros del equipo diocesano concluyen que quienes viven una coyuntura tan crítica «están apabullados». ¿Apabullados? «Sí. De dolor, de sufrimiento. Se ven como enemigos, no son capaces de decirse las cosas a la cara, ves la rabia que ellos llevan dentro... Pero tú en cinco minutos les puedes ayudar a que se calmen los ánimos». Una experiencia de beneficio mutuo: las tres parejas protagonistas de este reportaje, cuya misión es puro voluntariado sin contraprestación económica, confiesan que también reciben consuelo en el servicio que prestan. Curar les cura.
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