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GERARDO ELORRIAGA
Lunes, 14 de agosto 2017, 21:38
Gilbert Deya ha perdido la batalla contra la justicia británica, la lógica y el ADN. Ya no parece probable que continúe su labor apostólica en Inglaterra, donde contaba con más de 36.000 acólitos, una decena de templos y exaltados coros litúrgicos uniformados en rosa y negro.
El pastor keniano fue extraditado desde Londres a Nairobi, donde permanece encarcelado hasta que el juez decida sobre su solicitud de libertad bajo fianza. Aquel niño que ni siquiera finalizó sus estudios de primaria, que trabajó en canteras para subsistir, se había convertido en un líder religioso en el Reino Unido, con ingresos anuales superiores a los 700.000 euros y su propio jet privado, habitual seña de identidad de todo predicador de éxito. Pero sus milagros, el pasaporte para el triunfo dentro de los cultos de nuevo cuño, le han pasado una elevada factura.
Su vocación religiosa se manifestó temprano y ya a los 24 años fundó su primera congregación, Salvation of Jesuchrist Church. A mediados de los años noventa se autoproclamó arzobispo y se trasladó a vivir a Europa para fundar los Gilbert Deya Ministries, empresa de naturaleza evangélica que, además de buscar la redención del espíritu, prometía descendencia a mujeres infértiles y menopáusicas con acendrados instintos maternales.
Sus logros al respecto explican la rápida ascensión. Hubo una mujer que tuvo tres alumbramientos en un solo año gracias a los buenos oficios del misionero y Mary, su mujer, alegó haber dado a luz sin percatarse de que estaba embarazada. Estos extraños sucesos y, sobre todo, el hecho de que los hijos nacidos bajo su intercesión carecieran de vínculo genético con los padres alentaron las sospechas. Deya arguyó que las razones divinas son ajenas al hombre, incluso cuando la Policía encontró a diez recién nacidos en una de sus residencias en Kenia. Su esposa fue detenida en 2004 por tráfico de niños y el proceso contra su marido se inició dos años después.
El predicador ha luchado denodadamente contra su regreso forzado al país africano. Sus abogados han aducido que sería torturado, que su vida corría peligro si era entregado a las autoridades kenianas, muy interesadas en conocer la verdadera naturaleza de ese caudal de bebés para milagros y que, según las investigaciones, parte del hospital de un barrio marginal. El clérigo, incluso, intentó diversificar su oferta de maravillas asegurando que cierto aceite de oliva, de venta en una cadena de supermercados, curaba el cáncer. Ahora, magistrados, creyentes e incrédulos esperan que revele los mecanismos, humanos y prosaicos, para obtener el milagro de la fecundidad.
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