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Mireia: «Me tiré un verano entero sin salir, totalmente sola, aislada, me daba miedo hasta vestirme»

Con tan sólo 23 años, llegó a pensar que su vida iba a ser siempre así y que debía asumirlo cuanto antes

Mar Guadalajara

Valencia

Sábado, 25 de marzo 2023, 22:55

La ceguera que tuvo Mireia sin saberlo la dejó deambulando, sin rumbo y perdida. En esa ruta a ciegas arrastró consigo una bulimia y la peor de las compañías, la depresión; no supo ni cómo había caído en tan malos hábitos, ni en qué momento ... se había dejado tanto como para no querer ni vestirse, «estaba tan ciega», se repite aún hoy, cuando ha conseguido graduar aquello que la impedía ver con claridad, por suerte ella llegó a tiempo, gracias a ir al psicólogo ha recuperado su vida.

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«Me tiré un verano entero sin salir, sin quedar con mis amigos, totalmente sola, aislada, me daba miedo hasta vestirme, y dije necesito salir de aquí, porque no puedo levantarme», relata Mireia. Justo después de la pandemia, cuando todos disfrutaban ya de la libertad, algo en ella había cambiado. No era la de siempre, estaba apática y se fue perdiendo en el agujero negro que ella misma había creado. Porque ahí se sentía a gusto.

Su familia sabía que algo no iba bien y ella también lo supo al ver en sus caras la preocupación. Así fue como decidió ir al psicólogo, necesitaba ayuda y sus padres le apoyaron en la decisión. Al principio solicitó su ingreso en una clínica de trastornos alimenticios, pero suponía no sólo estar alejada de los suyos sino, además, y como ocurre en muchos de los casos en jóvenes, un gasto que en ese momento no podían asumir.

«El gobierno prefiere tener una sociedad sumida en depresión, enganchada a los fármacos y con empresas cargando con largas bajas«

Las deficiencias en el sistema de salud público y el elevado coste de las terapias en clínicas privadas, dejan a un 70% de las personas afectadas con trastornos de salud mental sin diagnóstico y sin ser tratadas adecuadamente. Los psicólogos, como la experta valenciana Amparo Calandín, advierten de las consecuencias de este fenómeno. «El gobierno prefiere tener una sociedad sumida en depresión, enganchada a los fármacos y con empresas cargando con largas bajas que afrontar el problema y garantizar recursos para la salud mental», argumenta Calandín.

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Mireia cuenta sin tapujos lo que le hizo la bulimia; cómo su propia mente, su mala percepción sobre sí misma le destrozó, empujándola a caer en una relación tóxica con la comida y con su propio cuerpo. «Una mala conducta con la comida, una mala conducta contigo mismo, puede llevarte a un TCA y pensar que es normal, nosotros mismos pensamos que somos inferiores, sobre todo físicamente buscamos algo que no tenemos y al final eso puede desembocar en una depresión o mala conducta con la comida, porque quieres llenarte de ese vacío que sientes».

Durante la carrera y en plena pandemia tuvo mucho tiempo para sí misma, para reflexionar, pero cuando todo ese tiempo se esfumó y volvió la normalidad comprendió lo que le estaba pasando. La ansiedad y el miedo se volvieron tan habituales que allí encontró hasta cierto confort, se convirtió en algo adictivo.

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«Veía un pozo muy hondo y del que no podía salir. Empecé a sentir que esa iba a ser mi vida«.

Con tan sólo 23 años, llegó a pensar que su vida iba a ser siempre así y que debía asumirlo cuanto antes. «Veía un pozo muy hondo y del que no podía salir. Empecé a sentir que esa iba a ser mi vida. Pero después de todo, lo primero que me di cuenta es lo bien que se está, la paz mental que me da, no pienso en esto, no sueño en esto, no es mi vida esto».

Para Mireia no cuidarse en salud mental es como dejar pasar una hemorragia interna sin hacer nada, dejar que ese dolor acabe formando parte de ti, casi sin darte cuenta y que poco a poco te vaya consumiendo hasta reducir a la nada. Ella ya no tiene miedo, no esconde su historia, aunque tampoco se sienta orgullosa de ello, pero sí de su valentía para afrontarlo.

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«Los jóvenes, más que los adultos, nos estamos tomando cada vez más en serio esto, intentando que no dé vergüenza contarlo«

Mantiene una buena relación con su psicóloga y hasta la describe como la persona que le devolvió esas ganas de vivir que había perdido. Con ella, aprendió a controlar sus pensamientos, a entender que no era ella la que le hablaba sino su cabeza y su enfermedad. Después de algunas semanas de sesiones intensas empezó a sentir esa paz y se dio cuenta de que la de antes no era su vida y supo en ese momento que iba a salir adelante.

Mireia cree que la salud mental nunca debió de ser un tabú. A ella le ha costado trabajo y le sorprende que otros se planteen la terapia como un desahogo y no como una cuestión de salud. «Los jóvenes, más que los adultos, nos estamos tomando cada vez más en serio esto, intentando que no de vergüenza contarlo, normalizarlo, y darle importancia, nos queda mucho por hacer, pero esto empieza a ser algo sobre lo que sí puede haber un cambio».

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