![Álex Vidal: «Se me ha dado mucha caña por ser el hijo de Álex Vidal»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2025/02/07/1492061175-ktoD-U230791218431FJF-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Sólo Álex Vidal sabe cuánto le ha pesado a veces -o le ha aligerado en otras- llamarse igual que uno de los nombres propios de la historia de la moda en Valencia durante el siglo XX. Porque este joven al que le brillan los ojos ... cuando habla de su vocación ha crecido bajo la influencia de un diseñador que lo ha sido todo en un mundo complejo y donde lo complicado no es llegar, sino mantenerse, que ha tocado el cielo y también ha bajado a los infiernos. De hecho, el Álex Vidal que nos ocupa es la tercera generación de una familia vinculada a la moda, que a sus 42 años ya tiene una trayectoria propia de éxitos y fracasos, de errores y aciertos, que le ha llevado ahora a centrarse en un atelier que inauguró espacio hace apenas unos meses, y donde parece haber encontrado su lugar. Ubicado en una finca señorial junto a la calle Colón, ha respetado los techos altos y las labradas molduras y ha creado un ambiente íntimo y cuidado sólo para novias.
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-¿Qué significa para usted este espacio?
-Nosotros le damos mucho valor a este atelier porque representa lo que van a vivir aquí las personas que vienen. Es un lugar que te transmite el tipo de vestido que vas a llevar, el tipo de atención que vas a tener. Muchas novias me dicen que es su refugio de paz, de tranquilidad, donde se dejan llevar.
-¿Cuándo y cómo se fue gestando esa conexión con el mundo de la moda en su vida?
-No he sido consciente de este proceso porque en realidad lo he visto desde que era pequeño. Recuerdo a mi abuelo cuando tenía la tienda en la calle La Paz, o en el momento en que se trasladó a Conde Salvatierra, donde también abrió su atelier de costura. Tengo una imagen de mí mismo metido en una caja durante el traslado. Me encantaba estar en el taller, y ahora disfruto cuando mi hija, que tiene cinco años, me pide que le ponga el maniquí para crear sus propios vestidos con unos retales. Y es que es difícil no acabar dedicándose a esto cuando todo mi entorno ha respirado moda, desde mis abuelos, tanto por el lado materno como paterno, como mis padres.
Álex Vidal sabía que su lugar estaba en Valencia, donde tiene a su familia y sus raíces, a pesar de que es una ciudad complicada para dedicarse a la moda. Pero Álex ha encontrado en las novias un espacio donde se siente a gusto. «Creo que lo estamos haciendo bien, que tenemos nuestro público», y añade que hay un sector en Valencia profesionalizado, «cada uno con su estilo».
-¿No tuvo dudas?
-Aunque al principio estudié Empresariales -que nunca está de más-, mi deseo siempre fue dedicarme a la moda. Hice un curso en Saint Martin's en Londres y luego me fui al Instituto Marangoni de Milán para estudiar Diseño y un máster de marketing y gestión de empresas de moda.
-A veces es complicado crecer a la sombra de un nombre ya consagrado, ¿cree que ha habido más aspectos positivos o negativos?
-Como todo en la vida, tiene una parte positiva, que es el reconocimiento de marca, estar posicionado en la mente del consumidor y no empezar de cero, pero también es verdad que hay otras negativas. Ha habido una parte de responsabilidad, de tener que estar a la altura de un nombre que ha sido director de la Valencia Fashion Week, que ha tenido tiendas, que ha sido una constante en la alta costura, que ha vendido colecciones por toda Europa... He tenido que hacer ver que yo no soy mi padre, que ahora nos centramos en la alta costura en novias.
-¿Sentía que había muchas expectativas situadas sobre usted?
-Creo que son épocas distintas y estilos diferentes. Evidentemente, hay que estar a la altura, porque si no te hundes con todo el barco. Sufrí más al principio, con los desfiles, a mí se me dio mucha caña por ser el hijo de Álex Vidal, se me exigió más por ser quien era. Creo que todo son experiencias, que en la vida estamos en el sitio en el que estamos por todo lo que hemos vivido antes. Mis padres me dieron todas las herramientas para poder ser bueno en esto, hicieron un gran esfuerzo para llevarme al Instituto Marangoni en Milán, pero si no hubiera sido bueno no hubiera servido de nada. Pero valía, y gracias a eso, yo soy yo, hago cosas diferentes a mi padre, cada vez tenemos más demanda, y a estas alturas prácticamente hemos cerrado 2025. Y eso que empezamos en 2019 y, con una pandemia de por medio, realmente arrancamos en 2022.
-¿Qué consejos familiares cree que le han servido?
-Mi padre siempre me ha dicho: «tienes que ser el primero que entre y el último que salga». Cuando te lo dicen con 24 años no haces mucho caso, pero a día de hoy es un consejo que aplico, porque para que los trabajadores respondan tienes que dar lo máximo. Otro consejo que me hubiera valido mucho pero al que no le hice ni caso fue que no vendiera la colección fuera de España. Mi padre me repetía: «yo ya lo he vivido, no te van a pagar...». Me quedé con un 25% de impago. A toro pasado, era un buen consejo (ríe). Ahora, si tengo que hacerle caso a mi abuelo no me dedicaría a la moda, porque a punto de irme a estudiar a Milán me invitó a comer expresamente para convencerme de que cogiera otro camino. «Es un mundo difícil, te exprime», me decía. Y ahora le doy la razón.
-¿Por qué?
-Porque son novias y viven sus momentos de muchos cambios emocionales. Aquí hay mucho de psicología, y estás probando a una persona con sus complejos, con sus inseguridades. A eso hay que añadirle el estrés de la boda… Psicológicamente, estoy fundido, pero es verdad que me gusta lo que hago. El otro día le probaba a una chica que me decía que le encantaba mi trabajo, que debía de ser muy divertido. Le dije que cuando quisiera nos cambiábamos. Ella es anestesista (ríe).
-¿Y la parte buena?
-Es cierto que mi trabajo es muy chulo, porque además he desfilado, he hecho colecciones 'prêt à porter', he tenido mi red comercial, me he enfrentado a crisis, pandemias… he vivido todo lo que se puede vivir en la moda, y de todo me quedo con las novias porque estoy en constante evolución; no soy el mismo que hace un año. Además, siempre intento que cada una sea distinta. La mayoría de las que se sientan en esta sala vienen con imágenes de Instagram, pero yo invierto mucho tiempo en texturas, intento evolucionar su idea y convertirla en otra distinta, entro de su estilo. Así que siempre estoy creando cosas nuevas, y para un diseñador es la parte más bonita. Todo es nuevo.
-¿Es la moda nupcial un sector complicado?
-En este trabajo cierras la agenda a un año visto y ya le he tenido que decir a mucha gente que no. Para mi mentalidad empresaria está muy bien, pero yo ya llego a un año vista preocupado. Mi mujer me dice que pase lo que pase nunca estaré tranquilo. Y es que al final no sé estar quieto.
-Lo que está claro es que dedicarse al mundo de las novias tiene un reconocimiento, quizás distinto que en otros sectores.
-Yo siempre les digo a las novias: 'aquí dramas no, si lloráis, que sea de felicidad'. Hacerse un vestido de novia es una experiencia, que la vida va de eso, por eso siempre les digo que traten de disfrutar del proceso porque el día de la boda pasa demasiado rápido. Además, es muy gratificante ver sus caras de felicidad, que te den un abrazo. Ahora, es cierto que el día de la boda estoy como vacío, como me ocurría después de un desfile, en los que sufría mucha presión. Es que soy el único proveedor de la boda que no lo ve...
-¿Echa de menos desfilar?
-A veces sí, sobre todo cuando después de dejarlo en 2012. Fue una estrategia, me aconsejaron no seguir. Los desfiles son un reconocimiento, ahora la gratificación es que la novia esté feliz, porque ella es mi mejor escaparate.
-Ha hablado de lo vocacional que es su profesión, de cómo le dedica horas, de que es el primero que llega y el último que se va. Además, trabaja con su mujer. ¿Consigue desconectar?
-Yo esa parte la llevo realmente mal, y de hecho mi mujer siempre me dice: «¿ves esa puerta, la de casa? Cuando la crucemos se acabó, no hables más». Pero no lo puedo evitar. Ayer llegaba a las diez de la noche, el anterior todavía más tarde. Y así y todo no puedo parar, y es un problema. Siendo algo vocacional es muy difícil desconectar; me gusta lo que hago, si no no le dedicaría tanto tiempo a cada prueba, a cada novia. Mi mujer es quien me va marcando. Y cuando nos estamos acostando, ella ya poniéndose el antifaz diciéndome de alguna forma que ya, que pare, le digo: «Nadia, lo último» (ríe a carcajadas).
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