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Lydia Solaz vive un momento dulce en su etapa como diseñadora, con la agenda desbordada de encargos y con un estilo propio que cada día ... define con mayor precisión. No ha sido fácil, lo reconoce, sobre todo porque aunque siempre se ha considerado una persona creativa, las atenciones que merecía la empresa familiar parecían mucho más serias que la posibilidad de poder dedicarse a la costura y llamarse a sí misma modista. Sin embargo, fue una crisis la que le obligó a reinventarse, y por fin ha podido convertirse en una diseñadora con todas las letras, muy centrada en el diseño infantil de ceremonia con incursiones cada vez más firmes en el mundo de los adultos.
De momento, tiene varios encargos para la fallera mayor infantil y acaba de ver cómo uno de sus diseños ha estado sobre una alfombra roja. «Vino Alba Redondo, jugadora del Levante UD femenino, que necesitaba un vestido para la gala del Balón de Oro. Me contactó el jueves, el viernes vino y se lo llevó el domingo». En 24 horas consiguió entregar un diseño que quedará ya para la posteridad y como una línea más, escrita en letras de oro, en un currículo cada vez más abultado. «Lo conseguí gracias al bagaje que ya he acumulado después de todos estos años», decía esta modista, que asegura que lo importante es ponerle el corazón a lo que hace. De momento, acaba de ampliar su estudio y comparte espacio con dos modistas, dedicadas sobre todo a la indumentaria tradicional infantil, que Lydia no conocía.
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Si echa la vista atrás recuerda a sus hijas, cómo disfrutaba vistiéndolas, y hasta qué punto ha conseguido hacer realidad su sueño. Ahora las horas avanzan veloces porque Lydia es feliz entre patrones y costuras. Incluso ha acumulado anécdotas que todavía no puede creer, como aquel día en el que coincidió en una tienda de telas con unas monjas y Lydia las ayudó. «Si el Señor te ha puesto en nuestro camino, será por algo», le dijeron, así que ha sumado la confección de hábitos a su agenda. «Y no es nada fácil», ríe Lydia.
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