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J.A.L.
Domingo, 12 de mayo 2024, 01:54
Autora de frases memorables (mi favorita, ese célebre aforismo: «La moda pasa, el estilo permanece») y creadora de un estilo tan imitado como inimitable, puede ... concluirse que la vida y obra de Coco Chanel (nacida como Gabrielle Chanel en 1883) admite una etiqueta que se suele regalar a personalidades con menores méritos pero que a ella le define de manera cabal y completa: fue una revolucionaria. Revolucionó la idea de moda, también tal vez el concepto de lujo. Pero sobre todo sacó del armario para siempre la noción misma de indumentaria: después de ella, vestirse ya no es lo mismo. Protagonizó por lo tanto una auténtica revolución, una revolución aún en marcha, que salpica con ese mismo espíritu disruptivo a otro sector muy emparentado con el ámbito de la indumentaria: el mundo de las fragancias. En este caso, aliada con otra corriente también revolucionaria: la rusa. La Revolución rusa.
Sobre este esquema, sobre la fusión entre Chanel y los bolcheviques que derrocaron a sangre y fuego la Rusia zarista, pivota el sugerente libro que acaba de publicar la editorial Acantilado, en primorosa edición. 'El aroma de los imperios' funde en sus páginas la trayectoria de la creadora del inmortal perfume conocido como 'Número 5' con las peripecias de dos artesanos cuyos caminos se cruzaron con los de Chanel: los perfumistas franceses Beaux y Michel, cuyas biografías se pueden leer, a la luz de estas páginas, como un condensado de la historia del siglo pasado.
Porque ocurre que ambos, establecidos en la corte del Zar, vivieron en sus carnes el vértigo de aquellos años: caído el régimen, Beaux decide regresar a su país, mientras que Michel opta por permanecer en Rusia y se pone al servicio de los revolucionarios que acaban de acabar con la monarquía y pretenden implantar un nuevo modelo de sociedad... donde curiosamente tiene cabida esa vertiente del perfume que suele asociarse con el poder burgués. Lo que cuenta Karl Schlöegel al respecto en los capítulos más interesantes de su libro permite alcanzar la conclusión principal que late en sus páginas: que el poder no suele tener adjetivos. Se ejerce de acuerdo con unas determinadas coordenadas que ayudan a entender que el antiguo colaborador zarista se convierta en compañero de viaje del comunismo rampante en aquella hora primera de la Revolución.
Una pirueta que se explica teniendo en cuenta la lección que nos transmite el autor: el poder asociado a la idea de extender las mejores cotas de la cultura de nuestra civilización a las clases populares. Un mandato propio del bolchevismo pero que podía hacer suyo la propia Chanel, la mujer que no sólo revolucionó la moda: también sentó las bases de su democratización. Tal vez la genuina revolución que le sobrevive.
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