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En moda pasa que, muchas veces, el trabajo bien hecho es el que no se ve. Cuando no percibes que detrás de un look hay ... una estilista, cuando la vinculación de una firma con una personalidad es silenciosa y sutil, cuando detrás de unas fotos no ves -porque seguramente tampoco conoces- la figura del retocador digital.
Un término que quizás al principio genera un poco de rechazo, porque tendemos a pensar en el engaño, la delgadez imposible, la eliminación de las imperfecciones (hasta las que nos hacen personas), y todos esos tabúes que el mundo de la moda ha instaurado en nuestro imaginario. Sin embargo, y muy lejos de esa realidad, la dupla creativa fotógrafo-retocador es básica e incluso intrínseca en cualquier editorial. Y nada tiene que ver con reducir a la mitad el grosor de un pierna con photoshop.
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«Intento retocar solo imperfecciones que hayan podido surgir ese día, aunque no siempre puede ser así», afirma Sara Ivars, quien lleva trabajado en este oficio desde 2018. Su relación con la moda viene de mucho más atrás, comenzó como modelo mientras estudiaba en la Universidad de Valencia Diseño Industrial. Sara, natural de Altea, llegó a la capital valenciana con este propósito, pero algo le decía que ese no era su camino y empezó a trabajar, junto a la fotógrafa valenciana Mara Cózar, en Palm Studio como diseñadora gráfica. Poco a poco se fue adentrando en el mundo del retoque, guiada en un primer momento por Cózar, y más tarde por compañeros de profesión que se prestaron a enseñarle. «Me planteé irme a Madrid a estudiar un máster de retoque, pero la formación no estaba enfocada a lo que yo buscaba. Me di cuenta de que es un mundo complicado al que acceder, porque nadie quiere enseñarte cómo hacen las cosas, cuál es su manera de trabajar», cuenta Ivars sobre sus inicios. «Para mí ha sido como aprender a pintar».
Después empezó a trabajar en un estudio en el que retocaba las fotografías de una conocida marca de fast-fashion, y fue donde aprendió a trabajar «volumen de fotografía», que es cuando la cantidad de fotografías te obliga a trabajar rápido. Ni siquiera el mundo del retoque digital queda exento del vertiginoso y acelerado ritmo de la industria. De hecho, la alicantina comparte que si bien es un trabajo muy bien remunerado, con el paso del tiempo está perdiendo valor, pues a mayor número de campañas, más difícil resulta mantener las cifras. Durante su camino, trabajó también para otra revista de moda valenciana y editando para la firma Dolores Cortés, con la que todavía continua colaborando.
Sara dedica más o menos una hora de trabajo por foto y su quehacer se divide básicamente en dos fases. La primera, el píxel, en el que se hace la 'limpieza de la foto'. Esta parte depende más del fotógrafo y de cómo trabaje en la sesión y del resultado más o menos natural que persiga. Se trata de eliminar ruido del fondo, de la ropa, la piel… Y la segunda parte, en la que tiene más libertad para dar rienda suelta a su creatividad, el color. Consiste en llevar toda la foto, o todas las fotos de una misma editorial, a la misma atmósfera, buscar un mismo tono, un hilo que se convierta en el conductor de una historia, que se cuenta a través de las imágenes.
Un arte, por tanto, que supone una parte muy importante del éxito de una campaña, una labor que complementa el trabajo de un fotógrafo. Es quizás que es un oficio desconocido porque son directamente los fotógrafos quienes buscan a los retocadores. Y es justo la relación de estas dos figuras la que tiene que estar en sintonía para conseguir un buen resultado. «Si puedo, me gusta asistir a las sesiones, porque es más fácil entender qué idea tiene en mente el fotógrafo».
Recientemente, Sara ha trabajado para cabeceras como Vogue, Glamour, L'Officiel, Harper's Bazaar; marcas como Loewe, Bimba y Lola, Ese o Ese, Mascaró. Algunos de los fotógrafos con los que más le gusta trabajar son Jonathan Segade, Yago Castromil o el valenciano Alvaro Gracia. Y sobre todo lo que más disfruta de su trabajo y lo que le hace vibrar «es la vida que se le puede dar a una foto».
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