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OSKAR BELATEGUI
Bilbao
Viernes, 7 de junio 2019
Cada final de temporada del 'Un, dos, tres...', Chicho Ibáñez Serrador aparecía, socarrón, junto a un ataúd. Y dejaba la tapa a medio clavar. «Quién sabe, quizá podría volver a despertarse...», musitaba intrigante. Entre otros millones de hazañas, Chicho institucionalizó entre nosotros la figura del 'host' o presentador de una serie, a la manera de Alfred Hitchcock o Rod Serling. Encendía el puro y derrochaba truculenta ironía. En la grisura de la televisión única nos descubrió que el terror podía ser gozoso y divertido. Mantuvo pegado a un país al destino de una calabaza durante 33 años, 22 de ellos ininterrumpidamente.
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El realizador televisivo y director de cine falleció este viernes a los 83 años en Madrid. Una infección de orina había provocado que fuera ingresado de urgencia. La capilla ardiente se instaló en el tanatorio de la M-30 y hoy será enterrado en Granada. La muerte le llega después de recibir en los últimos tiempos el homenaje de una generación de directores que se consideran hijos espirituales del hombre que introdujo el cine de horror en nuestro país: Álex de la Iglesia, Juan Antonio Bayona, Jaume Balagueró, Koldo Serra... El Goya de Honor concedido este año al autor de '¿Quién puede matar a un niño?' rendía pleitesía a un pionero que había abierto la llave de las pesadillas a estos cineastas, al tiempo que inventó el entretenimiento en una televisión donde todo estaba por hacer.
Hijo único de los actores Narciso Ibáñez Menta y Pepita Serrador, Chicho nació en Montevideo en 1935 y se crió entre giras y escenarios. Debido a la púrpura hemorrágica, una enfermedad que padeció de niño y que le dejaba sin plaquetas en la sangre, fue un chaval solitario que se convirtió en un ávido lector de literatura fantástica. Antes de llegar a España en 1963 ya había vivido varias vidas: fue actor, camarero, fotógrafo de prensa, corresponsal de guerra, estraperlista, presentador en un club de El Cairo…
En Madrid aterrizó con el aval de sus trabajos en Argentina y revolucionó el medio con ficciones como 'Mañana puede ser verdad' y 'La historia de Saint Michel'. Sus 'Historias para no dormir' causaron insomnio a toda una generación. Y con espacios como 'El último reloj', 'El asfalto' e 'Historias de la frivolidad' puso a prueba de vez en cuando a la censura. Consiguió los primeros premios internacionales que recibió TVE y en 1974 fue nombrado director de programas del ente público: eliminó la figura del censor y dimitió a las pocas semanas.
En cine solo dirigió dos películas que hoy son títulos de culto: '¿Quién puede matar a un niño?' y 'La residencia'. Dos cintas de terror rodadas en inglés, anticipándose a lo que hoy es moneda común en nuestros directores más ambiciosos, que tocan temáticas escabrosas: la perturbadora posibilidad de que el mal anide en unos pequeños y la represión sexual en un internado de señoritas. No hizo más cine porque toda su vida la consagró a la televisión, aunque después se arrepintiera. «El mayor error de mi vida ha sido dedicarle tantos años al 'Un, dos, tres...', confesaba a este periodista en 1999, cuando recibió el homenaje del Fant bilbaíno.
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El país se paralizaba en la noche de los viernes, cuando los dibujos animados de la calabaza Ruperta anunciaban un espacio que reunía a toda la familia ante el televisor con dos canales. Un fenómeno social con más de 20 millones de espectadores en los 70 y 80, que su director concebía como un espectáculo total, donde además de las preguntas había música y humor. El 'Un, dos, tres...' fue una cantera histórica de humoristas - Bigote Arrocet, Antonio Ozores, Fedra Lorente (la 'Bombi'), Beatriz Carvajal, Raúl Sénder, Árevalo, Juanito Navarro, el Dúo Sacapuntas, Ángel Garó- y de actrices que empezaron como azafatas: Ágata Lys, Victoria Abril, María Casal, Alejandra Grepi, Silvia Marsó, Lydia Bosch, Nina, Paula Vázquez...
En 2004, Televisión Española retiró el concurso más famoso de nuestra tele por considerarlo caro. «Me han dado una patada después de cuarenta años de lealtad», se dolió entonces. Tele 5 lo recuperó para coordinar el ciclo de 'Películas para no dormir'. Y suspendió la serie a los dos capítulos. Ni siquiera se dignó a emitir 'La culpa', la última realización del maestro.
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Chicho nunca se tomó a sí mismo demasiado en serio y supo que el principal objetivo de un programa es entretener. Después de todo, como solía aleccionar, «la tele es el medio más fácil de que te entren ganas de ir al baño». Introdujo formatos como 'Hablemos de sexo', espacio sobre sexualidad presentado por la doctora Elena Ochoa, 'El semáforo', donde gente común demostraba sus habilidades, y 'Waku Waku', un concurso con un mensaje de defensa de la naturaleza. Jamás tuvo nada que ver con la telebasura.
La trayectoria del hombre «tímido» que asustó, divirtió e hizo pensar al público fue reconocida con numerosos galardones que en los últimos tiempos recogía en silla de ruedas: el Premio Nacional de Televisión en 2010, el Ondas al Mejor Programa por 'Hablemos de sexo', el Feroz de Honor y el Goya de Honor. «Yo voy donde oigo aplausos», contó con voz débil a Andreu Buenafuente, cuando apareció en su programa para darle una sorpresa a Juan Antonio Bayona, al que aconsejó «sentir algo de verdad» antes de intentar transmitírselo al gran público. Álex de la Iglesia reivindicaba ayer su legado. «Su labor no ha sido suficientemente reconocida por su generación y hemos tomado esa labor los que veníamos detrás, tomándolo como ejemplo de falta de trascendencia, de amistad con el público y de amor al género», alabó el director bilbaíno. «Chicho me descubrió una cosa que creía imposible, y es que puedes divertir y hacer locuras haciendo películas. Hablaba con la gente cara a cara, siempre bromeando y ocultando lo que era, un genio y un portento que nos entretuvo y nos dio la vida durante años».
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Álex de la Iglesia, Director de cine
Pedro Sánchez, Presidente en funciones
José Guirao, Ministro de Cultura en funciones
Mayra Gómez Kemp, Presentadora
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