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En este mundo Beyoncé es una perra. Y podemos añadir, para mayor sorpresa, que es hija de Whitney Houston. Ambas son negras como las artistas pero de raza border collie, animales que corren con alegría tras las ovejas y poco o nada conocen de la fama y los espectáculos de masas. Hilari, su dueño, vecino de Santpedor, en la lejana Cataluña, explica que «Beyo» y «Whitney» se llaman así porque le gusta como baila una y cómo canta la otra. Un argumento irrefutable. Desde este lugar, un llano por el que asoman las piedras secas, los brotes verdes y pajizos de los cultivos de secano en mezcla armoniosa con carrascas y algún almendro, si se sigue la carretera se llega a Morella o al Forcall. Como es domingo pasa un grupo de motoristas y luego otro de ciclistas, la cuota turística del día, mientras los vecinos montan los tenderetes con bocadillos, bebidas y camisetas del concurso de perros de pastor de Ares, donde «actúa» la Beyoncé de cuatro patas junto a otros once canes llegados desde Teruel, Guipúzcoa, Lleida o Vizcaya, junto a varios de la Comunitat.
Este es un oficio que desaparece, pero si han visto la película «Babe, el cerdito valiente» ya saben de qué va la parte bonita. Para el resto, el concurso consiste en que cada uno de los perros, guiado únicamente por la voz y las manos del pastor, ha de conducir un rebaño de ovejas superando pruebas de precisión, como introducirlas en un círculo marcado con cal en cuya interior han de permanecer quietas y en el que el ovejero ha de quitar la esquila a una de ellas; en otra ha de hacerlas pasar a todas por una especie de embudo y luego por una puerta para, finalmente, encerrarlas en un corral de forma esférica en el que los rumiantes entran apretados y no de muy buena gana. Explicado de este modo el trabajo parece sencillo, pero no lo es en absoluto. Que se lo digan a Marcos Izpizua, un tiarrón de Orduña, que son su perro «Iru» apenas logró mantener juntas a las ovejas. Se quejaba el hombre de que su lote de ovejas (había cuatro que se iban turnando) era belicoso, algunas topaban y otras corrían sin pegarse a sus hermanas. Al caso es que a los dos vascos, el otro es José Mari Bengoa, con «Eder», no les fue nada bien. Tampoco ayuda el color rojo de sus perros, ni su carácter. Más dados a acercarse, más bruscos de movimientos y, finalmente, más nerviosos. Hubo momentos en los que aquello parecía un encierro. José Mari se rascaba por debajo de la boina y gritaba en euskera pero como si nada. Una nube de polvo y ganado avanzaba caótica por el campo hasta quedar en un rincón del vallado. No fueron los únicos, porque esto del pastoreo de precisión es un arte complejo, y salvo el poderoso kelpie (raza de perro de origen australiano) del utielano Gabriel Ruiz, el resto eran border collie, como «Beyo», como «Bali», que sería la ganadora, como «Neska», vencedora el pasado o como la delicada «Java», de la alicantina Natividad Soler.
En este mundo se les dice a los perros «lay down» y se acuestan pegando el pecho a la tierra, invisibles al ganado, ocultos entre los brotes que rumian, se les grita «esquerra» y se desplazan con un ojo siempre puesto en el pastor, se les susurra «azkarra» y se lanza como un rayo a por el rebaño. Es un ballet hermoso, lleno de detalles y movimientos sigilosos, en el que se mezclan dos inteligencias para gobernar la proverbial falta de luces de los ovinos. Es un espectáculo para entretener a los curiosos, para subir a Ares a echar la mañana y luego comer algo típico del terreno. Pero también de trata de conocer de qué va la vida de estas gentes, como Merce, que a las pocas horas comienza su verano poniendo rumbo a los Pirineos con miles de cabezas de ganado o como Alberto, de la cercana Camporrobles, que también se gana la vida con las ovejas y se lamenta, como todos, sin dramas ni aspavientos, de lo difícil que resulta permanecer en los pueblos y mantener los oficios de siempre. Es su primera vez en un concurso y su perro «Link» lo hace muy bien. Les brillan los ojos a los dos. En este mundo en extinción los animales y los humanos se tratan de igual a igual, andan siempre unos pendientes de los otros. Con esa necesidad atávica de amistad y compañía en el trabajo.
Horas después nadie circula por la carretera. Un conejo cruza huyendo de no se sabe qué. No hay ladridos, ni balidos. Solo el viento fresco que recorre el llano y se lleva la cal del círculo, algún papel y las briznas sueltas por al ajetreo de las ovejas. A lo lejos se intuye la mole, y Ares. Ese pueblo colgado de la roca.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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