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Juan Cano
Málaga
Lunes, 4 de septiembre 2023, 10:32
Decía llamarse Anthony Smeeton, un directivo de éxito que representaba a multinacionales. Así, con esa careta y multitud de conversaciones más o menos subidas de tono, se fue ganando la confianza de Silvia (nombre ficticio), una mujer de mediana edad y de un nivel cultural alto que venía de un divorcio complicado. El hombre de negocios apareció en el momento justo y a ella se le presentó como una tabla de salvación para salir de la profunda depresión que sufría. Y la sumió en otra peor.
Smeeton es sólo la fachada que utilizan los ciberdelincuentes para perpetrar lo que se conoce como el 'timo del amor', una estafa que empieza en una red social y que luego se extiende a la vida privada de la víctima, que se enamora de una identidad virtual a la que nunca llega a ver en persona. Se puede presentar como un piloto, un militar, un empresario de éxito o incluso Brad Pitt, como le ocurrió a una vecina de Granada, a la que hicieron creer que el actor se iba a casar con ella.
Bajo esa apariencia, y una vez que la víctima se siente dentro de una relación sentimental, utiliza toda clase de argucias y pretextos para conseguir que le transfiera dinero a diferentes cuentas corrientes. A Silvia la engañó pidiéndole un préstamo para la compra de maquinaria y ella le entregó 332.000 euros en 29 transferencias y dos ingresos realizados entre diciembre de 2017 y octubre de 2018.
Según la denuncia de la mujer, a la que representa el bufete marbellí de la abogada Isabel Gómez Zotano, la depresión que sufrió tras su divorcio la condujo a «refugiarse» en las redes sociales. En agosto de 2.017, se hizo un perfil de Tinder, donde contactó con el supuesto Anthony Smeeton. Silvia se enamoró «perdidamente» por las conversaciones y las «atentas maneras» de este individuo, que compensaban «cualquier otra exigencia superficial».
Poco a poco, a través de la pantalla del móvil, fueron compartiendo experiencias y ella pensó que tenían intereses afines y se quedó fascinada con el estilo de vida que aparentaba el exitoso directivo, que decía viajar constantemente por el mundo para asistir a importantes simposios de negocios en Arabia Saudí, Singapur... Allí aseguraba frecuentar exclusivos hoteles y famosos restaurantes. Una fachada de lujo y glamur.
Tras conocerse, el supuesto hombre de negocios inició una «frenética» comunicación dentro de un «paciente y audaz plan de actuación», que consistió en ganarse la confianza y el afecto de la mujer. Para ello, utilizó «confidencias personales y sensibleros mensajes aderezados en ocasiones con carga sexual» para luego abordar el tema económico.
En realidad, Anthony Smeeton era -siempre según la denuncia- un «estafador profesional y cabecilla de un grupo internacionalmente organizado», para el que Silvia «solo era una presa a la que captar» para estafarla después de crear un «vínculo afectivo» cimentado sobre embustes con los que «primero se introdujo en el corazón de su víctima para luego pasar a la cuenta corriente».
La abogada de la víctima sostiene en la denuncia que se trata de un fraude que viene causando estragos económicos entre mujeres solteras o divorciadas con un denominador común: «La soledad por el desamor».
A petición de Anthony, la mujer le envió dinero en concepto de préstamo para la compra de maquinaria a nombre de diferentes beneficiarios que él le iba indicando. Cuando preguntó quiénes eran, él alegó motivos fiscales. Pero después Silvia descubriría que esas personas serían lo que en el argot policial se conoce como «mulas», individuos que, a cambio de una comisión, acceden a recibir el dinero y entregárselo a los estafadores.
Y aquí la historia se retuerce aún más en una nueva vuelta de tuerca. Entre los receptores del dinero sólo figuraba un nombre español, un vecino de un pueblo de Madrid que habría recibido 128.000 de los 332.000 euros transferidos por Silvia. Es el único investigado en el caso. Para la acusación, que ejerce la denunciante, es una más de las 'mula' utilizadas por los estafadores para desviar el dinero defraudado.
El sospechoso, en cambio, se presenta como otra víctima más de los ciberdelincuentes. El hombre, que está prejubilado, tiene dos hijos mayores y una pareja desde hace 20 años, argumentó en su defensa que conoció en Tinder a una chica que le contó que había enviudado recientemente y que él, casualidad, se parecía mucho físicamente a su difunto marido.
Se llamaba María Kimberly y, de ser cierta la historia, extremo que tendrá que comprobar el juzgado, sería la versión femenina de Anthony Smeeton. La mujer, o al menos eso creía él, porque afirma que nunca llegó a verla, se acabó convirtiendo en su -asegura- pareja virtual. Ella le dijo que necesitaba utilizar una cuenta española para recibir la indemnización del seguro de vida de su esposo.
El hombre alegó en su descargo que abrió esa cuenta donde se recibieron las transferencias y le mandó la tarjeta a su pareja virtual a Malasia, donde supuestamente se encontraba ella gestionando la herencia de su difunto marido. Al investigado le contó que los envíos de dinero los realizaba una ciudadana española -Silvia-, cuando su supuesta novia le había dicho que los haría una mujer residente en Rumanía que era amiga de su esposo. Cuando él se escamó y empezó a preguntarle por el origen del dinero, no volvió a saber nada de María.
Después de cinco años, Silvia sólo ha podido recuperar unos 48.000 euros que el juzgado liberó hace un par de meses y que fueron retenidos en su día por el banco al detectar que había algo anómalo en aquellas transferencias. La causa sigue abierta y avanza con una considerable lentitud, tanto que la abogada de la víctima ha presentado sendas quejas ante el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que reconoce la demora, aunque la achaca, como el juzgado, a la falta de personal y a la dificultad para identificar a los denunciados.
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