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Si existe un gen médico, ese ADN debe andar por la familia de Elvira Garrido-Lestache López-Belmonte, nieta de cirujano, hija de forense, enamorada de la Medicina y hoy al frente del Instituto de Medicina Legal (IML) de Valencia. Tiene 65 años, media vida en la profesión y casi una década al frente del organismo de la Conselleria de Justicia que se encarga, entre otras cosas, de las autopsias en la provincia.
Su terreno es el de la muerte violenta, una realidad que ha vivido en su propia familia con un grave accidente de tráfico. Está curtida en la grandeza de establecer causas de fallecimientos, marcar parentescos sobre hallazgos y un sinfín de labores que, en general, ayudan a la Policía y a hacer justicia. O simplemente a pasar página a la familia de un desaparecido.
«De niña no veía la muerte como algo traumático y la Medicina la vivía como algo familiar», recuerda la experta. El trabajo de su padre le ayudó a naturalizar las autopsias. «Cuando preparé la oposición ya veía la medicina forense como algo global. Las autopsias eran una parte y a mí lo que más me gustaba era la toxicología».
¿Pero de qué química está hecho un forense? «No hay una pasta especial. Quizá el rasgo sea el humanismo», define. Su inspiración es «mi familia» y se inculca «valores de servicio y trabajo, dar más que esperar a recibir». Su referente de ficción es el Doctor Gannon, protagonista cirujano de la serie televisiva 'Centro Médico' de los años sesenta. «También nos influyó en juventud (risas). Tuvo su aquel».
Su memoria viaja al primer cuerpo que tuvo delante: «Fue un chico que falleció corneado por un toro embolado. Vi ciencia y perfección anatómica, en contraste con el dolor por el fallecimiento de un joven. Con el segundo me impresioné más, la verdad». Y a partir de ahí, muchos más. Sólo este año llevan en el IML más de 1.800 autopsias de las que se encargan siete mujeres y cinco hombres. Son sólo parte de los 57 profesionales forenses del instituto.
Sin entrar en detalles, en la autopsia «se realiza un examen externo e interno del cadáver y otras exploraciones complementarias». Puede durar «desde unas horas a varios días y se procura que un médico no realice más de tres por jornada», aclara la experta. Si la fatalidad trae más cadáveres se supera ese número. En general, los forenses trabajan 36 horas semanales en invierno y 31 en verano.
Lo más estresante llega siempre «cuando se mezcla el componente emocional». Por ejemplo, «en el accidente del metro me tocó realizar tareas de cotejo de datos de identificación de los fallecidos con los que aportaban los familiares, hacer el cruce y señalar posibles candidatos» para confirmar identidades.
En el incendio de Campanar asumió el cometido de «hablar con las familias y explicarles la posible causa del fallecimiento». Recién estrenada en su primer destino hubo un incendio en Los Valles donde fallecieron dos menores. «Su imagen con pijama y los muñecos de peluche me dejó muy marcada. Eso no se borra». Pese a todo, asegura que nunca ha tenido pesadillas con lo que presencia.
El precio emocional se paga: «Influye el fallecimiento de alguien joven, las circunstancias… Cuando coincide con la edad de tus hijos es muy abrumador», confiesa. Las forenses embarazadas, por ejemplo, están exentas de realizar autopsias por una cuestión de riesgo laboral. Pero eso es reciente. «Yo estuve delante de cuerpos hasta muy poco antes de dar a luz a mis dos hijos». Realmente, «nunca te acostumbras a la pena o impresión ante el cuerpo violentado. Aprendes a intentar no involucrarte. Pero muchos se han visto superados varias veces. Las emociones son muy traicioneras».
Ellos están en los sótanos. Son, quizá, los del trabajo menos visible en el éxito policial y judicial. Y pocas veces llega la felicitación o palmada en la espalda, que no es precisa pero siempre reconforta. «Yo creo que está profesión debería estar mejor remunerada y soló nos reconocen tras experiencias traumáticas en las que aparecemos o somos necesarios», señala.
En el lado opuesto está la satisfacción «del deber bien hecho. Da lo mismo que sea un informe pericial, la atención a un paciente, la escucha de un problema, compartir las risas o lágrimas». La forense presume de «equipazo humano» y de ser el único IML de España con la certificación ISO 9001.
Cuando apaga las luces de su despacho, busca la evasión en la cocina. «Me encanta improvisar y elaborar platos que me voy inventando». Para apartar los malos tragos o liberar tensiones «la terapia ocupacional es muy importante». En situaciones muy complicadas «me voy a caminar con mi marido».
Elvira intenta «desligar el trabajo de la familia», aunque «hay momentos en los que es complicado. En casa se comentan generalidades pero tanto mi marido como yo llevamos el secreto profesional a rajatabla. Lo aprendí de mi padre». Fue médico forense asignado a la Audiencia Nacional y «nunca comentó en casa actuación alguna en relación a los detenidos».
Lo forense, como lo policial, se ha colado en el genero negro del cine, libros, podcast... «Ni me gusta ni me disgusta», aprecia. «Creo que muchas series nos han beneficiado por un lado y por otro llevan a la confusión. Muchas son americanas. La gente cree que trabajamos como ellos y no es así». Los cortos o documentales españoles sobre casos reales, «directamente no los veo. Creo que las familias se deben un respeto y aunque, pensemos que se tratan así, siempre removemos hechos dolorosos». Además, «nos venden mucha ficción tecnológica y término erróneo». En la serie 'The Resident', «oí que una patología cardiaca de un paciente era porque se le había roto el corazón de amor y casi me parto de risa».
Todos estos años mirando a la muerte a los ojos le han vuelto «más compresiva, empática y humilde con familiares de víctimas». Pero ver tantas maneras de morir y matar deja otra estela: «Yo me he vuelto más cauta y, por desgracia, obsesiva con mis hijos. Y creo que a muchos compañeros les pasa igual». A Juan, que es también es médico, no para de repetirle: «Por Dios Juan, la carretera...» Y él responde: «Mamá, que tengo 33 años» . En general, su trabajo «desgasta mucho», con «problemas para resolver y una población humana sobre la que trabajamos llena de dolor».
Elvira es cristiana y cree en la vida después de la muerte: «El alma existe y se nos fue dada». Estima que la ciencia no está reñida con la fe y hay «muchos científicos creyentes y practicantes». Un compañero de la forense superó una parada cardiorrespiratoria «y me contó que se encontró con su madre». Pero aclara: «En nuestro trabajo nuestra ideología política o creencias religiosas no son conocidas ni deben influir en nuestro quehacer. Somos imparciales y objetivos».
-¿Cómo encara su propia muerte?
-Con naturalidad y con fe. No le doy muchas vueltas. Yo quiero que me incineren. Luego sé que me aguarda una vida mejor y tengo muy claro que me encontraré con los míos.
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