La Edad Media está rodeada de mitos y malentendidos que los historiadores se esfuerzan por desmontar. Sin embargo, una realidad innegable es que en esa época se pasaba un frío considerable. Las viviendas de entonces no estaban diseñadas para retener el calor, lo que hacía que los inviernos fueran duros para la mayoría de la población.
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Así lo explica Nuisia Raridi, profesora italiana de Historia y divulgadora en redes sociales, en un vídeo reciente que se ha hecho viral. «En la Edad Media hacía muchísimo frío. No había radiadores, ni chimeneas, ni cristales en las ventanas, por lo que las casas estaban permanentemente atravesadas por corrientes de aire», señala la especialista.
Uno de los factores que contribuía a esta sensación de frío eran las ventanas. A diferencia de hoy, en la Edad Media la mayoría no contaba con cristales. «Había que elegir entre dejar entrar la luz y el frío... o ninguno de los dos», explica Raridi. Las contraventanas de madera o las telas enceradas eran las opciones más comunes para intentar protegerse del clima. El vidrio, por su parte, era un material costoso y raro. «Apareció en las catedrales alrededor del siglo X, pero en las viviendas privadas no llegó hasta después de 1300, y aun así era exclusivo de las clases acomodadas», detalla la profesora.
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Otra gran diferencia con la actualidad era la ausencia de chimeneas tal como las conocemos hoy. «Las chimeneas, tal como las entendemos hoy, no se desarrollaron antes del siglo XIII. Probablemente, sean un invento italiano, ya que las primeras referencias escritas provienen de documentos de la antigua República Marinera de Venecia», señala. Antes de esa innovación, el fuego se encendía en el centro de la habitación y el humo salía por agujeros en el techo, lo que provocaba que las casas estuvieran llenas de humo.
La construcción de las viviendas tampoco ayudaba a mantener el calor. «Las casas medievales eran a menudo de madera y mal aisladas, un verdadero problema en los meses más fríos», subraya Raridi. Como mantener el fuego encendido durante la noche era peligroso, la única solución era abrigarse bien. Los habitantes de la época dormían bajo mantas gruesas y llevaban gorros para protegerse del frío mientras descansaban.
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Los más ricos contaban con ciertas ventajas para sobrellevar mejor las bajas temperaturas. «En realidad, las camas con dosel eran extremadamente prácticas: las cortinas que las rodeaban servían para retener el calor y protegerse del frío y las corrientes de aire. No era una cuestión de lujo, sino de supervivencia», concluye la historiadora.
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