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jorge alacid
Sábado, 24 de diciembre 2022, 00:34
En vísperas de la I Guerra Mundial, el ministro ruso de Interior, Piotr Durnovó, envió al zar un inquietante aviso sobre el «innecesario choque» con ... Alemania que se avecinaba... para Rusia. Aquel texto guarda alguna semejanza con la preocupante situación actual que vive su país porque anticipa un sombrío futuro a cortísimo plazo y porque aquella historia acabó tan mal como cabe suponer. «Rusia se verá arrojada a una anarquía desesperada», profetizó. Y acertó. Este pasaje, contenido en el libro 'La historia de Rusia' (Taurus, traducción de María Serrano), que acaba de publicar el historiador Orlando Figes (Londres, 1959) desvela la genuina dimensión de la guerra de Ucrania, que hunde sus raíces en la convulsa convivencia con el oso ruso, y su potencial impacto sobre el propio agresor, la Rusia de Putin. Londinense, nacido en 1959, es profesor de Historia en la Universidad de Londres y máxima autoridad mundial sobre la historia rusa, contesta a este enigma y a otras cuestiones.
- Quienes leyeran su anterior libro, 'Los europeos', ¿deben interpretarlo como una especie de preparación para 'La historia de Rusia'? ¿Como una precuela, casi como un 'spin off'?
- No, en absoluto. 'Los europeos' fue un trabajo de amor, un descanso de la historia rusa, aunque Turguéniev, mi ruso favorito, ocupa un lugar central en el libro. Habla de una época en la que Rusia (al igual que España) se trasladó al centro de la cultura europea gracias al ferrocarril y a las nuevas tecnologías de la cultura impresa.
- Supongo que cuando tomó la decisión de escribir 'La historia de Rusia' no imaginaba la actual coyuntura bélica. La invasión rusa, la resistencia ucraniana… Aunque en ese escenario el conflicto siempre está latente.
- La invasión a gran escala me cogió por sorpresa, pero ya me preocupaba la probabilidad de una escalada del conflicto cuando me dispuse a escribir el libro. No olvidemos que la guerra comenzó con la invasión de Crimea en 2014. Desde entonces estaba claro adónde conducía la retórica antiucraniana de Putin. Por eso elegí empezar el libro con su inauguración del monumento al Gran Príncipe Vladímir en Moscú el 4 de noviembre de 2016, una declaración de intenciones hacia Ucrania en la que ya negaba la reivindicación ucraniana de una nación histórica. También es la razón por la que decidí centrarme en las ideologías de la historia, los mitos y los valores invertidos en el pasado. Me preocupaba la creciente desconexión entre la forma en que los rusos ven su historia y la forma en que yo y otros occidentales habíamos enseñado y pensado sobre ella durante tanto tiempo.
- Usted se ha especializado como historiador en el análisis de Rusia. ¿De dónde nace esa fascinación por aquel país?
- No es por ninguna conexión familiar, aunque mi amor por la literatura rusa se remonta a mi adolescencia. Cuando estudiaba en Cambridge, quería estudiar historia intelectual judeo-alemana. Me interesaban los jóvenes hegelianos de las décadas de 1830 y 1840. Pero mi supervisor me aconsejó que no me peleara con Hegel todos los días y me sugirió que estudiara algo empírico: ¡campesinos rusos! Conseguí una beca para estudiar ruso y fui a Kiev en 1983 para hacer un curso de lengua. Al año siguiente fui a Moscú para el primero de tres años de investigación de archivos sobre el campesinado del Volga en la Guerra Civil rusa. El lugar me gustó enseguida. Me encantó la calidad de la vida intelectual, el valor que la gente daba a las ideas y a la búsqueda de la verdad. Ahora todo eso parece muy lejano.
- Su libro aborda la construcción de Rusia a partir de un par de elementos muy recurrentes y emparentados: la religión y el mito. ¿Hasta qué punto la interpretación mítica de la historia, que es una interpretación falsa o al menos incompleta, sigue condicionando el presente ruso? ¿Cómo se combate esa idea mítica de la realidad?
- Sí, es verdad que los mitos de la historia rusa están muy vivos: la misión divina de la 'Santa Rusia' en el mundo, su imperio universal, su salvación de Occidente (de los mongoles, de Hitler) que no fue reconocida, el mito de la rusofobia occidental, de un Occidente hostil que sólo podía ser repelido por un líder fuerte y un Estado militar... Putin juega con estas ideas (y con otras más) hoy en día. Es muy difícil combatirlas, entre otras cosas porque los rusos llevan contando estas historias desde el siglo XIX y, por tanto, tienen una profunda huella en la conciencia nacional. Lo que Putin dice sobre Ucrania, por ejemplo, que siempre fue parte de la Gran Rusia y nunca tuvo una nación independiente, es básicamente la visión de la historiografía imperial rusa anterior a 1917. Es lo que se les ha enseñado a los rusos en la escuela, lo que han visto en innumerables películas y programas que refuerzan estas ideas, especialmente durante la Guerra Fría. Romper el poder de estos mitos imperiales y nacionalistas requiere una reevaluación fundamental de la historia rusa.
- Desde las primeras páginas ya surge en su libro otro factor decisivo para entender el contexto actual: que Ucrania mira hacia Occidente con una intensidad y frecuencia superiores a la mirada rusa. Desde la antigüedad «deseaba ser parte de Europa, no una colonia rusa». Y por el contrario usted anota que en Rusia «el profundo rencor hacia Occidente hunde sus raíces en el mito nacional».
- Sí, Ucrania siempre ha sido más occidental que Rusia. Sus tierras occidentales entraron en la órbita de la Mancomunidad polaco- lituana a partir del siglo XIII, cuando Rusia fue ocupada por los mongoles, y desde el siglo XVII sirvió de conducto para las ideas, reformas litúrgicas, modas y tecnologías occidentales en Rusia. Por eso el Estado imperial ruso desconfiaba de Ucrania. Temía su espíritu independiente, su amor a la libertad y su potencial como aliado de las potencias occidentales contra Rusia.
- Cita usted la frase célebre de Orwell: «quien controla el pasado controla el futuro y quien controla el presente controla el pasado». Es una frase plenamente vigente para interpretar la estrategia de Putin.
- Sí, creo que es así. Putin utiliza su historia-mito para movilizar el apoyo a su nacionalismo antioccidental, que sustenta su visión del futuro de Rusia. Esto no es nada nuevo en Rusia. Stalin hizo lo mismo. Sin una política libre, ni siquiera una interpretación comúnmente aceptada de conceptos como «libertad» o «seguridad», el discurso político está definido por la historia. La interpretación que el Estado hace del pasado sustenta su proyección ideológica hacia el futuro.
- También aparece en su libro otro rasgo dominante en aquella cultura. La pulsión autodestructiva propia del alma eslava, por ejemplo.
- El alma rusa es otro mito, sin duda. Ha sido utilizado por el Estado autocrático desde principios del siglo XIX para reforzar la idea de las cualidades «especiales» de los rusos, su colectivismo y sacrificio desinteresado por una causa superior, que los situaba, según el mito, en un plano moral más elevado que el Occidente materialista e individualista.
- Y también es recurrente la mención a un factor muy relevante en los gobernantes rusos, antes y ahora: su vocación expansionista. Y una histórica tendencia a la corrupción.
- El carácter expansionista del Imperio ruso se analiza a lo largo de todo el libro. Se puede ver como resultado del tamaño del país y de sus fronteras indeterminadas y abiertas, que llevaron al Estado a expandirse hacia territorios vecinos más débiles, como en Siberia, o a intervenir para mantenerlos divididos, como hizo en Turquía en el siglo XIX fomentando las conexiones con las minorías eslavas. O se puede ver este expansionismo como parte del carácter del Estado enraizado en su inseguridad: una militarización de la sociedad para controlarla internamente. Creo que hay algo de cierto en ambos puntos de vista.
- En varios pasajes alude a un rasgo muy evidente en la naturaleza de los rusos: su espíritu de resistencia. Un elemento que invita a pensar que la guerra de Ucrania podría prolongarse. ¿Hasta los tres años que resistió Sarajevo su asedio?
- ¿Resistir o aguantar? Ciertamente, el régimen ve esto como una guerra existencial, y cuenta con la idea de que Ucrania significa menos para Occidente que para Rusia. Seguirá con la guerra todo el tiempo que sea necesario para reclamar algún tipo de victoria. Cuánto tiempo aguantarán los rusos todos los sacrificios necesarios para esta guerra es más difícil de saber. A medida que aumente el número de muertos y la economía se resienta, es probable que aumente la resistencia de los rusos a la guerra.
- ¿Y hasta qué punto se puede leer la historia de Rusia como una historia de negaciones? Negación al espíritu del Renacimiento, luego a la Ilustración…
- No es una negación, pero es cierto que Rusia se perdió los logros humanistas y cívicos del Renacimiento en Europa. Las ideas de la Ilustración fueron adoptadas por Catalina, Alejandro I y Alejandro II. Pero también provocaron una reacción eslavófila contra ellas por considerarlas una amenaza para los «principios rusos» y las tradiciones.
- Cita usted en la fase final del libro aquel terrible momento del ingreso de Rusia en la I Guerra Mundial, donde se detecta un anticipo de cómo puede acabar el actual conflicto bélico. Cuando el ministro del Interior escribe entonces que si Rusia entra en guerra se verá arrojada a una anarquía desesperada, «cuyo resultado no se puede prever». ¿Es también su opinión? ¿Que como tantas veces sucede a lo largo de la historia la paz puede ser más temible porque trae consigo el caos?
- La guerra es siempre imprevisible. Es demasiado pronto para saber cuáles podrían ser sus consecuencias para Rusia, pero un colapso como el de 1917 es posible.
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