GERARDO ELORRIAGA
Domingo, 25 de marzo 2018
La isla de Mayotte está en pie de guerra. Sus carreteras se encuentran bloqueadas y los mercados, desabastecidos, las oficinas y escuelas permanecen cerradas desde hace semanas y las promesas de la ministra de Ultramar Annick Girardin no han conseguido apaciguar los ánimos. La inseguridad, la saturación de los servicios públicos y la miseria, alientan la furia de sus vecinos, ciudadanos franceses de origen bantú y fe musulmana. El territorio, situado a 8.000 kilómetros de París, en pleno océano Índico, reclama la presencia del presidente Emmanuel Macron para hacer frente a una convulsión sin precedentes.
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La ambición de los 'mahorais', los habitantes este enclave tropical, puede explicar el caos actual. Francia se hizo en 1841 con un sultanato de origen árabe dividido en cuatro dependencias y cuando, en 1974, la antigua colonia insular de Comoras votó por la independencia, ellos, a pesar de formar parte geográfica del archipiélago, decidieron mantener su vínculo con la metrópoli. El proceso de asimilación se fue reforzando y, hace siete años, aprobaron su conversión en el departamento 101 de la República francesa. Los nativos quisieron beneficiarse de este privilegiado estatus. Posiblemente, no imaginaron las dramáticas consecuencias que podía concitar convertirse en un fragmento de la Unión Europea dentro una de las regiones más pobres del planeta.
Superficie 236 kilómetros cuadrados, similar a la isla de El Hierro.
Población 256.000 habitantes (71.000 en Mamoudzou, la capital).
Crecimiento poblacional 3,8% anual, el mayor de Francia.
Analfabetismo 58%.
La inmigración ilegal llega a las costas de Mayotte a bordo de los 'kwassa kwassa', frágiles embarcaciones de pesca. Como ocurre al sur de nuestro continente, los extranjeros realizan la peligrosa travesía atraídos por este exótico baluarte de la opulenta Francia y proceden, principalmente, de Comoras, con una renta per cápita tres veces inferior. Su llegada ha trastocado la estructura departamental. Los foráneos ya constituyen el 42% de la población total, la mitad en situación ilegal, y saturan tanto el sistema escolar como el sanitario.
Las embarazadas arriban con la esperanza de alumbrar franceses de pleno derecho. La maternidad de Madmoudzou, la capital insular, asiste a 12.000 nacimientos anuales, más que en cualquier hospital del Hexágono. El rápido aumento demográfico ha proporcionado a Mayotte una de las mayores densidades de población del mundo y la amenaza de arruinar su privilegiado ecosistema. Ni siquiera las 20.000 expulsiones detienen su aumento. Las autoridades han respondido a la contestación reforzando las deportaciones, una medida que rechaza la república de Comoras, que interpreta a la isla como una porción del país ilegalmente desgajada por el régimen del Elíseo y ya ha pedido, inútilmente, la intercesión de Naciones Unidas en el conflicto de soberanía.
La xenofobia ha crecido a medida que se acelera el cambio de la identidad local. Los jóvenes extranjeros entre 25 y 34 años ya constituyen mayoría en su tramo de edad y una tercera parte de los residentes sobrevive hacinada en los 'banga', barrios de viviendas improvisadas carentes de la aprobación oficial y cualquier tipo de servicio. Además, los nativos utilizan su carta de identidad para partir hacia Francia, huyendo de la creciente anarquía, un paro que supera el 36% de la mano de obra y la cruda realidad de que el 84% de los residentes, indígenas o forasteros, sobrevive bajo el umbral de la miseria. Ni la agricultura ni el turismo pueden soportar la presión poblacional.Hoy, la antaño plácida Mayotte ha de celebrar elecciones locales. La desconfianza de la sociedad hacia la clase política no alienta una solución pactada. En los comicios celebrados el pasado año, la abstención superó el 70% y un frágil acuerdo logrado esta semana entre París y las autoridades locales fue rechazado por los sindicatos. La lucha contra la emigración, la vivienda ilegal y las pandillas, sintetiza las demandas de una comunidad abocada a la economía informal y temerosa de la invasión constante que llega del mar y que, a su juicio, no es combatida por los cuerpos de seguridad de París.
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