PPLL
Jueves, 17 de julio 2014, 00:08
E l Museo de la Farmacia Hispana de la Universidad Complutense es uno de esos rincones que merece la pena visitar. Y no solo por la belleza de sus cuatro boticas históricas -como la Gibert o la del Hospital San Juan Bautista de Astorga-, sino por sus interesantes instalaciones museográficas, que recrean desde un laboratorio alquimista a la botica del Hospital de San Juan de las Afueras (Toledo). Mención aparte merecen también sus colecciones de botamen, instrumental científico y medicamentos. Y no hablamos solo de especialidades farmacéuticas que se corresponden a la etapa inicial de la industrialización y que aquí se exhiben junto a carteles publicitarios, sino a remedios que tenían más de magia que de ciencia.
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El director del Museo, Javier Puerto, explica así cómo el cuerno de unicornio «se empleaba en los banquetes reales porque se decía que solo con ponerlo sobre la mesa, si en algún plato había veneno, lograba que la comida cambiara de color». Y ¿qué era un unicornio? Pues aunque en el imaginario colectivo es un caballo blanco con un cuerno, los 'cazadores' extrajeron los cuernos de animales como el rinoceronte o las cabras, siempre que su cornamenta fuera un tanto especial. «Pero ya en el siglo XVIII se sabía que el maravilloso, el que los boticarios manipulaban, era el diente del Narval, considerado como un unicornio marino». También la carne de momia era usada como alexifármaco (contra venenos), algo muy curioso porque, como señala el director del museo, «hay que tener en cuenta que es una de las pocas veces que se permite comer carne humana». Este remedio, que se mantuvo hasta prácticamente el XIX junto a la usnea del cráneo de ahorcado (una especie de 'musgo'), tiene también más de magia que de ciencia. De hecho, aunque se mantuvo en el tiempo, fue muy criticado porque se decía que la escasez de momias llevó a adulterar la carne con la de los apestados, con los riesgos que conllevaba.
Así la magia y que en Europa a partir de Galeno se hicieran medicamentos polifármacos según la atribución de cualidades de los mismos, pero sin base empírica, retrasaron la revolución farmacéutica, que no llegaría hasta el siglo XIX. De hecho, servía para tan poco la farmacopea que existía antes de esa fecha que Hernán Cortés pedía que le enviasen de todo menos médicos, «porque los curanderos aztecas estaban más apegados al empirismo y sabían realmente para qué servía cada planta», concluye el profesor Puerto.
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