«¿Qué posibilidad hay de que un padre pierda un brazo y su hija una pierna? Pues ha sucedido en mi familia». Las adversidades marcan ... el camino de Nuria García García, valenciana de 47 años. A su progenitor le privó de un brazo el estallido de una bomba durante la Guerra Civil. Era un niño cuando sucedió, en Requena. A ella le amputaron la pierna izquierda el año pasado por complicaciones derivadas de un sarcoma óseo.
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Nuria es veterinaria de formación, pero ejerce de técnico de recursos humanos. Venció al tumor con 17 años, pero hubo que cortar parte del fémur y colocar una prótesis interna. Después de 26 operaciones por rechazos y otras dificultades, el médico se lo dejó claro: «Hay que amputar ya». Según reflexiona, «tuve años para asimilarlo y, en cierto modo fue una liberación», reflexiona.
Fue en octubre del año pasado y describe así las sensaciones iniciales: «El cerebro no asimila lo que ven los ojos. Cuando mi perra invadía el espacio de mi pierna ausente me sobresaltaba. Es algo muy impactante». Y llegó el temido dolor del miembro fantasma, «como calambres muy fuertes en el pie ausente que no te dejan dormir y te desquician. Es neurológico y no se va con medicación. Me duraron dos meses. A otros, toda la vida». Hay otro mal que no se va, «un perpetuo hormigueo percibido en el pie que ya no está».
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¿Privaciones? «Muchísimas. Yo soy muy deportista. Comencé con el basket a los 10 años, corría, adoro el senderismo… El otro día estuve revisando fotos y tuve que parar por la congoja». Pero otras cosas volverán: «El buceo lo pienso recuperar. Hace dos semanas nadé de nuevo y fue genial».
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Los primeros meses son para que el muñón cicatrice correctamente. En ese tiempo sólo se valía de muletas. «Me habré caído… unas diez veces», hace cuentas, «alguna por la escalera de casa».
Lo suyo es muy reciente y hoy libra otra gran batalla: la prótesis. Es un combate en dos asaltos, el de la adaptación física y el del coste económico. «En mi caso no hay rodilla y este punto es fundamental. Me asesoré bien con otros afectados y compré la mía en abril en una ortopedia especializada de Barcelona. Cuesta 35.000 euros. La he pagado con mis ahorros y ayuda de la familia y ahora espero que Sanidad me ingrese el dinero».
La elaboración de un encaje personalizado y el tipo de rodilla son «cruciales, tanto para la seguridad como para evitar molestias y lesiones futuras». La clave de su C-Leg 4 de Ottobock está en el microprocesador de la rodilla electrónica. El Ministerio de Sanidad actualizó el catálogo de material ortoprotésico al que tienen derecho los pacientes «y el mío está incluido, pero luego cada comunidad aplica sus propios criterios y protocolos». Nuria está convencida: «Tengo derecho a que me la paguen. Pero, de momento, ni dinero ni respuesta». A esperar y, si hay negativa, «a los tribunales».
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La prótesis duele al bolsillo y duele en la adaptación. «Me levanto a las siete y me tiro dos horas con ejercicios para reforzar la musculatura que se fija al encaje. Hay que andar con ella un kilómetro. Probar, sufrir… Encima tengo un muñón corto y una pierna desgastada por la enfermedad». Ahora es «duro, doloroso y lento». Cada día, resume, «es una paraolimpiada».
A su entender, la atención postamputación suspende. «Es la primera vez que me siento abandonada por el sistema sanitario y por algunos profesionales. Me dieron cita con el médico rehabilitador en La Fe enero. La siguiente es ya para octubre. ¿Te parece normal en plena adaptación a la prótesis? En una situación como esta un paciente necesita un equipo multidisciplinar: rehabilitador, fisioterapeuta, psicólogo, unidad del dolor y terapia ocupacional. Esto no existe».
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Hay momentos en los que se ha visto arrasada por la frustración o los baches: «Dolores iniciales con la prótesis, los malditos sudores y roces en verano, los cambios de volumen del muñón que pueden afectar al encaje, el primer momento ante el espejo, las miradas en la calle o en la playa… Te vienes abajo, lloras, maldices…».
Pero al final Nuria saca fuerzas pese a los años de martirio físico. «Soy muy pragmática. Con lo que no puedes cambiar no tiene sentido lamentarse. Nadie me va a devolver mi pierna». Además del apoyo de su familia, pareja, amigos, dos perros y un gato, encuentra consuelo en un grupo de What'sApp «con gente increíble de toda España que ha sufrido amputaciones. ¡Somos más de cien! Y algunos como Carla, sin los cuatro miembros. Y entonces me digo: 'Si ellos pueden, pues yo también'».
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Su mensaje para Carla Maronda: «Me quito el sombrero ante tu lucha. Eres una fuente de fuerza. No te quedes sola y apóyate en otros como tú. Acepta tu situación porque la vida continúa y con el tiempo volveremos a disfrutarla. Es muy gordo, sí, pero las personas crecemos más de lo que imaginamos ante las adversidades. Con constancia».
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