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Martes, 24 de septiembre 2019, 12:46
Nos encontramos a finales de septiembre y para muchos ha vuelto la rutina anual, madrugar, obligaciones, horarios imposibles y una lista interminable de tareas.
Nuestro organismo necesita un tiempo y unas condiciones adecuadas para reajustarse a los cambios. Cuando nuestra capacidad de adaptación no está funcionando bien o no está siendo suficientemente rápida se produce una respuesta física y psicológica que es lo que podemos llamar síndrome postvacacional.
Este conjunto de síntomas clínicos, que no son una enfermedad ni una depresión aparecen cada vez con más frecuencia. Según una encuesta de Cigna el 71% de los españoles reconocen sufrir estrés postvacacional, siendo las mujeres y los jóvenes los más perjudicados
Esta situación está muy vinculada al tipo de vida que tenemos, donde los entornos laborales y sociales son muy exigentes, siendo grandes generadores de estrés.
Irritabilidad, nerviosismo, inquietud, tristeza, melancolía o indiferencia son algunos de los síntomas más evidentes. En estados más agudos puede incluso estar vinculado con falta de apetito, somnolencia, falta de concentración, taquicardia, dolores musculares, molestias en el estómago, sensación de falta de aire e insomnio.
Los síntomas son parecidos a los que encontramos en cualquier respuesta a un estresor agudo, teniendo como única característica el momento en el cual se presenta (vuelta al trabajo y/o comienzo de curso).
Las personas más vulnerables son aquellas que presentan una baja tolerancia a la frustración, son poco resilientes y presentan una personalidad con tendencia a la autoexigencia y al perfeccionismo.
Los periodos muy largos y seguidos de vacaciones incrementan la posibilidad de sufrir estrés postvacacional. De la misma manera, un entorno laboral hostil agrava también los síntomas de la misma manera que los empleos donde el trabajador tiene poca o nula motivación.
Existen medidas preventivas para prevenirlo o minimizarlo como puede ser:
-Volver unos días antes de reincorporarse al trabajo.
-Ajustar horarios y rutinas de forma progresiva.
-Dividir los periodos vacacionales a lo largo del año.
-No esperar a hacer todo lo «divertido» durante las vacaciones y tener el resto del año, también, actividades muy gratificantes
-Buscar trabajos que sean motivadores, tengan sentido y nos aporten suficientes equilibrios entre implicación y recompensa.
En el caso de estar en esta situación existen técnicas y actitudes para combatirlo.
La mejor de todas es darnos tiempo para adaptarnos, en el peor de los casos serán solo unos días, máximo un par de semanas.
Otra opción es centrar nuestra atención y nuestros recursos en potenciar lo positivo del trabajo y de nuestra vida.
Dejar el trabajo en la Oficina o lugar de trabajo (tanto los papeles, tareas como las inquietudes y preocupaciones).
Instaurar unos hábitos de vida sanos y equilibrados en nuestro espacio lúdico.
Cuidar nuestro entorno familiar, social y personal y a todas las personas que lo componen.
Recordar que somos unos privilegiados por poder disfrutar de vacaciones y por tener trabajo.
Y si todo esto falla o tarda más de los deseado se recomienda acudir a un profesional de la psicología para evaluar la situación y activar los cambios necesarios.
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