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No era cosa de China. O de Italia. El 27 de febrero el coronavirus ya estaba en la Comunitat. Se confirmó el primer brote con el locutor y entonces colaborador de LAS PROVINCIAS Kike Mateu. El expresidente de la Generalitat, Ximo Puig habló con el anterior director, Julián Quirós. «No sabíamos si sería un caso aislado o empezaríamos a detectar contagios, como sucedió», rememora. «Con la información que teníamos y el enorme desconocimiento en los compases iniciales nadie esperaba una tragedia de esa magnitud», admite.
La pandemia deja unas cifras sobrecogedoras en la Comunitat. Se perdieron más de 12.600 vidas en los tres primeros años. Sanidad constata casi 1,7 millones de diagnósticos de Covid. El arranque de 2021 marcó los peores picos: el 25 de enero había casi 5.000 hospitalizados. Dos días después, 132 muertes en una sola jornada. Por esas fechas las UCI agonizaban con 670 pacientes en sus camas.
Fue, define Puig, «el mayor reto público desde el final de la Guerra Civil». Con fallas plantadas y el virus avanzando, marzo de 2020 marcó una página imborrable de nuestra historia. Junto al exmandatario autonómico, en la cúpula de la gestión de la emergencia estaba la exconsellera de Sanidad, Ana Barceló. Y otra pieza clave, una mujer que asesoró muy de cerca a los políticos, la subdirectora de Epidemiología Herme Vanaclocha.
Ella tenía 61 años cuando irrumpió la pandemia y había hecho frente a los contagios del anestesista Maeso o los brotes de legionella en Alcoy. Esto era incomparable. «Yo no imaginaba que me iba a tocar lidiar con algo así», reconoce. «¿Lo de China a finales del 19? Bueno, yo creo que no fue intencionado. Me inclino por que el virus estaba en algún animal salvaje y pasó a los humanos».
Su primer temor no fue infectarse. «Sentía más el peso de la responsabilidad, de lo que teníamos encima». No olvida una fecha, el 10 de marzo. «Puse sobre la mesa las muchas razones por las que convenía suspender las Fallas», recuerda. La decisión final «era de Puig y Barceló, pero se hizo lo correcto. Si se hubieran celebrado, los hospitales habrían colapsado. No sé ni por cuánto se habrían multiplicado las muertes».
Describe Vanaclocha jornadas que empezaban a las 9 y acababan a las 2 de la madrugada. «Trabajo y desgaste descomunal». Contabiliza más de 8.000 horas extras de su equipo de las que apenas se resarcieron un 20%. Y otra factura, la de los desvelos. «Era tanto estrés, tantos informes para los juzgados para justificar restricciones… Estuve un año y medio tomando medicación para poder descansar». confiesa.
Anímicamente, a la epidemióloga le marcó el infierno en las residencias, en las que el virus causó estragos. «Veía fotos y se me ponían los pelos de punta: gente ulcerada, con infecciones en piel… Había poco personal y poco preparado», de ahí la intervención pública sanitaria en estos centros.
El expresidente Ximo Puig lo recuerda todo «casi como un largo día, una pesadilla con el peor momento a la caída de la tarde, cuando la consellera me pasaba el parte de fallecidos, hospitalizaciones, ocupación UCI… Era el momento más duro junto con el de meterse en la cama». Recuerda dos instantes muy dolorosos, «el pico de ocupación en la UCI o la tristeza cuando morían casi cien personas al día». Su decisión más dura, señala, fue «impedir a las familias reunirse en Navidad o a muchos negocios poder ganarse la vida». Derramó lágrimas en varias ocasiones: «Las emociones estaban a flor de piel».
Y les llovían críticas. Los médicos se jugaban la vida en hospitales y centros de salud, sin apenas protección contra el virus. Según Puig, la búsqueda de material en las dos primeras semanas fue «desesperada». «Costaba tanto de conseguir… Hubo muchas insuficiencias y por ello pedí perdón en Les Corts. Dieron un ejemplo de entrega y las administraciones no estábamos preparadas. Ni en conocimientos ni en equipos. Nadie, en ningún lugar del mundo, lo estaba», destaca.
¿Lo estamos hoy? «Deberíamos tener una respuesta mucho y no veo que se esté atendiendo como debería esa cuestión». En su primera comparecencia en Les Corts tras la dana, Carlos Mazón aludió a la pandemia: «¿Qué habría hecho yo en la oposición si hubiera 200 muertos? Lo que hice como candidato a la Generalitat, no usar los 10.500 muertos de la pandemia» Para el expresidente Puig, «son dos situaciones incomparables».
Ximo Puig
Expresidente de la Generalitat
En el foco de los dilemas, abrir o no los espacios de interacción social. «En otros sitios se tomaron decisiones contrarias a priorizar la protección de la vida y se jactaban de ello», recuerda Puig. «Aquí no. Con eso y la corresponsabilidad de la sociedad salvamos 2.500 vidas respecto a la letalidad media española. Con esto me quedo de mis ocho años de presidencia».
Como posible error, a toro pasado, Vanaclocha cree que el estado de alarma «podría haber sido más corto. Encerramos a todos tres meses y luego comprobamos que los colegios podrían haber funcionado sin riesgo con las medidas oportunas». Pero todo se hizo «con lo que se sabía y para salvar al mayor número posible de personas». Puig añade: «La mayor insuficiencia fue no haber estado más preparados en protección para sanitarios. Y no haber dotado a Salud Pública de una mayor fortaleza».
Otro rostro clave fue el de Ana Barceló. «Carecer de información a nivel mundial añadía incertidumbre», señala la exconsellera. Su decisión más dolorosa fue, «limitar el acceso a los hospitales». Las familias no podían despedirse de sus seres queridos «y yo sabía lo que eso significaba». Según recuerda, «adquirimos tabletas para conectarse en el momento final y los profesionales de enfermería fueron la mano amiga hasta el desenlace final». El duro adiós por videollamada.
En lo personal, afrontó el fallecimiento de su madre, a la que no pudo acompañar en su adiós. «Se fue en casa, de manera natural, el día en que se decretó el confinamiento. Entendí que debía estar en la conselleria, como hubiera querido ella». Puig recuerda sus palabras exactas: «Me dijo: 'No puedo marcharme. Ella no me lo permitiría'».
Barceló dice comprender la indignación de los sanitarios con la autoprotección: «Era difícil de entender que no dispusiéramos del material pero nuestra mayor preocupación era cuidar a quienes nos cuidaban, pues eran imprescindibles». Alega escollos insalvables: «Éramos vulnerables. Dependíamos de China y muchas empresas se paralizaron porque sus trabajadores procedían de la zona 0».
Ni Puig ni Barceló tienen noción de haberse contagiado. La losa para el expresidente es tener a un familiar joven con Covid persistente. Y una espina clavada: «Me fue imposible por los cierres acudir al entierro de Juan, amigo de toda la vida en Morella. Falleció en lo peor de la pandemia». Vanaclocha sufrió la pérdida de un apreciado médico «y otros tres compañeros estuvieron graves en la UCI». Barceló no perdió a ningún familiar por el virus, «pero sí a otras personas conocidas».
Junto a la lucha sanitaria, la de las calles, la de hacer cumplir las restricciones. Este frente lo recuerda otra mujer, Marisol Conde, comisaria jefa de la Unidad de Policía Nacional adscrita a la Comunitat: «Me incorporé el mismo día que arrancaba el estado de alarma». La leonesa se convertía el 14 de marzo en la primera mujer jefa de una unidad policial adscrita a una región. Tenía 57 años, vivía en Alicante, mandaba Extranjería, lidiaba con la enfermedad de un familiar y se trasladó sola a Valencia para coordinar a 390 efectivos del cuerpo llamados a hacer cumplir las limitaciones.
«Sin tiempo de buscar piso, me alojé en una residencia militar», recuerda. «Era algo sin precedentes». Aforos, cierres perimetrales, toques de queda… Toda la vigilancia y sanción por incumplimientos recaía sobre la Policía de la Generalitat, entre otros cuerpos. Pasaban de vigilar a delincuentes a vigilar a ciudadanos. «Fue un reto hacer asumir restricciones necesarias y cambiantes. Los nervios estaban a flor de piel y muchos no aguantaban«. Otros eran sencillamente irresponsables y hasta montaban fiestas ilegales en pisos. «Procuramos siempre la actuación pedagógica antes que la sanción«, reflexiona.
Luchaban contra picarescas: «El que usaba a su perro para salir con la excusa de pasear al animal, las salidas con una bolsa para simular que iban a por pan… Muchos se aprendieron al dedillo las excepciones y se acogían a ellas a toda costa». Alguno hasta pretendía «dar lecciones sobre la normativa y quien caía en las malas formas».
Conde comprende algunas reacciones sociales: «Había quien no podía más y la situación le superó. O desequilibrios emocionales y depresiones a causa del confinamiento. Sólo en mi entorno personal he conocido media decena de casos», describe. «Incluso personas muy jóvenes, como una universitaria de 24 años que, con su Erasmus próximo y al verlo anulado, precisó ingresar en urgencias para ser tratada».
La irrupción de la pandemia y el cese de actividad social redujo a mínimos la criminalidad. Con calles desiertas y vigiladas, cualquier fechoría cantaba demasiado. «¡Los delincuentes también tenían miedo a contagiarse!», razona la mandataria policial. «Lo vivían con miedo e incógnita», apostilla.
Conde sufrió también el azote más cruel del coronavirus. «Fue el 24 de abril», se emociona. «Mi madre se contagió. No lo superó. No pude despedirme de ella. Tampoco celebrar un funeral porque no se podía en ese momento. La enterramos y a seguir trabajando».
La voz de la ciencia la pone el catedrático Fernando González Candelas. Hace cinco años trabajaba (y sigue) como coordinador de vigilancia genómica de virus respiratorios en la Comunitat. Según el profesor, «pagamos un altísimo precio en vidas y sufrimiento por la falta de protección de los vulnerables y el rápido colapso del sistema sanitario».
El experto se muestra muy dolido con lo vivido en las residencias: «Falta o retraso en medidas de control originaron catástrofes, junto a una falta de humanidad en el trato a afectados y familiares que no debería repetirse jamás». En estos centros «arrastramos un déficit crónico. Es fácil decir que faltan profesionales, pero luego no hay fondos para pagarles salarios dignos y se agravan los problemas».
El coronavirus, expone, «ha seguido evolucionando y se adapta en función de las nuevas mutaciones y la respuesta inmunitaria de las poblaciones. Tengo mis dudas de que hayamos aumentado nuestro nivel de resistencia». Como destaca Gónzález, «el SARS-Cov-2 probablemente evolucionará de forma que su infección sea relativamente leve».
Herme Vanaclocha
Subdirectora de Epidemiología durante la pandemia
Pero atención: «Es muy probable que aparezcan nuevos virus capaces de causar pandemias parecidas». Asistimos a un aumento de infecciones por gripe aviar en granjas. «La probabilidad de que ese virus se adapte y se transmita de persona a persona es cada vez mayor, y su potencial pandémico es tremendo, incluso mayor» que el del coronavirus. El peligro del 'salto' es «elevado». No se sabe si será una pandemia similar, mayor o menor. Tampoco «cuándo y dónde ocurrirá». La situación actual de la gripe H51 ha llevado a prealerta mundial «pero no todos los países cumplen igual con las medidas que deberían adoptar para vigilar el posible salto a nuestra especie». Si eso falla, «la situación posterior es muchísimo más difícil de gestionar».
Vanaclocha coincide: «En Asia suelen comer carnes que pueden albergar microorganismos contra los que los humanos no estamos preparados». Además, «estamos globalizados. En 36 horas un virus recorre el mundo entero». Los factores para otro 'salto' «persisten. Vendrán más pandemias y no tardaremos un siglo en verlo». Una pandemia, resalta, tiene dos fases: «La primera es el miedo. La segunda, el olvido. Para no tener que llorar tantas pérdidas necesitamos una sanidad pública fuerte, con reservas y equipos. Por desgracia, hoy sigue infradotada».
Ximo Puig Expresidente de la Generalitat Valenciana
Al anterior presidente de la Generalitat, Ximo Puig (Morella, 1959) la pandemia le sobrevino con 61 años recién cumplidos y cinco al frente del Consell. Hoy trabaja como embajador de España en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE).
Los peores días de su presidencia los asocia a un post-it amarillo, una nota bien visible en su mesa con cinco palabras escuchadas a un experto: «Este día hay que vivirlo». «Pensé, muchas veces, que había que aprovechar la vida, aunque fuera tan difícil. Ese papelito me acompañó mucho tiempo». Conserva cuadernos con notas de las reuniones telemáticas, una copia del decreto por el que solicitó el estado de alarma para la Comunitat y, «seguramente, la pluma con la que lo firmé». También «mascarillas especiales que me enviaban algunas entidades».
-¿Le ha cambiado en algo la pandemia?
-Aumentó mi fe en la solidaridad y el apoyo mutuo. Me refrendó una idea que aprendí de Tony Judt: el peso de la responsabilidad. Pero estar rodeado de equipos tan entregados y por una sociedad madura hacía que jamás me sintiera solo. Sí el último para decidir. Nunca solo.
-¿Qué huella colectiva nos ha dejado?
-Entendimos que todos nos necesitábamos. Quedó rebatido aquel mantra neoliberal de que la sociedad no existe. Que sólo hay individuos. Nada más lejos de la realidad: nadie es una isla. Esa huella de corresponsabilidad y apoyo mutuo ha vuelto a florecer en la respuesta social a la dana y permanecerá mucho tiempo en lo más hondo.
Ana Barceló Exconsellera de Sanidad
La Conselleria de Sanidad es, de por sí, una cartera dura, en el área más sensible para los ciudadanos. La alicantina de Sax Ana Barceló, casada y madre de dos hijos, tiene hoy 65 años y ejerce como portavoz municipal del PSOE en el Ayuntamiento de Alicante. Vivió la pandemia entre constantes encuentros entre ministerio y regiones, «diariamente y por vía telemática, sin fines de semana ni festivos». La presencialidad la mantuvo junto a un equipo en la Consellería de Sanidad y Salud Pública durante toda la crisis.
Su jornada arrancaba a las siete y «podía terminar a las once o medianoche». Barceló recuerda las ruedas de prensa en las que los periodistas se conectaban desde casa y respondía a una pantalla. «Me pude adentrar en su hogares o conocer a sus hijos, que en ocasiones interrumpían a sus padres, ver mascotas pasear por la estantería… Incluso vi algún pijama que otro». Dormir bien se tornó imposible. «Mi cuerpo no encontró sosiego hasta después de año y medio».
¿Errores? «Seguro que cometí a lo largo de ese tiempo». La enseñanza que destaca es la cohesión, «una de las armas más poderosas para enfrentarnos a la adversidad, junto con la actitud». Fue un «esfuerzo individual y colectivo».
Herme Vanaclocha Subdirectora de Epidemiología durante la pandemia
Ser subdirectora general de Epidemiología en plena pandemia puso a Herme Vanaclocha en primera línea de las decisiones para intentar frenar el virus. Tiene 67 años. Casada, madre de una hija y ya jubilada, conserva seis libretas repletas de datos numéricos, teléfonos, pasos, anotaciones… No se contagió en la primera ola, sí «después, en un viaje a Formentera en junio del 21».
De entre las presiones que recibían ante las restricciones, Vanaclocha destaca una que le resultaba incomprensible: «La insistencia de padres por ir a los entrenamientos o partidos de sus hijos federados en fútbol no profesional. ¡Decían que era prioritario!». No soporta lo que llama la 'infodemia': «Negacionistas, conspiranoicos… ¡Hasta gente con formación y cargos importantes cayó en esa corriente!», lamenta.
A la especialista le desconcertó que regiones como Madrid «levantaran casi todas las restricciones mientras otras del mismo signo político las mantenían». Estas disparidades «generaron desconfianza, con gente que dejó de fiarse de lo que marcábamos. Eso hizo mucho daño». La pandemia le ha dejado huella: «Soy más cauta. Más protectora. Y no puedo entender que la gente no se vacune. Es uno de los mejores inventos de la Humanidad y algunos siguen rechazándolo».
Marisol Conde Comisaría jefa de la Policía de la Generalitat
La comisaria jefa Marisol Conde conserva en su teléfono imágenes de la Valencia desierta, cuando todos estábamos en casa y ella y su gente velaba para que así fuera por el bien colectivo. Destilan silencio, sólo roto por los 'momentazos' en los que una patrulla acudía a la casa donde un niño cumplía años «y conseguía sacarle una sonrisa usando la sirena y los destellos».
Conde no tiene noción de haberse contagiado. Ninguno de los más de diez test que se ha hecho tras verse «algo constipada» ha dado positivo. Sí pasó el Covid su marido «y varias veces». Pero ella dice gozar de «muy buena salud». A pesar de haber perdido a su progenitora por el virus, asegura que no sintió gran temor por contagiarse. «Con tanto trabajo y responsabilidad no tenía tiempo de pensar en ello». En el cuerpo policial «hubo compañeros infectados, pero por suerte todos lo superaron».
Su fuerza en los momentos críticos fue «simplemente el deber». Dice haber aprendido mucho de lo vivido, haber ganado «bagaje y experiencias para mejorar en la gestión del cuerpo». Ya podría haberse jubilado a sus 62 años. Un lustro después, ahí sigue, con la misma fuerza que aquel agridulce 14 de marzo. «Yo amo la Policía. Disfruto con mi trabajo y seguiré con la vocación de servicio que me acompaña».
Fernando González Candelas Coordinador de la vigilancia genómica de virus respiratorios en la Comunitat
Si alguien sabe de virus en Valencia, ese es Fernando González Candelas, catedrático experto en Genética y profesor de la Universitat de València (UV) llamado a controlar la evolución del coronavirus. Hace cinco años trabajaba (y allí sigue) como coordinador de la vigilancia genómica de virus respiratorios en la Comunitat, en la Fundación Fisabio.
Hoy tiene 65 años y permanece atento a los organismos más pequeños y peligrosos en colaboración con Sanidad y los hospitales. A finales de 2019 «no pensaba que las noticias de China fueran el anticipo de una pandemia. Minusvaloré la capacidad de expansión y las medidas que tomaron en la mayoría de países fueron insuficientes», recuerda.
Los riesgos para su salud «eran mínimos, pues evitaba el contacto directo y no participaba directamente en tareas de laboratorio». Su primer contagio sobrevino dos años después, «tras dos dosis de vacuna y muy leve». Suma una segunda infección sin mayores consecuencias. «Muchas personas no llegan a apreciar la gran diferencia con la disponibilidad de vacunas. Hoy la infección es casi siempre leve y sin mayores trastornos en el sistema sanitario».
A González le apena que el reconocimiento a científicos, sanitarios o especialistas en salud pública haya «desaparecido con gran rapidez». Los que se dejaron la piel «hoy vuelven a ser olvidados, menospreciados o vilipendiados». El académico lo resume así: «Sin ciencia no hay futuro y dar pábulo y audiencia a conspiracionistas, paranoicos y demás fauna que recurre a remedios pseudocientíficos nos puede llevar a situaciones tan graves o más que las que se pretende remediar». Los movimientos antivacunas «ya han causado brotes de sarampión con muertes perfectamente evitables».
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