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JAVIER GUILLENEA
Jueves, 13 de septiembre 2018, 01:53
Hacia el anochecer pueden verse en los balcones de algunas casas diminutos puntos rojizos coronados por una voluta de humo. Son los últimos cigarrillos del día apurados hasta el filtro por fumadores responsables que no desean contaminar sus hogares con el humo del tabaco. No quieren que el pestazo a cenicero se imponga sobre el suave aroma a limpio de los suelos y la agradable fragancia a lavanda del ambientador.
Terminan de fumar, arrojan a la calle el pitillo tras comprobar que la acera está libre de peatones y regresan al salón. Después de cerrar la puerta del balcón se acomodan en el sofá, encienden la televisión y se disponen a respirar, sin que ellos lo sepan, un enorme cóctel de sustancias nocivas para la salud. No es una exageración. Según estudios realizados por la Agencia Americana de Protección del Medio Ambiente, el aire del interior de los hogares puede estar incluso más contaminado que el exterior.
La lista de elementos contaminantes es tan grande que basta con leerla para que brote la urgencia de colocarse en el rostro una mascarilla de esas que tanto llevan los japoneses. Biocidas, antimohos, pinturas, detergentes, plásticos, alfombras, materiales de construcción, ropa, productos de aseo y cosmética, muebles, ambientadores o productos de limpieza, entre otros, son un foco de sustancias químicas con las que convivimos diariamente en casa y que poco a poco nos van intoxicando.
«Una vivienda es una especie de almacén de sustancias contaminantes», afirma Javier Roca, director técnico del laboratorio del Centro de Medio Ambiente de la Universidad Politécnica de Barcelona. Es un contenedor en el que se concentran la polución «del aire exterior que entra en la vivienda y la del interior». «Cada componente -añade Roca- tiene sus particularidades. Unos son irritantes, otros tóxicos, y todos se acumulan».
Si se quedan por allí, por los rincones o entre los nudos de la alfombra, cabe pensar que nada mejor para eliminar las indeseadas sustancias contaminantes que darle un buen repaso a la casa y dejarla como los chorros del oro. A simple vista parece lógico, pero si se mira de cerca no lo es. La mayoría de los productos de limpieza contienen ingredientes capaces de dañar la salud de los seres humanos. Vivir en una de esas casas en las que hasta las moscas resbalan por las baldosas de puro limpias que han quedado no es una buena idea.
«Al limpiar la casa podemos ensuciarla químicamente», sostiene Carlos de Prada, director de la campaña 'Hogar sin tóxicos'. El empleo indiscriminado de limpiasuelos, multiusos, limpiacristales, abrillantadores de muebles, desengrasantes, limpiahornos o quitamanchas introduce en las viviendas un cóctel químico que se ha llegado a asociar al asma y problemas respiratorios. Algunas de estas sustancias, afirma De Prada, «también pueden ser irritantes, neurotóxicas, alergénicas, sensibilizantes, alteradoras hormonales, causantes de anomalías congénitas o cancerígenas».
«La casa no es un quirófano», insiste De Prada. El olor persistente a limpiasuelos no es sinónimo de olor a limpio sino de una obsesión que puede traer consigo más peligros que beneficios. Con tanto producto lo que hacemos es meter en nuestra vivienda sustancias químicas como formaldehído, ftalatos, éteres de glicol, tolueno, estireno, xileno, cloruro de metileno, dietanolamina o nonilfeno. Todas pueden ser peligrosas por sí solas en concentraciones elevadas pero también en dosis muy pequeñas de forma prolongada en el tiempo.
«La mayoría de la gente no es consciente de este problema, se habla mucho más del aire exterior que del interior», afirma Javier Roca. «Existe una inquietud científica pero la gente se ha familiarizado con el uso de una serie de productos que mete en casa sin molestarse en leer las etiquetas», explica Carlos de Prada. Reconoce, sin embargo, que a veces no sirve de nada mirarlas. «Si lees la de los pesticidas verás que aparece el nombre del principio activo, por ejemplo el 5%, y el 95% restante figura como inertes sin más explicación, es decir, que no viene la mayor parte de la composición de ese producto».
Otro ejemplo de la falta de atención que se presta a las etiquetas es lo que ocurre con los ambientadores. «En casi todos pone que no se usen en lugares que no estén bien ventilados», explica De Prada. Es una advertencia a la que pocas personas prestan atención y que, en cualquier caso, es difícil de cumplir en invierno.
En este tipo de productos hay otra recomendación algo más inquietante. «En una marca pone que antes de usarlo saques a los animales domésticos de la habitación», dice De Prada. «La dosis que se recibe -afirma Javier Roca- está en función del peso corporal: cuanto menor es el peso más dosis se acumula. Hay gente que tiene canarios en casa y un día se los encuentra muertos, envenenados por los productos de limpieza y los ambientadores».
No solo la masa corporal, sino también la altura, juega en contra de los niños, que se ven sobreexpuestos a los productos químicos. Juan Antonio Ortega, coordinador del Comité de Salud Medioambiental de la Asociación Española de Pediatras, recuerda que los más pequeños «pasan casi veinte horas diarias en entornos cerrados» que se han convertido «en arsenales químicos».
Su vulnerabilidad es mucho mayor que la de los adultos. Primero, afirma Ortega, porque «los niños respiran mucho más rápido que los mayores». Además, está su estatura. «La multitud de productos químicos que se usan en el hogar pesan más que el aire y se quedan a menos de un metro del suelo. Los adultos no lo notamos, pero los niños están respirando todas esas sustancias».
Las consecuencias son preocupantes y van en aumento. Las sustancias irritantes de los productos de limpieza pueden provocar, entre otras afecciones, conjuntivitis, faringitis, tos, bronquitis y patologías como el asma, además de alergias. «Muchas de las enfermedades crónicas de los adultos se labran en casa en edades tempranas», afirma Juan Antonio Ortega.
Pese a todo, no hay por qué alarmarse. «La contaminación doméstica se puede controlar», insiste Ortega. Basta con mandar a los niños a la calle a jugar, abrir las ventanas y usar menos limpiadores. «No hay que ser alarmista. No queremos decir que a todas las personas que se exponen a estos productos les vaya a pasar algo», recalca De Prada. Pero eso no quiere decir que el problema no exista. «La gente no sabe lo que está metiendo en sus casas», dice.
SOLUCIONES
«Nuestras abuelas, que tenían las casas bastante limpias, utilizaban vinagre, limón y otros productos caseros», recuerda Carlos de Prada. Quizá sus hogares no olían a la recepción de un hotel, pero los nietos no salían a la calle estornudando.
Según la campaña 'Hogar sin tóxicos', lo mejor para reducir la carga tóxica de una vivienda es, además de airearla siempre que se pueda y que la contaminación exterior no lo desaconseje, recurrir a productos naturales como bicarbonato sódico, sal, vinagre, limón o jabón natural.
Para elaborar un limpiador general se recomienda llenar una botella de espray manual con mitad y mitad de agua y vinagre, y un poco de jabón natural y bicarbonato sódico. Si lo que se quiere es limpiar los cristales, en principio basta con agua a secas o, si se desea algo más de sofisticación, no hay más que hacer una mezcla con agua y vinagre a partes iguales, todo ello sazonado con una cucharadita de sal.
Si se quiere abrillantar los muebles se puede mezclar vinagre con aceite de oliva (en una proporción de uno a tres, respectivamente), o limón con aceite de oliva en proporción de uno a dos. Y si se trata de dejar reluciente el inodoro, hay que echar vinagre y bicarbonato a partes iguales y dejar actuar toda la noche. Por la mañana no hay más que frotar.
Alternativas a los ambientadores o los cada vez más abundantes productos de aromaterapia supuestamente libres de química hay unas cuantas, desde colocar en recipientes hierbas secas o ramas de pino hasta disponer bandejas con bicarbonato de sodio para absorber los olores o hervir agua con canela. También se puede añadir a los productos de limpieza caseros tomillo, limón, enebro, clavo, o infusiones de eucalipto, romero o espliego.
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Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
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