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Dos mujeres mayores reciben la vacuna contra el coronavirus, en una residencia de Valencia. Txema Rodríguez
CINCO AÑOS DE LA PANDEMIA EN VALENCIA (III) | La enfermedad

Del paciente cero al «jamás me he contagiado»

Inma Guinea perdió a sus padres en tres días. Batiste Martí sigue en la residencia donde trajo esperanza como primer vacunado. Pilar lucha por visibilizar el Covid persistente que dejó a su hija «con un continuo dolor de cabeza». Es la cruel 'lotería' de un virus que aterrizó en Valencia cuando el periodista Kike Mateu regresó del partido de Champions en Milán: «Fui el primero y tenía que contarlo»

Martes, 4 de marzo 2025, 00:46

Cada minuto respiramos entre doce y veinte veces. En reposo. Si hacemos ejercicio, muchas más. Desde marzo de 2020 esta vital acción encerraba el riesgo de enfermar con el temido SARS-CoV-2, el 'bicho', como lo afeamos. Para unos fue sentencia de muerte. Para otros el inicio de una pesadilla que perdura. Y unos pocos aún no saben lo que es un positivo en Covid. Son historias y vivencias dispares. En cada hogar. Muchas aún resuenan en forma de ausencia, secuela o asombro.

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El 27 de febrero, el primer brote ya estaba en Valencia. Y se conoció por Kike Mateu, periodista deportivo radiofónico hoy en la SER y entonces colaborador de LAS PROVINCIAS. El virus se le coló una semana antes en la bomba biológica del Covid que se formó entre los 40.000 asistentes al partido de Champions entre el Atalanta y el Valencia, en Milán. «Había 2.500 valencianistas. Recuerdo caminar por un gran cinturón de aficionados como latas de sardinas. Casi rostro con rostro para llegar al estadio. Sin duda, ahí me contagié», estima hoy. Kike y un aficionado de Burriana fueron los primeros contagios confirmados en la Comunitat.

Ante los primeros síntomas y noticias sobre contagios en el norte de Italia, Kike acudió al Hospital Clínico «por responsabilidad». Y horror. Propio y colectivo. Positivo en coronavirus. «Yo creo que ya habría contagiados antes que yo, pero quizá fui el primero que decidió ir al hospital». Ingresado y aferrado a su móvil, lanzó un bombardeo de avisos «a todas las personas con las que había mantenido contacto». Se sentía «culpable y estresado» ante el miedo de haber infectado a otros y «cada caso confirmado era un martillazo en el corazón».

La noticia saltó y empezó a salir su nombre en los medios mientras los periodistas se agolpaban en el exterior del Clínico. Como en las películas. «Estaba aislado, pero a mi alrededor de montó un tinglado impresionante», recuerda. «A mí se me encendió la luz del periodista, más que la del enfermo y comencé a explicar en mi medio lo que me estaba pasando. Era el primero y necesitaba contarlo. Yo era la historia».

Kike Mateu cuenta su situación desde el Hospital Clínico. LP

Kike sufrió especialmente cuando su compañero de profesión, el exfutbolista y comentarista deportivo Rubén Darío Ciraolo «estuvo ingresado y a punto de morir». En el mismo hospital. Pared con pared. «Lloraba como un niño ante su grave contagio. Él gemía de dolor y yo lo escuchaba. Era y mi amigo y le había infectado yo al volver de Italia. Es muy duro saber que alguien se puede morir por culpa tuya», reflexiona.

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Tampoco olvida «el pánico aterrador» que suscitó entre los sanitarios tras confirmarse su contagio. Después «parecían astronautas con sus EPI's. Sólo veía ojos. Me dejaban allí la comida y se iban. Entiendo su miedo y mi aislamiento absoluto». Una noche Kike se pudo a «temblar con 40 de fiebre», pero poco a poco superó bien su infección. «Yo no tuve miedo a morirme. Soy muy optimista. El miedo atroz estaba en todos los demás. Mi mujer, mi hijo, mis padres, los amigos...».

El paciente cero, título del libro en el que el periodista plasma sus vivencias, estuvo 25 días en el Clínico. «Cuando salí a la calle y atravesé Blasco Ibáñez no había nadie. Nada. Se oían las hojas de los árboles caer». El denso silencio en las calles a causa del confinamiento.

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«Mis padres sabían que si se contagiaban se iban juntos»

Y mientras enfermos como Kike dejaban el Clínico, otros ingresaban y morían. Lo sabe Inmaculada Guinea: «Perdí a mis padres en tres días. El coronavirus nos pilló a todos a la vez y sucedió en muy poco tiempo. Nos arrasó«, resume. La vecina de Valencia, de 52 años, funcionaria del Síndic de Comptes y fallera de Almirante Cadarso-Conde Altea. En el ecuador de marzo, triste por la clausura de las fiestas, las cosas se complicaron sobremanera. El virus irrumpió en su hogar después de que sus padres regresaran de un viaje a Ibiza.

«El 20 de marzo mi madre, Concha, ya tenía fiebre. Al día siguiente, mi padre, Javier». En sólo dos días la mujer ya no razonaba. «Perdió la cabeza por los efectos de la infección. Llegué a pensar que era un ictus», recuerda. Acabaron ingresados en el Hospital Clínico. «Estaban delicados. Mi madre con EPOC, mi padre con problemas del corazón... Ellos tenían claro que si se contagiaban se iban juntos».

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En los primeros días, Inma acompañó a sus progenitores, «pero llegó la restricción y nos dijeron que nos marcháramos del hospital». La mujer se refugió en casa de sus padres junto a uno de sus hermanos y la asistente del hogar. «Empezamos a sentirnos fatal y los tres dimos positivo». Inma, de hecho, acabó hospitalizada y fue allí, el 25 de marzo, cuando supo que su madre había fallecido. «No me pude despedir. Me lo dijo mi hermano por teléfono», lamenta.

El último mensaje de un paciente valenciano a su familia

«Esta enfermedad es una putada. Me quedo solo. Permaneced unidos, que yo me voy con tu madre. Las cosas hay que tomarlas con naturalidad»

Javier Guinea

Fallecido en marzo de 2020 en la primera ola pandémica en Valencia

En medio del caos hospitalario enviaron a Inma a casa «porque había pacientes mucho peor que yo y se necesitaban camas». En el trayecto a casa entre calles desiertas sintió «una pena horrorosa. Había perdido a mi madre, mi padre ingresado... Pensaba que la siguiente era yo. Ya no sabía qué más dolor podría llegar».

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Y llegó. De su padre sí recibió un mensaje final: «Esta enfermedad es una putada. Me he quedado solo. Permaneced unidos, que yo me voy con tu madre. Las cosas hay que tomarlas con naturalidad». No hubo modo de hacerse cargo de los cuerpos de sus padres o despedirlos. Las limitaciones sanitarias lo impedían. «Estaba con 40 de fiebre. Me llama una funeraria que me dice que a mi madre ya la han incinerado. Sin más». Hasta junio no pudieron honrarles como deseaban.

Mientras, la ciencia apretaba el acelerador como pocas veces en la Historia. Justo diez meses después del primer positivo en Valencia, con el virus aún causando estragos, Batiste Martí puso nombre a la esperanza. Fue el primer vacunado de la Comunitat, el 27 de diciembre, en la residencia Verge del Miracle de Rafelbunyol.

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De joven fue serrador en Moncada «y hacía 20 kilómetros en bicicleta para ir de casa al trabajo y volver». Un roble. Sano, deportista y luchador. Padre de tres hijos, se jubiló a los 64 años para cuidar a su mujer enferma, con la que vivió un tiempo en la residencia. El año 2020 fue complicado. Primero, la llegada del virus y el aislamiento de mayores. «Fue un corte en la vida. De visitar a mis padres a diario pasamos a hablarles por teléfono. No se aclaraban demasiado bien, el miedo a los contagios... Un tiempo muy difícil», rememora su hijo Juan Ramón.

Batiste Martí, en el instante en que recibía la vacuna en la residencia de Rafel Bunyol. EP

Poco después, en julio, falleció su esposa tras una larga enfermedad. Batiste pasó un tiempo con su familia y decidió regresar a la residencia, ya como viudo. «La pena fue no haber estado más tiempo con ella en su último año de vida por culpa del confinamiento», lamenta su hijo .

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Pionero en la vacunación, el anciano ha recibido otras tres dosis «y sin problemas». Sólo tuvo un contagio del Covid el verano pasado. Según su hijo, «hubo un brote con varios contagiados«. Dio positivo, »pero ni fiebre, ni tos, ni dolor de garganta…«. Batiste lo tiene claro: «Siempre he confiado en los científicos. Cuando me toque vacuna, vacuna otra vez».

Para otros, la historia del virus se sigue escribiendo cinco años después. Y para mal. Es el caso de Pilar Pardo, madre de Alba, una joven de 17 años con secuelas desde que se contagió. La vecina de Tavernes Blanques es coordinadora de una de las asociaciones valencianas en lucha por el reconocimiento ante el Covid persistente. Alba se contagió en enero de 2021, junto a su madre y su hermana. Mientras éstas recuperaron la salud con cierta facilidad, ella sufrió una estela de males de la que persiste un dolor de cabeza «constante, a veces más intenso y otras algo menos, pero que siempre me acompaña». Desconcertante y agotador.

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El yugo del Covid persistente

«Un dolor de cabeza que aún sigue, fatiga hasta para dar un paseo, flaqueo en las piernas, sensación de ahogo... Estudiaba y no se me quedaba nada»

Alba

Joven de 17 años que encadena cinco años de dolencias

La familia de la joven vivió el confinamiento como cualquier otra: padre, madre y dos hijas encerrados en su casa de Tavernes Blanques. Alba tenía entonces 13 años y cursaba 1º de la ESO. El verdadero problema llegó después, el 15 de enero de 2021. Como recuerda Pilar, «se contagió primero mi madre, de 80 años». El virus avanzó e infectó a su hija, a Alba y a su hermana menor. Tres generaciones de mujeres y las tres con el positivo a cuestas. Mientras a Pilar le quedó una falta de olfato leve el Covid se cebó con la adolescente.

«Pasó tres días con un fuerte dolor de cabeza muy molesto cuando jamás había sufrido este problema», recuerda Pilar. «Tardó más de 20 días en dar negativo». Alba quedó encadenada a un rosario de dolencias. «La de la cabeza, niebla mental…». Como refiere la menor, «estudiaba y no se me quedaba nada, notaba un cansancio enorme hasta para dar un simple paseo, con hormigueo, flaqueo en las piernas, dolor de articulaciones…». Pasó tres años intentando avanzar sus estudios desde casa, «con muchas horas en cama por las molestias». Para colmo, a finales de 2022 sobrevino «una sensación de ahogo y de tener un cuerpo extraño en la garganta».

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Según la madre, «nadie ha puesto remedio al problema, aún no se reconoce como enfermedad crónica de cara a incapacidades y necesitamos unidades de atención multidisciplinar: psicólogos, neumólogos, fisioterapia... Y, ante todo, que nos crean». Además de Alba, otros pacientes del colectivo sufren «dolor de cabeza horrible, fatiga extrema, sangrados de nariz... Hasta 200 síntomas tras el contagio».

El misterio de los que no se contagian

Un virus que fulminaba a más de cien personas al día (hasta 132 se contabilizaron el 27 de enero de 2021). Un virus que deja secuelas. Un virus que, para unos pocos, pasa desapercibido. Como Michel Aguilar, vecino de Valencia de 29 años y operario en una fábrica de Alaquàs.

En aquel marzo cruel, con 25 recién cumplidos, compartía piso con un amigo en Torrent y trabajaba como camarero. «Dos días antes del confinamiento había estado en la Mascletà y me junté con compañeros de trabajo. Temí haberme contagiado». Pero no. Para algunos jóvenes la reclusión del estado de alarma se tornaba insostenible. »En alguna ocasión nos juntamos cinco o seis, a veces sin mascarilla. Renunciar tanto tiempo a socializar nos pareció imposible», confiesa. «Alguno se contagió, pero yo no», recuerda el joven valenciano.

Cuando después volvió al trabajo en la hostelería, el Covid también pasó de largo para Michel. A su alrededor, todos se contagiaban: «Mi novia, una o dos veces. Mi compañero de piso, tres días en cama. ¡Yo estuve allí! Alejado metro y medio, pero sin mascarilla». Hasta llegó a sentir «la necesidad de pasarlo de una vez, quitármelo de encima, pillar anticuerpos y así que luego no fuera tan grave», revela.

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Incluso se relacionó con otros amigos contagiados y estuvo con ellos en la terraza de un bar. Ni con esas. «En mi círculo de amistades cuento unos 15 amigos, además de mi novia. Soy el único que no me he contagiado». En cinco años, tras síntomas de catarro o gripe, se ha realizado unas 20 pruebas, entre PCR y test de farmacias. «Todos negativos».

«No hemos salido mejores de la pandemia»

Kike Mateu Periodista deportivo y paciente cero en Valencia

«No hemos salido mejores de la pandemia»

El niño Kike ya quería ser periodista, contar las cosas a la gente. «Convertirme en noticia y explicar lo que me pasaba fue una gran experiencia. Muchos me dijeron que les había ayudado ante el contagio». Hoy tiene 49 años, está casado y es padre de un hijo. Plasmó su vivencia en el libro 'Paciente Cero' (Alienta Editorial, 2020). «Hola cariño, ya sé que es tarde, pero me acaban de comunicar los resultados. He dado positivo en coronavirus. Parece ser que es el primer caso en Valencia...», arranca en sus páginas iniciales.

Tras superar el contagio se vio sin empleo, consecuencia del azote económico del virus: pérdida de ingresos comerciales durante el confinamiento y las restricciones posteriores. «El dinero dejó de entrar y los que dependíamos de ello dejamos de trabajar», lamenta. «Me cambió radicalmente la vida y pensaba que ya no volvería. Con cierta edad, quedarte en el paro con 45... Creí que el coronavirus había acabado con mi profesión». Pero la vida «te regala cosas cuando menos las esperas». Hoy es la voz de los partidos del Valencia en la SER.

Kike cree que la pandemia «ha cambiado a la sociedad y no para bien». Mucha gente, ahonda, «te dice que se ha vuelto más intransigente, más egoísta, más individualista... No hemos salido mejores de la pandemia. Todo lo contrario. No sabría decir por qué. Veo a la gente más agria e individualista. Peor».

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«La ilusión fallera se mezcla con su recuerdo»

Inmaculada Guinea Vecina de Valencia que perdió a sus padres en sólo tres días

«La ilusión fallera se mezcla con su recuerdo»

Fallera hasta la médula, su primer recuerdo de la irrupción de la pandemia va unido a la suspensión de la fiesta. «La nuestra, de Manuel Algarra, estaba ya medio plantada. Con mucha pena, ayudamos todos los falleros en aquella insólita desplantada y no pudimos recoger nuestros ninots indultats». Su padre, Javier Guinea, había sido director de una fábrica de papel en Buñol. Su madre, Concha Gil, fue la responsable de una óptica de la calle Alemania, y tenía 76 años. Disfrutaban de la jubilación cuando el coronavirus se los llevó por delante.

Cinco años después, «sigo echándolos mucho de menos«. Ellos están y han estado en su memoria en los últimos años al plantarse ante la Mare de Dèu en las Ofrendas. »Desfilaba con mi madre, mientras mi padre nos hacía fotos. Era algo especial. Ahora las fiestas son un momento agridulce. La ilusión se mezcla con el recuerdo de su pérdida».

Inma se contagió de nuevo en la primavera de 2022. Y el Covid le pega duro. «Otra vez me puse muy mal. Vómitos, fiebre muy alta… Una pesadilla. Hasta perdía el equilibrio y tropezaba». Ha encontrado fuerza en su fe: «Es muy triste perder a los padres en tan poco tiempo, pero nos morimos cuando Dios quiere. Hay un día en que nos toca. Puede ser una pandemia, enfermedad, una inundación como la que hemos vivido…».

«Me gustó dar ejemplo y sigo estupendamente»

Batiste Martí Primer vacunado en la Comunitat

«Me gustó dar ejemplo y sigo estupendamente»

Batiste Martí tiene ya 85 años. Nos recibe en plena partida de dominó con su hijo Juan Ramón, en la misma residencia de Rafelbunyol donde estrenó la vacuna. «Él es fuerte. Y valiente», confirma su contrincante. Está algo delicado de los huesos, va en silla de ruedas y recuerda con cariño la fama de aquel 27 de diciembre: «Yo siempre he vivido sin miedo. Me dijeron que iban a vacunarnos y me puse el primero«.

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¿Dolor o reacción? «Nada… Me gustó dar ejemplo y sigo estupendamente». Eran los tiempos en los que algunos casos de reacciones adversas saltaban a los titulares. El principal temor, el de los trombos. Para los hijos de Batiste, más que miedo hubo alivio: «Después del terror de que se contagiara en la primera ola y lo que pasó en residencias ver a mi padre vacunado fue un descanso».

Los centros de mayores fueron escenario de graves brotes, pero el hijo de Batiste siente un «profundo agradecimiento al personal de la residencia de Rafelbunyol». La partida de dominó continúa. Diluvia en el exterior y el anciano mueve ficha. Felizmente protegido, siente que ha ganado la partida al virus.

«Vivir con una enfermedad es como morir»

Pilar Pardo y Alba Madre de una hija con secuelas tras el Covid

«Vivir con una enfermedad es como morir»

La joven Alba quiso plasmar su sentir en marzo del año pasado. Lo hizo con un escrito muy personal, a modo de poema, del que reproducimos un pequeño fragmento:

Vivir con una enfermedad es como morir / Es como un remolino que te va envolviendo poco a poco, arrebatándote todas las esperanzas / Vivir con una enfermedad es acostumbrarse al dolor. A convivir con un dolor que nada ni nadie es capaz de ralentizar.

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El dolor de cabeza le acompaña desde que se contagió del Covid. Cuando su intensidad crece, intenta vencerlo con reposo o Paracetamol. Ha iniciado un grado medio de Imagen y Sonido «y tengo el consuelo de que entienden mi enfermedad y se adaptan con las pruebas si me encuentro mal». Encuentra fuerza en la lectura, la escritura, la música de Taylor Swift o los nuevos amigos. Mientras, su madre, administrativa, sigue en su empeño de visibilizar el Covid persistente. Y pide que difundamos los correos de su colectivo por si alguien afectado necesita apoyo:

Adultos: covidpersistentecvalenciana@gmail.com

Niños o adolescentes: covidpersistentejunior@gmail.com

 

Días de hastío, escasez y aislamiento

Michel Aguilar Joven valenciano sin noción de haberse contagiado

Días de hastío, escasez y aislamiento

Michel Aguilar vive en Valencia. Es ejemplo de quienes no han pasado el Covid. Pero también del azote del virus en pandemia. Trabajaba como camarero y cuando llegó el confinamiento fue de los que entró en ERTE. Recuerda tiempos de «incertidumbre y escasez económica». «Y algo debí hacer mal en el papeleo porque hasta mediados de mayo no cobré nada. Y tenía que seguir pagando alquiler y comida», lamenta. Casi no tuvo contacto con su pareja, salvando el aislamiento »con videollamadas, gimnasia, la videoconsola y cerveza para matar el hastío».

En cuanto a su aparente inmunidad, «no sé porque mi cuerpo responde de este modo. Y es curioso porque cuando me constipo acabó muy congestionado». Muy pocas veces en su vida ha tenido fiebre. «Es raro oír a amigos contagiados hablar de cansancio, malestar… Es un fenómeno mundial y no me explico por qué me he librado». Lo más duro de la pandemia fue verse encerrado «de un día para otro». «Siento que el confinamiento me ha quitado un trocito de vida», sentencia.

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