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inés gallastegui
Martes, 21 de mayo 2019, 14:55
Lechuga libre de ántrax. Sardinas sin cianuro. Pollo limpio de cicuta. ¿Se imaginan productos con semejantes etiquetas en el supermercado? Pues algo parecido está ocurriendo con el gluten, una proteína que solo tienen algunos cereales pero cuya ausencia es publicitada como una gran ventaja en numerosos alimentos que naturalmente no lo contienen, como agua mineral, leche, queso, nata, batidos, zumos, vino, verduras, carne, pescado, legumbres o aceite. Salvando las distancias, claro, porque el gluten, a diferencia de los venenos citados, solo es perjudicial para los celíacos -esos 400.000 españoles que mañana celebran su día internacional-, y para las personas con una intolerancia específica a esa sustancia. Pese a ello, cada vez más gente sin esas enfermedades apuesta por una dieta sin gluten por moda, al considerarla más saludable. Error. «Una persona sana puede prescindir del gluten, porque no es un nutriente esencial, pero eso no supone ninguna mejora», advierte Aida Serra, profesora de Estudios de Ciencias de la Salud en la Universidad Abierta de Cataluña.
La gran mayoría de los alimentos frescos están libres de ese alérgeno, igual que muchos cereales y semillas, como el maíz, el arroz, el trigo sarraceno, el mijo y la quinoa. De hecho, es más rápido decir cuáles sí lo llevan: trigo, centeno, cebada, espelta y otros menos usados en nuestro país, así como pan, galletas, repostería o pasta elaborados con sus harinas. Y la cerveza.
Otra cosa son los productos procesados, que a menudo incluyen ingredientes inesperados que sí pueden contener pequeñas cantidades: por ejemplo, muchas salsas, dulces, frutos secos fritos o tostados y productos vegetales o cárnicos rebozados con alguna de las harinas citadas. El problema para los celíacos es que una minúscula cantidad de su archienemigo -hasta un máximo de 50 miligramos al día- ocasiona una respuesta autoinmune exagerada que daña gravemente su intestino delgado, impidiendo la absorción de nutrientes, y provoca otros síntomas dolorosos o molestos. De ahí la importancia del etiquetado.
La legislación española obliga a indicar la presencia o ausencia de gluten en los alimentos que sean susceptibles de incluirlo. Sin embargo, un reglamento europeo vigente desde 2016 considera publicidad engañosa que productos exentos de forma natural exhiban esa etiqueta, dando a entender que ofrecen características especiales que los distinguen del resto de las marcas y, por tanto, que los de la competencia sí pueden resultar peligrosos para este colectivo. El problema, explica el dietista nutricionista y biólogo Juan Revenga, es que el texto legal contempla como excepciones aquellos productos que mezclen varios ingredientes, alguno de los cuales podría haberse contaminado, y los casos en que se generen dudas en el comprador. «Habida cuenta del nivel de conocimiento de los consumidores en general, seguro que hay quien espera que el brócoli tenga gluten. A eso se agarran», bromea el autor del blog 'El Nutricionista de La General'. «Es una estrategia de marketing», confirma Aida Serra, especialista en Tecnología de los Alimentos.
Y aunque teóricamente esta táctica comercial aumenta su seguridad, ni siquiera gusta a los afectados. «Es una práctica desleal porque la marca pretende diferenciarse del resto con una característica que es común a todos», denuncia la Federación de Asociaciones de Celíacos de España (FACE).
Sin embargo, es probable que los destinatarios de esta publicidad superflua no sean los celíacos, que una vez diagnosticados suelen conocer a la perfección dónde se esconde la amenaza, sino ese indeterminado pero creciente porcentaje de población que evita el gluten sin necesidad. Por moda.
«Forma parte de una estrategia general de 'greenwashing' (lavado de imagen verde): la etiqueta traslada a la gente la idea de que son alimentos más saludables», resalta Revenga, quien compara esta táctica comercial con la coletilla 'mediterráneo' o 'de la abuela' en alimentos en los que no viene a cuento, solo «porque mola», ironiza. De hecho, advierte el autor de 'Adelgázame, miénteme' (ed.B, 2015), una dieta innecesariamente libre de gluten puede ser contraproducente: con la idea errónea de que esa sustancia engorda, mucha gente busca artículos etiquetados 'sin', y estos casi siempre son alimentos procesados, que se concentran en el departamento de galletas, bizcochos, dulces y repostería. «Al eliminar los cereales que llevan gluten, se tiende a seguir una dieta baja en fibra y excesivamente rica en azúcares y grasas», apostilla la experta.
Para colmo, la dieta sin gluten no adelgaza el cuerpo, solo el bolsillo: según la FACE, la cesta de la compra de un celíaco cuesta unos 1.500 euros más al año.
20 miligramos por kilo de alimento o partes por millón (ppm) es el límite máximo hasta el que un producto se considera 'sin gluten'. Los que contienen entre 20 y 100 ppm son 'muy bajos en gluten'. Estos últimos son aptos para personas con intolerancia o quienes sufren colon irritable y quieren reducir la ingesta de este elérgeno, pero no para los celíacos, que solo toleran un máximo de 50 ppm diarias. La FACE cree que esta normativa induce a error. ¿Quienes evitan el gluten?
¿Quiénes evitan el gluten? Enfermos con celiaquía, intolerancia al gluten y colon irritable y cada vez más personas sanas siguen dietas 'glutenfree' -como la paleo para deportistas-, auspiciadas por famosos como Oprah Winfrey, Gwyneth Paltrow, Victoria Beckam, Miley Cirus o Novak Djokovic.
25% de los estadounidenses consume habitualmente alimentos etiquetados 'sin gluten', pese a que los celiacos solo son el 1% y los intolerantes a la proteína, entre el 1% y el 6%. No hay datos sobre España.
Ojo con el arroz. Según un estudio publicado en EE UU en 2015, las personas que siguen una dieta sin gluten presentan el doble de arsénico, cadmio y mercurio en su orina. La sospecha es que consumen más arroz, un cereal con gran capacidad de absorber los metales pesados del suelo y el agua.
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