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La doctora Marisa Blasco, junto al Hospital Clínico de Valencia, donde ejerce su profesión como jefa de la UCI. Jesús Signes
«No veo posible tener una coraza ante el dolor de la pérdida»
PROFESIONES QUE MIRAN A LA MUERTE A LOS OJOS (2)

«No veo posible tener una coraza ante el dolor de la pérdida»

MARISA BLASCO | La médico de UCI ha visto a «infinidad» de pacientes fallecer y sigue llorando con las familias. Lo que vivió en pandemia «fue peor que en una guerra» y describe una sociedad que da la espalda al fin de la vida: «Nadie ya quiere morir en casa, se les oculta a los niños y aún hay quien cree que la medicina lo puede todo»

Martes, 29 de octubre 2024, 00:27

Su historia arranca en Manises. Una niña juega con sus muñecas a 'está malita'. Las cubre con trapos y vendas, agota el agua oxigenada de casa y cura con mimo «todas las heridas que se producían en la familia». Esa niña crece y, con 14 años, su padre enferma de cáncer. Su madre va directa al grano, sin tapujos ni rodeos: «El papá se muere».

Marisa Blasco, miembro de la Sociedad Valenciana de Medicina Intensiva, lleva media vida intentando salvar y humanizando el momento final. Encarna el ejemplo de quienes trabajan en las UCI. Tiene 61 años y es la jefa de esta unidad en el Hospital Clínico de Valencia. La doctora lo tiene claro: «Siempre he agradecido esa sinceridad. No me alejaron de la verdad. Lo de 'se va al cielo' no era una opción. Aquello fue un golpe de realidad. Más que un jarro de agua fría. Pero hasta a un niño hay que decirle que su ser querido a lo mejor no sale de una cirugía, para que le pueda dar un buen abrazo antes de que ya sea imposible».

El Clínico ha sido su segundo hogar. Lleva 32 años en Intensivos, una unidad que es «para quienes aman la medicina 'salvaje', la adrenalina a tope en lo malo y en lo bueno, una escuela de humanidad, de psicología, de ética… A comunicar una muerte no te enseñan en la carrera».

Puntualicemos: una UCI no es sinónimo de muerte. Estadísticamente, allí entran diez y muere uno. Según detalla, «lo más complicado es cuando un paciente va tres metros por delante, cuando intentas salvarlo y tus acciones y tratamientos no dan resultado. Aunque hoy está todo muy protocolizado, queda siempre mucho margen a la decisión humana del médico. Y eso nos crea una fuerte responsabilidad», describe.

Reacciones de familiares

«Hay quien rechaza el abrazo, quien se da cabezazos y hasta una madre generosa que nos ofreció los órganos de su hijo de 18 años»

Comunicar un final siempre es un reto. Y Blasco es sincera: «He vivido infinidad de muertes y aún no tengo una coraza ante el dolor ajeno por la pérdida. Ni creo que sea posible. Lloro con las familias en muchos de los casos, pues a veces son gente con la que convives muchos días y se crean vínculos». ¿Cómo lo hace? «Yo siempre aclaro que no ha sufrido, uso el verbo fallecer o digo 'ya no está'. Toco el hombro o procuro abrazar». Y ofrece a los allegados «la posibilidad de estar con la persona todo el tiempo que deseen».

Y a partir de ahí, incertidumbre: «Hay quien me ha negado el abrazo y quien ha comenzado a darse cabezazos contra la pared». Presencia rabia, a veces furia, pero también paz y generosidad. Una madre perdió a su hijo de 18 años y su frase fue: «¿Necesitan algún órgano de él?». Experiencias así se graban a fuego.

Con mucho, su peor experiencia profesional fue con la pandemia. «Comunicar una muerte por teléfono es inhumano y espero no tener que vivir jamás aquello». Habla, literalmente, de «medicina de tiempos de guerra o peor, porque en un conflicto perdonas más tus errores que con esta situación». Sufrió lo indecible «la frustración de no llegar a todo o ver que no cabían más pacientes». Fueron jornadas de «llorar a diario», de «pesadillas en casa».

Personal del Hospital Clínico, trabajando en pleno estado de alarma, en abril de 2020. EFE

Para un médico de UCI desconectar al llegar a casa «es casi imposible» y muchos «seguimos rumiando las decisiones que hemos tomado en el hospital pese a los intentos por distraernos en casa». Pero se impone, al menos, «no llamar por teléfono al hospital». Cuando lo logra, Blasco se evade con sus acuarelas, la lectura o los libros de misterio. Pero hay premios. Muchos. Como acertar y salvar al filo de la muerte. «O el día en que movimos cielo y tierra para sacar al exterior a un paciente que suplicaba sentir el aire en la cara. Todavía nos da las gracias».

El cirujano catalán Manuel Sans Segarra triunfa con su libro 'La supraconciencia existe. Vida después de la muerte'. Blasco respeta todas las creencias, pero la suya es que tras morir no hay más. Y añade: «En todos mis años de trabajo no he escuchado nada realmente revelador de mis pacientes. Nadie me ha hablado de una luz al final del túnel y algunas vivencias las achaco a los delirios propios de su situación. O a interpretaciones mentales de movimientos físicos en estado de sedación». Para ella morir es, sencillamente, «quedarse dormido». Una ausencia de ser y conciencia «que no es dolorosa». Volver a ser nada. Como antes de nuestra gestación.

¿Vida después de la muerte?

«En muchos años de trabajo no he vivido nada revelador. Nadie me ha hablado de una luz al final del túnel. Morir es como quedarse dormido»

¿Dolor? Muchos asocian la muerte al sufrimiento «y esta es una idea que tenemos que apartar», resalta. «Hoy tenemos la suerte de contar con medicación que evita el padecimiento. A quien la pide se le da. Y no siempre implica quedar inconsciente, algo que algunos temen. Otros prefieren la experiencia y la rechazan por sus convicciones personales. Se respeta».

La curtida intensivista hace balance de su vida. «Tratar tanto con la muerte me ha enseñado a vivir mejor. Creo que aprovecho mi tiempo mejor que otras personas, sin dar importancia a envidias, enfados, provocaciones… Y lo que digan los demás no me altera en nada. Lo que a otros enfada a mí me resbala».

En lo social, la muerte no encaja bien. Nos escondemos de ella, considera. Por ejemplo, «nadie quiere morir ya en su casa. Temen que los niños sufran o que el hogar quede de algún modo impregnado, sucio… La muerte no es bonita, pero no es asquerosa». Otros parecen no encajar lo inevitable: «Se enfadan. Piensan que los médicos o las medicinas nos van a salvar a toda costa, que han avanzado mucho y algo se podrá hacer. Pero no. Somos finitos y es bueno asumirlo».

-¿Cómo encara su propia muerte?

-Yo pienso que sencillamente es el final, que no hay una vida después. Un estado similar a antes de nacer. Ausencia. Si me toca en casa, pues en casa. Aunque tampoco me importaría morir en mi UCI, que además es la del hospital que me corresponde por zona. Eso sí, escogería hacerlo sin dolor, si fuera el caso.

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