![Las aficiones](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/04/15/flores.jpg)
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Hola capturadores
Hay dos frases en la vida que detesto. Una es que «si quieres puedes' y la otra, que »encuentres algo que te guste, lo conviertas en tu trabajo y no trabajarás más«. La primera está claramente desmontada, porque siento decirte que si mides 1,57 y tienes 33 años, no vas a cumplir tu sueño de llegar a 1,80 por mucha leche que bebas. Hay cosas en la vida que, directamente, son imposibles. Pero es que la segunda es aún peor. Convierte algo que te guste mucho en tu trabajo y acabarás odiando esa afición y ese trabajo, diría yo. Sin embargo, cada vez veo a más personas tratando de monetizar sus aficiones para convertirlas en un modo de vida. Y sólo de pensarlo, me dan sudores fríos.
Desde pequeña he tenido muchas y diversas aficiones. La peor de todas, sin duda, la repostería, que abandoné, para suerte de todos, cuando conocí a Gorka y él tomó el testigo del mundo azucarado. La inicié de niña, con mi abuela, mientras hacía flores fritas y rosquillas en la cocina. La seguí con los bizcochos de limón esos que se hacían con un yogur. Y continué con cosas absurdas con forma de tarta. Al volver de mi retiro en Inglaterra me dio por hacer cupcakes y galletas decoradas, desconocidas en aquel momento para un ciudad como Cuenca. Llegó a haber gente que me quiso hacer encargos. Y ahí murió el idilio con el azucar glas. En esa obligación. Ahora, me centro en mi receta estrella: las cookies, que regalo a personas elegidas, y en los brioches para hacer sandwiches. Y de ahí no me sacas. Porque encima, no me gusta el dulce.
Luego, a lo largo de los años he tenido muchos más hobbies relacionados con hacer cosas con las manos. Las famosas manualidades. Me empeñé en hacer collares y pulseras y me compré cientos de abalorios que duermen en una caja; quise hacer caligrafía y me hice con papeles, tintas y plumillas como para montar una imprenta. Y al volver de Japón quise hacer mil grullas de origami y me traje la maleta llena de papel. Creo que no pasé de los 15 pájaros, condenando así mi vida a 250 años de mala suerte. En todos esos hobbies he palmado. Y de ello dan fe cajas de todo tipo en el trastero. Pero primero, vamos a la definición estricta de una afición, que nos ayudará mucho a comprender por dónde voy. La RAE dice que es toda actividad que se realiza habitualmente y por gusto en ratos de ocio. POR-GUS-TO. Para llamar a algo hobbie, la mera actividad de hacerlo nos debe generar un placer, un relajo, un estímulo, y tiene que producirse en momentos de ocio. Pero en plena rueda de hámster, cuando ser productivo es una obligación, cada hueco libre que conseguimos rascarle al reloj para sacar una hora libre, lo queremos seguir llenando con aficiones que fantaseamos con rentabilizar. Y ahí vienen los problemas.
Entre las aficiones que tengo a día de hoy, varias me podrían reportar una fuente extra de ingresos. De hecho, en algún momento lo han hecho. Pero me he dado cuenta que cuando he puesto precio a algo que hago por placer, casi por terapia, me apago. Ahí entran las fechas de entrega, los envíos y los problemas de logística. Las cuentas con Hacienda, las exigencias y la ansiedad. Así que ahora sólo hago cosas por mero placer. Por el gusto de tener un rato para mí misma. Y ese rato me lo dan tres cosas: pintar acuarelas, bordar y tejer. De un tiempo a esta parte he dejado incluso de mostrar tanto en redes las cosas que produzco, porque siempre se produce una sugerencia, una invitación a convertir ese hobbie en un trabajo. Es decir, en que deje esa afición para pasar a considerarlo una obligación. Y por lo que leí hace unas semanas en un reportaje, esa industria tiene hasta un nombre: la gig economy (o economía del bolo) y quienes están dentro son los gig workers, que no son más que personas que han comenzado a sacarse un sobresueldo con sus aficiones. Los hay que venden láminas, que venden bisutería hecha en casa, los que venden cuadros de punto de cruz o los que se sacan un segundo sueldo haciendo anuncios velados de productos en instagram. Porque esa es otra, las plataformas han hervido a ofrecernos soporte para hacer de nuestras vidas un mercadillo con el que poder sacar rédito hasta a nuestro tiempo libre. Para que nos nos quede ni un minuto sin monetizar.
Entre las cosas que hago, las acuarelas son las que siempre tienen más demanda. Muchas personas me han querido comprar una lámina, pero añadirle un plazo más a los que ya tengo en mi vida se me hace bola. Sin embargo, el cuento cambia cuando soy yo la que quiere regalar una a alguien a quien quiero. Ahí pinto con brío, con ilusión. Todo fluye. Pero si hay un acuerdo de por medio, el pincel se me va a gris. Desde hace unos años pinto un calendario de frutas, de verduras o de flores. A veces, de mezcla. Algún año lo vendí a quienes querían tener algo bonito en su mesa. El año pasado, paré y lo regalé mediante un enlace de esta carta. Las cuentas no me salían y haberme puesto una obligación con quienes lo habían comprado me dio ansiedad. Este año, que he pintado algo más por gusto, igual saco algo de tiempo y vuelvo a editar uno para quienes no ponen reparos a los retrasos o lo quieren tener porque se ha convertido en algo que les alegra la mesa y les recuerda a mi. Ya veremos si lo tengo para septiembre, y siempre en una venta pequeña. Pero jamás trataría de vivir de mis aficiones.
Además, con el tiempo he entendido que no es necesario que aprenda a hacer cada una de las cosas que me gusta tener. Es decir, prefiero encontrar un buen horno que haga buen pan, o comprarle un plato bonito a Fernando Alcalde o a Ana Illueca, que ir a uno de sus talleres. No voy a tejerme todos los jerseys que vaya a querer usar en mi vida, ni a fabricarme todos los pendientes que me quiero poner. Tampoco voy a hacer mis propias velas, más allá de los cursos de Antevasins, ni necesito aprender coctelería en casa. Hay aficiones que no quiero abrazar. Y hobbies que no quiero monetizar. Pero reconozco que el otro día vi estas flores de papel que he puesto como foto principal de la carta y ya he buscado cómo hacerlas... Así que cuanto antes vaya a Olivia de Malta y me las agencie ya hechas, antes evitaré comprar los materiales y convertirlo en una nueva afición efímera.
Esta semana no quiero extenderme mucho en este aquí porque para escaparate el que trae Carmen Velasco. Así que aprovecho para recomendarte una cosa que me ha dado la vida en mis tareas de limpieza en casa. Se trata de una esponja para atrapar el polvo que lo recoge de verdad. Es decir, no lo cambia de sitio, sino que lo atrapa. A ver, es una esponjita húmeda de microfibra que pasas por los sitios donde hay polvo y se lo traga. Cuando se llena, lo pones debajo del grifo y se va. Aclaras con agua, escurres y sigues limpiando como si nada. Lo mejor es que vale dos duros. Yo me lo compré por 3 euros en Normal, la tienda esa del centro. Pero si pones esponja polvo en google la venden en todos lados.
Las novelas son como la ropa: cada cual elige la prenda del color, la talla y el tejido que le van mejor. Son variantes subjetivas. Aún así, allí voy con recomendaciones para los capturadores por si alguien necesita ideas para el Día del Libro.
-'Mirafiori', de Manuel Jabois. El periodista gallego es mejor articulista que novelista. Así pensaba hasta que leí la estupenda 'Mirafiori', su tercera novela. Atrapa porque cualquiera que se haya enamorado o desenamorado se verá reflejado en algunos de sus párrafos.
- 'El abismo del olvido', de Paco Roca y Rodrigo Terrasa. Es una novela gráfica brillante, redonda, emotiva. Dibujante y periodista logran dar con la tecla para hablar no sólo de cerrar heridas con el pasado sino de algo tan humano como despedir a los nuestros, a los seres queridos, a la familia.
-'Ensayo general', de Milena Tusquets. La gravedad y la superficialidad de la vida, los placeres, las debilidades, las pérdidas, los hombres... Todo está en este recopilatorio de la autora catalana que se lee en un viaje en el AVE o una tarde tonta. En uno de los relatos se pregunta: ¿qué necesita uno para ser feliz? La respuesta está en el libro.
-'La casa de una escritora en Gales', de Jan Morris. En esta historia, un relato íntimo y personal, se combina la defensa de la lengua y cultura propias (la de los galeses, pero aplicable al valenciano y a la Comunitat) y el apego a las raíces (sea una casa o el vecindario) tamizado por la naturaleza.
Gracias Carmen!
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Marta
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