![Agujetas de color de rosa](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202107/07/media/cortadas/neon-kpQF-U140962651463utF-624x385@Las%20Provincias.jpg)
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Miércoles, 14 de julio 2021, 10:49
Hola capturadores
El teletrabajo me ha dejado hecha mixtos. O eso me gusta pensar para justificar los ruiditos que me hace cualquier articulación cada vez que hago un movimiento inusual como tratar de subirme yo sola una cremallera de la espalda de un vestido. No es que antes de la pandemia fuera una atleta a punto de poner rumbo a Tokio, pero cumplía con los pasos que me marcaba uno de esos relojes que nos manejan la vida. Ahora, el reloj está en un cajón sin batería desde hace meses para que no me abochorne al final del día echándome a la cara que no he dado ni dos pasos.
Así que he decidido hacer de la necesidad virtud y me he apuntado al gimnasio. Qué digo gimnasio. Me he buscado un entrenador personal, en este caso, parejil. Lo curioso es que el nuevo lugar de peregrinación hacia la Meca del bienestar lo encontramos en una de nuestras idas y venidas a la heladería del barrio, donde solemos ponernos finos a horchata y fartons. Durante días, hice la vista gorda al precioso neón rosa que te hipnotiza desde dentro porque, total, yo tengo vaqueros de cuando tenía 15 años en los que aún quepo. Y además, si me duele algo, me gasto la pasta en el fisio y aquí paz y después gloria. Pero en una de las vueltas de una leche merengada, escuché alto y claro como la voz de mi conciencia me gritó vaga en medio de la calle. Me giré y volví a ver el dichoso neón rosa, colgado en una pared de ladrillo caravista. Le tiré una foto al local y le pasé el chequeo de google. Durante días le di la turra a mi marido para apuntarnos juntos, porque más vale prevenir que curar, porque estamos en la frontera de los cuarenta y porque como dice la Mitre, hay que estar en forma para poder subir tus maletas a la cabina del avión. Un argumento que me pareció definitivo. Así que le escribí al entrenador por redes, le expliqué nuestras movidas y le pedí audiencia para bajar a presentar nuestras credenciales para el concurso de cuerpos escombro del verano. Como somos vecinos pensé en aparecer como una Bree Van de Kamp de la vida, con una tarta de fruta de temporada, para endulzar un poco las presentaciones, pero luego me acordé de que no tengo claras de huevo suficientes para hacerla proteica. Total, que nos pusimos nuestro mejor chandal del Decathlon de hace varias décadas y bajamos a apuntarnos.
-¿Qué resultados queréis conseguir?, nos preguntó nuestro nuevo guía espiritual.
-«Que no nos duela todo de no hacer nada», le soltamos.
-«Y no queremos adelgazar ni ciclarnos», puntualicé yo.
En lo que se tarda en hacer dos sentadillas teníamos ya hora para nuestra primera clase. El 1 de julio, cuando media España hace la maleta con los bikinis de temporada y se borra del gimnasio, mi señor y yo nos hicimos amigos del TRX, de no sé cuántas gomas y de una cosa que llaman pesa rusa, vestidos como pinceles, con disfraces de nuevos deportistas. Oye, es que en julio hay rebajas en el Oysho y hay que aprovechar que ponen las mallas y los top dos euros más baratos para cargar conjuntos de fitness, de yoga y de lo que surja. Los veinte outfits que acumulé la última vez que me dio por hacer deporte ya no se llevan, que las modas vuelven, pero nunca igual. Así que en quince minutos salí de la tienda con una bolsa llena de trapos de polyester. Al entrenador no se puede ir de cualquier manera, que una es novata, pero tiene dignidad.
En esas que nos plantamos en el centro de entrenamiento y nos echamos al monte pidiendo clemencia, que tenemos más teclas que un clavicornio. Suerte que nuestro nuevo guía de la salud ya ha demostrado tener la paciencia del mismo material que los músculos, de puro plomo, y nos dejó irnos vivos a casa. Yo había preparado ya unas bolsas de hielo por si las moscas y me había dejado la comida hecha por si quedaba incapacitada para la vida, tras una buena somanta de agujetas. Mi madre me las hubiera quitado con un vaso de agua con azúcar, pero ahora estaría quemada en una hoguera de las malasmadres por dar glucosa sin piedad a la atleta que llevo dentro.
Al cruzar esa puerta había empezado nuestra operación bikini 2022 un año antes y, lo mejor de todo es que había sido de manera voluntaria. El fin de semana lo pasamos frescos como lechugas, subiendo cuestas empedradas y mirándonos la lúnula a la fresca. Unas agujetas de color de rosa. Todo un éxito dada mi intermitente relación con el mundo del deporte desde que dejé de dar educación física en el bachillerato y confundía el six pack con el paquete de seis bricks de leche. Ahí terminó mi idilio con las pulsaciones. Bueno, ahí y en el quinto día del confinamiento, cuando me hice sin mirar una clase online que correspondía al día 20 de un reto de 30 y que me dejó incapacitada para lavarme el pelo sola durante los siguientes días.
Eso sí, si cualquier persona entrara hoy a mi casa pensaría que en algún momento he tenido en acogida a una triatleta de campeonato. En el cuarto de los trastos hay dos cajones llenos de camisetas de carreras populares que nunca he corrido, una esterilla de yoga amarilla que sí o sí tuve que comprarme una tarde de teletrabajo del pasado confinamiento porque necesitaba estirarme. Si levantara la pila de trastos, encontraría también un ladrillo de corcho que me pareció muy útil para algo que no recuerdo, dos gomas de pilates, y tres bandas elásticas para confundir mi culo con un melocotón. Al lado, debajo de una pila de abrigos, hay una elíptica de las buenas que me compré hace años, en un jamacuco de ansiedad con el que me recetaron trankimazines y minutos de ejercicio, y que nos acabó salvando la inmovilidad de la pandemia como si fuéramos dos hamster delante de Netflix. Al lado, dos bicicletas, una de montaña y una de paseo que entre las dos no sumarán más de 100 kilómetros y un surtido de pesas de colores que decoran fenomenal.
Vamos, que yo voluntad a la causa siempre le he puesto, pero me faltaba la llamada del neón rosa. Y un Jordi, que es como se llama nuestro entrenador, en la vida. Así que aquí estoy, haciendo deporte en plena ola de calor, homenajeando a días los andares de Chiquito de la calzada y recompensándome el esfuerzo con pizza y helado, porque para eso he simulado ser una Eva Nasarre de la vida. Pero, ¿qué leches? si la pizza me la iba a zampar igual sin haber hecho sentadillas, planchas y no sé cuántas torturas más. Además, este año la primera línea de playa está fofisana, que la pandemia y las cervezas de la Eurocopa han hecho estragos en las pantorrillas, que lo he visto yo. Así que si no lo haces por la operación bikini 2022, hazlo por salud, pero pon una pizquita de deporte en tu vida y en el Mundial de 2046 te podrás levantar solo del sofá a celebrar los goles del Morata de turno. Palabrita del niño Jesús.
P. S. Yahoo respuestas. Si alguien sabe cómo se quitan las agujetas que silbe. Es para una amiga.
Culturismo
Si te miras mucho las manos, la podrás encontrar fácilmente. Sustantivo femenino. Este término se refiere al espacio de color blanco semilunar o en forma de media luna de la raíz de la uña de la personas o de alguno animales. Suele desaparecer en la etapa de la vejez. Su orgen viene del latín «lunula» forma diminutiva de «luna» que quiere decir luna. Para mí, mirarse la lúnula ha empezado a ser sinónimo de no hacer nada.
Pantallazos
Esta semana te traigo mandanga de la buena...un chute de energía sin salir de casa.
-Minera del humor: La valenciana @carolinago se ha convertido en mi filósofa de cabecera con reflexiones tan acertadas como «Qué triste es amar sin ser amado, pero más triste es vivir en Valencia sin aire acondicionado». Con un humor ácido, esta minera del humor, como ella se define, tiene una frase para cada situación que te hará tener una actitud positiva. Y si no, ella te recomienda que te compres una pala. La tienes en Instagram.
-Pasta fresca: Es de Roma y ha trabajado en alguno de los mejores restaurantes de Valencia durante más de una década. Pero la cabra siempre tira al monte y bendito monte en el que se ha metido Piero Ronconi (@pieroronconipasta). Hace una de las mejores pastas frescas de la ciudad y unas sabrosas salsas caseras que te envía a casa para que tú sólo tengas que cocer los fettuccine y darle un calentón a la bolognese. Un planazo si prefieres estar a la sombra de tu aire acondiciionado.
-Y a ver qué pasa: La habrás escuchado en el anuncio veraniego de la famosa cerveza, pero a lo mejor no sabes que quiern ha firmado este año el temazo del verano es Rigoberta Bandini. Así que hazte un favor y póntela a todo volumen en tu casa. Te arregla el día en un momento. Y a ver qué pasa, a ver qué pasa, a ver qué pasa. Porque algo pasa, creo que algo pasa, cuando me pasa.... Ya verás como a ti también te pasa.
Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y dicen que de guapas. Y si eres nuevo aquí y te perdiste las primeras cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo.
6. La edad de oro del satisfyer
7. El verano de nuestras vidas
Deberes para esta semana: Necesito ánimo para superar este verano de pandemia (bis). ¿me los das? Mándame un correo aquí: marta.hortelano@lasprovincias.es
Prometo no contar nada. O sí.
Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.
Marta
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