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Mi abuela (d) en el apartamento, con mi abuelo, yo y mis primos M. H.

#90 El apartamento

M. Hortelano

Valencia

Viernes, 7 de julio 2023

Hola capturadores

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La primera vez que puse un pie en el mar fue en La Manga del Mar Menor, el verano en que cumplía tres años. Te puede resultar inverosímil, pero recuerdo algunos momentos perfectamente. Hasta Murcia me llevaron mi madre, mi tío Julián y mi tía Celia, para pasar unos días en la playa. Cientos de veces me viene a la mente una imagen en brazos de mi tío, llevándome hacia una boya color fucsia, para que le diera manotazos como si fuera una pelota. También fue escenario de algunas de mis fotos favoritas de la infancia. Y la única vez que recuerdo que hayamos viajado juntos. Años después, mi madre, la Mariví, cogió las riendas del veraneo, con mis abuelos como compañía. Y ahí empezamos a ir al apartamento.

Nunca hemos tenido uno, pero durante muchos años seguidos siempre fuimos al mismo edificio, Florazar II, en Cullera. Siempre la segunda quincena de junio y la primera de septiembre. Las opciones más baratas, con garantía de buen tiempo. En total, un mes en la playa que según mi madre prevenía los constipados del invierno y servía para cambiar de aires a toda la familia. Pero con el tiempo, he reflexionado y de esas vacaciones en el apartamento había una gran damnificada: mi abuela Ascensión. Y es que si sólo cambias de cocina, no son vacaciones. A ella nunca le hizo mucha gracia la playa, quizá porque no sabía nadar. Pero tampoco era un gran experto mi abuelo Federico y no fallaba ni una mañana al paseo madrugador por la arena recién peinada, antes de traernos el desayuno, y a todas las horas de mar de después. Pero mi abuela bajaba un rato, casi siempre con una silla y una revista, y después se volvía para hacer la comida. No dejaba de ser ama de casa ni en vacaciones. Tenía el rol asumido. Cuando subíamos de la playa, hambrientos y cansados (porque la playa da hambre y cansa), ella siempre tenía al menos dos platos y postre para los que ese año se hubieran sumado a las vacaciones en familia. Podía ser alguno de mis primos o nuestra vecina de abajo. Daba igual. Nunca éramos menos de los cinco que cabían en el coche con el que acudíamos a la costa. Un Ford Escort 1.6 Ghia sin aire acondicionado, con el que salíamos de Cuenca de madrugada para no pillar calor.

Pero vamos, al subir al apartamento, amueblado con apenas menaje de cocina, mi abuela había sacado la artillería y había adaptado sus guisos tradicionales al recetario de playa. Sobre todo porque en los 90 había cosas que no habían llegado a una pequeña ciudad de interior y seguían teniendo el monopolio de las lonjas de costa. Así que en Cullera solían comprar más pescado y, a veces, hasta marisco. Nos recuerdo fascinados, en algunos primeros viajes, visitando un entonces desconocido para nosotros Mercadona, en el que mi premio era siempre una cajita de quesitos tamaño dadito de La Vaca que ríe. Allí encontrábamos un catálogo más amplio que el de los Alconsa en los que hacíamos la compra con gusto en nuestra casa. Una especie de rústicos en dinerolandia, en versión conquense. Allí, al menos, íbamos todos el primer día, tras pasar revista al apartamento, y hacíamos una gran compra. Después, volvíamos cuando se habían acabado las existencias de la nevera. Pero la encargada de darle a las sartenes era mi abuela. Sólo recuerdo pequeñas concesiones en formato cena fuera, en cervecerías cercanas a nuestra urbanización para pegarnos un atracón de chopitos y calamares, o salidas a la heladería Bariloche, tras una caminata nocturna por el paseo marítimo. Esa noche, mi abuela se libraba de los fogones.

La situación de mi abuela entonces ha sido la de miles de mujeres durante años. Con el agravante de sentirse privilegiadas por poder abrir la ventana de la cocina y que en vez de calor entrara brisa marina. Los apartamentos es lo que tienen, que esclavizan, pero permiten a la clase trabajadora ir de veraneo a cambio de cambiar de cocina. Algunos dicen que los eligen para sentirse más libres. Palabrería. Siempre es mejor que te lo den todo hecho. Pero los hoteles han sido durante muchos años inalcanzables para las familias que bastante tenían con ratear la nómina para poder ahorrar unos euros. Ahora han comenzado a serlo también los pisos vacacionales. Esas pequeñas cárceles en las que algunos y, sobre todo algunas, sólo cambian de paisaje. Porque siempre hay que recordarlo. Si sólo cambias de cocina, no son vacaciones.

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Tres cosas

Pieza de cerámica de la colaboración de Cacaus Climent con Patricia Varea M. H.

Estas son las tres cosas que he descubierto esta semana y creo que te pueden servir de utilidad.

Juego: Si has jugado a la serpiente del móvil es que ya tienes una edad. Si te encantaba matar el tiempo con este juego, ahora lo puedes encontrar escondido en Spotify. Lo descubrí esta semana en un vídeo de Tik Tok, claro. Hay que abrir una lista de reproducción, darle a los tres puntitos y en la última opción nos aparecerá «Cómete esta lista». Si le das, podrás echarte unas partidas al mítico videojuego desde tu nuevo móvil.

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Flores: Mi prensa para secar las flores que os enseñé en la carta de la semana pasada ha causado furor. Os parece una cuestión de brujería y me contáis que vosotros lo hacíais poniendo las hojas entre dos libros. Pues bien, en mi caso fue un regalo de Navidad que mi marido vio en la lista de regalos de Captura de pantalla. Es el kit de prensa y cuaderno de Taller Silvestre. Un regalazo para cuando ya no sepáis qué pedir si los vuelven a hacer.

Helados: Entiendo que a estas alturas de verano ya no puedes más. A mí me consuela pensar que en esta estación comer helados es una necesidad básica. Así que siempre que puedo me escapo a la que para mí es la mejor heladería de Valencia: Valentino gelati. Tiene dos locales, uno detrás del ayuntamiento y otro en la calle Jesús. Además de helados super ricos y cremosos (pistacho, avellan, fresa o algún sabor especial que suelen hacer), algunos días tienen granita di mandorle (granizado de almendra). Hacedme caso y comed mucho helado. Ah, y si no puedes tomar lactosa, no hay problema. Tienen alternativas.

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Gat-checking: periodismo de gatos

Yo, dentro de sólo un mes y medios M. H.

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Marta

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