Urgente El Cuponazo de la ONCE del viernes deja un bote de 6.000.000 euros a un único afortunado
Parte de la recolecta del fin de semana pasado M. H.
Newsletter Captura de Pantalla

Ir a buscar setas

CAPTURA DE PANTALLA se tiñe de otoño para hacer una escapada muy especial al bosque

M. Hortelano

Valencia

Sábado, 26 de octubre 2024, 01:28

Hola capturadores

Publicidad

Que el otoño es la mejor época del mundo se defiende solo. Sobre todo si vives en un sitio donde la naturaleza aún define las estaciones. En Valencia, por ejemplo, no es un gran momento del año, porque aún hace demasiado calor, suele llover sin medida y no hay un paisaje demasiado marcado. Pero en Cuenca, el otoño tira la casa por la ventana. Sólo hay que salir a dar un paseo por un parque o por una de las hoces que rodean la ciudad para tener un microinfarto con lo que nos enseña la naturaleza. La gama de amarillos, ocres y anaranjados es deslumbrante. Un pelín melancólica también. En las calles, asoman los primeros abrigos de entretiempo y las primeras castañas. En las cocinas, los primeros platos de cuchara. Y en el monte, las primeras setas.

El domingo pasado madrugué para ir al campo a buscar hongos, que es como llamamos allí a los níscalos (mízcalo, rebollón,​ robellón o ​rebellón, si vives en otras partes de España) y Lactarius deliciosus si te gusta la micología. En realidad, el monte esconde otros muchos tesoros, pero nunca meto en mi cesta nada que no sean estos hongos, porque no quiero morir envenenada por mí misma. Ese día, el bosque había explosionado. Entre el musgo y la juma de los miles de pinos sacaban la cabeza hongos y setas de todo tamaño y color. Como las que hemos visto siempre el los libros. Rojas con lunares, amarillas, naranjas, marrones, verdosas, con más paraguas, más rechonchas, champiñones salvajes, setas de cardo, pedos de lobo. Un espectáculo. Y ese olor a campo húmedo y el éxtasis que te produce encontrar lo que buscas sin parar, me llevó directamente a mi infancia, cuando surgió mi amor por el monte.

Algunas de las setas preciosas (y venenosas) que vi en el monte M. H.

En mi casa siempre hemos sido muy de campo. Probablemente nos lo inculcó mi abuelo Federico, que fue capataz de Obras Públicas y se conocía muy bien los bosques y caminos de nuestra zona. En otoño, las excursiones para ir a buscar hongos eran semanales. Para él, jubilado desde los 65, incluso diarias en algunos casos. Enrolaba a la familia en los coches que hicieran falta, con neveras y almuerzo, y nos llevaba a los mejores rodales para encontrar los hongos. Allí acudíamos con cestas de mimbre y navajas con mango de madera. Nada de bolsas de plástico ni cuchillos de cocina, porque eso es lo que lleva la gente de ciudad. Los mochufos, que diría Santiago Lorenzo en su libro 'Los asquerosos', ejemplificados siempre en el imaginario conquense en los «madrileños y valencianos», las dos provincias con las que lindamos a izquierda y derecha. En algunas zonas, incluso les tuvieron que poner puertas al campo, en forma de carnet para recoger setas o pequeño pago disuasorio. Los de allí, tampoco acudimos con rastrillos ni ganchos ni instrumentos que faciliten lo de remover el monte para comprobar si hay setas sin ni siquiera agacharse. Los de allí siempre hemos sido cuidadosos con lo nuestro. Por eso, cuando vemos hongos muy pequeños, los volvemos a tapar para que la próxima vez que alguien pase por ahí se encuentre un ejemplar algo más crecido. Lo mismo hacemos cuando cortamos uno bueno y preferimos las cestas para que nuestro botín vaya soltando las esporas que harán crecer nuevos hongos en unos días.

Servidora, en plena faena M. H.

De pequeña veía los hongos con mucha facilidad. A distancia, como le pasaba a mi abuelo. Ahora soy miope, pero sigo teniendo buen ojo para encontrarlos. Imagino que la práctica suma. Y la pasión por pisar mi tierra, también. En mi familia no todos hemos heredado ese ojo. A algunos les íbamos poniendo hongos ya cortados en su camino, poco tapados, para que tuvieran la ilusión de encontrarse uno. Una alegría comparable a cuando alguien descubría uno de esos sitios «donde duerme el agua», en el que habían crecido decenas de setas, acunadas por el tronco caído de algún pino. Cuando levantabas esa manta, aparecían. En esos años, yo aún creía en ciertas leyendas urbanas del monte. Esas que decían que antes de las setas que tú ibas buscando había unas rojas que hacía de chivatas. Como indicándote el camino. O que cuando encuentras una, nunca está solo porque se crían en hongueras. O rodales, que es como llamamos a las zonas en las que consigues cortar más de una. Hay personas que esas zonas las suelen guardar con recelo. Egoístas, si me preguntas a mí. Porque si hay una frase que repito como un mantra cuando pongo un pie en el campo es que «el monte siempre tiene para todos».

Publicidad

Níscalos recién cogidos, a la plancha M. H.

Con los rodales pasa como con los destinos turísticos. Nadie quiere ir a un sitio feo. O a uno sin setas. El problema es que si vas algo perdido o no conoces bien las zonas, acabas parando donde ya hay más coches y haces más parking que en el exterior de una discoteca, un domingo por la mañana. En esos casos, caminas por el monte saludando a las decenas de personas a las que te encuentras. Pero hasta en esos casos, el monte siempre tiene para todos. Esa gente, te molesta. Pero nunca te da por pensar que tú también eres gente. Y que a todos nos gusta pasar una mañana de setas. El combo es imbatible. Caminar al aire libre, poder contar pasos, olvidarte de todo, liberarte del estrés, almorzar a media mañana e irte a tu casa con una cesta de hongos, que te podrás hacer a la plancha a la hora de comer. O mejor aún, regalárselos a algún vecino que en verano te dio tomates de su huerto. O aceite de sus olivos. Al menos en mi caso. Porque yo prefiero cogerlos que comerlos. Forma parte de mi historia. De mis raíces. Y de mis recuerdos familiares. Si cierro los ojos en el monte, aún escucho a alguien de mi familia gritar de alegría. «He encontrado uno». «Yo otroooo». Yo lo hice el domingo. Espero no dejar de hacerlo.

Newsletter

Gat-checking: periodismo de gatos

La seta más peligrosa que existe LP

🔥 Ayúdame: Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos.Tienes todas las cartas ya enviadas aquí guardadas por si quieres ver el género antes...Llevo ya tres años enviándolas...

Publicidad

💌 Suscríbete: Si has llegado aquí porque alguien te ha hecho llegar esta newsletter o me has leído en la web de LAS PROVINCIAS, puedes apuntarte para que te llegue la semana que viene a ti. Lo puedes hacer gratis aquí.

😍 Escríbeme: si quieres contarme algo, estoy en marta.hortelano@lasprovincias.es y no sabes la ilusión que me hace recibir vuestros mensajes.

Gracias por leerme

Marta

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€

Publicidad