![#69 Caldito de pollo](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202301/07/media/cortadas/Carta69-kT2C-RdHUdgi0PiZ2JHlsiyG7CAL-624x385@Las%20Provincias-LasProvincias.jpg)
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Hola capturadores
En la vida hay dos tipos de momentos. Los que a mí me gusta llamar caldito de pollo y los demás. Los primeros forman parte de esas cosas que te reconfortan. Que te abrigan. Que te abrazan. Que te hacen creer en la humanidad. Esos que emulan el sitio que se había señalizado como 'casa' cuando jugabas al 'pilla pilla' de pequeño y nadie te podía atrapar. El regazo de tu madre después de una ostia con la bici. El baño cuando te haces mucho pis. El vaso de agua cuando tienes mucha sed. El primer día de vacaciones. Las zapatillas de estar por casa después de un día largo. Y el caldito de pollo de tu madre o del señor Gallina Blanca en esos días en los que tienes el cuerpo del revés o directamente el mundo está del revés.
Quienes me conocen saben que tengo perfectamente estudiado el fenómeno del caldito de pollo. Igual es porque vengo de una familia en la que del cocido se sacaban más de 20 litros de caldo para calentar el alma durante las semanas que pasaban entre un puchero y otro. Así que tener garantizados esos momentos de bienestar, esas cenas de noche de invierno, no sólo sirvieron para dar una estrofa al Ay mamá de Rigoberta Bandini, y su homenaje a las madres que siempre tenían caldo en la nevera (aunque fuera Aneto). Es que te permiten poner el cerebro en blanco y dejar de preocuparte por todo lo que está ahí afuera esperando para generarnos un pico de ansiedad.
A 2023 le tengo miedo. No me da buena espina. Y eso que es un año impar y a mí las desgracias siempre me han pasado en los pares. Pero a este ejercicio le tengo un poco de susto. Igual infundado. O igual porque hay elecciones de todo tipo y trabajo en la sección de política, quién sabe. O quizá porque me he instalado en una trabajada calma, formada a base de pronunciar las suficientes veces la palabra 'no'. Así que para esperar el año y hasta meterme de lleno en él he utilizado algunas tazas de un particular caldito de pollo que he ido cociendo a fuego lento con muchos de estos ingredientes.
Uno de los principales, el ocio. Todo lo que no tiene que ver con el horario laboral. Aunque no necesariamente tenga que llevar aparejada diversión. Sólo bienestar. Un libro que me lleve o una serie que me caliente. Mi consomé del año pasado fueron los libros de Nora Ephron. Y la tercera temporada de Todas las criaturas grandes y pequeñas, con sus paisajes por Yorkshire, en la Inglaterra de valles y vacas. De té con leche y pan con mantequilla. Mientras estoy con Nora o con James y Helen, no estoy con el resto del mundo. No existen sobresaltos, ni distracciones. Les dedico mi atención por completo. Y eso, en los tiempos que corren es cosa seria. Sobre todo después de leer esto de Rosa Palo.
Otro de los ingredientes para conseguir caldito de pollo es la comida casera. No necesariamente sofisticada ni con ingredientes de relumbrón. A mí el día me lo arreglan unas lentejas hechas a fuego lento. O unas croquetas. O, sobre todo, un sándwich mixto (al que le voy a dedicar una carta en breve, ya lo aviso). Y patatas fritas. Y sopa. Lo que los anglosajones llaman 'confort food'. Comida casera que te abraza y te dice: «en los diez minutos que estés comiéndome nada malo puede pasar. No puedo evitar que te pase después, pero con la tripa calentita lo superarás con más ánimo».
Uno de los elementos más importante de mi caldito de pollo es mi manta eléctrica. Algo similar a lo que los niños de padres modernos llaman el peluche de apego. La mayoría de las veces, todo lo que me sucede o incluso me duele se cura con el calor que desprenden esos centímetros cuadrados de tela. Junto a ella he superado dolores de regla, frío por la humedad de esta ciudad llamada Valencia e incluso tristeza. En ardua competencia con una ducha muy caliente y a mucha presión, no hay nada más caldito que esta pequeña almohadilla eléctrica.
No es el más importante, pero sí fundamental para mi consomé. Saber que al final del día me espera mi cama y mi almohada para dormir, haya pasado lo que haya pasado en el día, o esté por venir lo que toque, me anestesia. Mi cama como meta final del día. Como escenario en el que poner orden en el caos. Como refugio a las pesadillas, como cuando era pequeña y agarraba fuerte la sábana para dormirme, porque ningún malo de cuento podía traspasar esa barrera de tela con osos amorosos. El poder curativo de la cama y la almohada de cada uno debería ser considerado medicina. Y si no te lo cura la cama y la almohadilla eléctrica, entonces y sólo entonces, plantéate ir al médico.
Y aunque mi caldito de pollo tiene muchos más matices, estos son algunos de los más efectivos. Muchos de los que me hacen darme cuenta de que por muy rápido que gire el mundo, siempre hay un resorte que te permite echar el freno de mano. Ser consciente de que estás aquí y ahora. Así que este año quiero consumir mucho caldito de pollo. Lo que tiene que ser será igualmente. Pero me gusta pensar que yo puedo acabar siendo caldito de pollo para alguien. Y si no, imaginaos ver un capítulo de Todas las criaturas grandes y pequeñas mientras ceno croquetas, con mi manta eléctrica enchufada. Puro éxtasis.
¿Cuál es tu caldito de pollo? Cuéntamelo en marta.hortelano@lasprovincias.es por si me lo puedo copiar.
Tres cosas
- Videojuego. Los Reyes me han traído un viaje a la infancia. En concreto, un videojuego para la Play Station que contiene tres juegos de mi época: el Aladdin, el Rey León y el Libro de la selva. En 16 bits, como toca, y sin demasiadas florituras. Pero por si no sabías que existen, yo te lo cuento. Yo los jugué en mi primer ordenador. Ahora, desde mi sofá.
-Crímenes ilustrados. Si te encanta resolver misterios, hoy te traigo un entretenimiento infalible. El diseñador y creador de contenido Modesto García ideó durante la pandemia unos hilos de Twitter para resolver asesinatos con una simple ilustración y varias pistas. Ahora, los ha llevado a varios libros que te recomiendo totalmente. Se llaman Crímenes Ilustrados y Crímenes Ilustrados 2. Te hacen pasar un rato genial, sin necesidad de usar tecnología.
-Lobster Roll. Si has viajado a Estados Unidos seguro que has probado los lobster roll. Esos bollitos rellenos de langosta y mantequilla que los americanos se comen como tú y yo los sándwiches mixtos. Pues la buena noticia es que ya no hay que cruzar el charco para comerlos. En Valencia ha abierto un negocio de Lobser Roll que sólo tiene servicio para llevar, a través de Glovo o Uber Eats. Se llama Lobster Roll Valencia y tiene una pinta buenísima.
Gat-checking: periodismo de gatos
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Gracias por leerme
Marta
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