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Hola capturadores
Hoy sí es viernes, nuestra cita habitual para dar por arrancado el fin de semana, aunque sea de pensamiento por las horas que son.
Hace no mucho escuché jolgorio en el descansillo de mi casa. Sobresaltada, quité la bolita de papel albal que tengo en la mirilla para que desde fuera no se vea si hay luz dentro, y cuqué un ojo para afinar mejor la vista. Y de repente vi a la policía deambulando por mi rellano, que es solo territorio de dos puertas y en una de ellas los vecinos ya no cumplen los 90. Así que llevada por mi curiosidad y mi espíritu de Jessica Fletcher, le mandé un mensaje a un amigo que tengo policía y me dispuse a deshacer el crimen. Pero, lejos de cualquier movida, la realidad era que un vecino mayor se había desorientado y había intentado meter la llave en la cerradura de otra casa y la señora de la casa llamó a la policía cuando vio a un desconocido por la mirilla. Una vecina a la que le debió pasar como me pasa a mí, que no pudo reconocer a alguien que vive tan solo a un par de puertas más arriba. La historia es así de simple. No conozco a mis vecinos.
No conozco a mis vecinos. Pero es que no me suena la cara de ninguno. Es lo que tiene vivir en un edificio con más de un portal, catorce plantas y cuatro plantas de garaje. Cuando era pequeña y vivía en Cuenca los vecinos eran una extensión más de mi piso de 90 metros y sus casas, una segunda guardería en días en los que alguien de tu casa no podía atenderte o no tenían a nadie de la familia con quien dejarte. Hasta deciros que los Reyes me traían juguetes en casa de mis vecinos. Menuda fantasía. En el bajo vivía la Pepa y Alejandro, que tenían un gato siamés que me daba miedo y un mueble bar en el salón. En el otro bajo se iban sucediendo los hijos de un señor a los que no considerábamos de la familia del bloque porque rotaban con más frecuencia que la ropa de Inditex. Ya en el primero vivían Félix 'Picias' (la primera palabra que pronuncié en mi vida, antes que mamá) y la Trini, con Felixito y Jose, dos de sus hijos. En el otro primero 'los maños', Manolo y la María Jesús, que se fueron del edificio rumbo a su Castellote natal cuando yo tomé la comunión y se llevaron con ellos a Manolín (el único vecino guapo y de mi edad de la finca. Y qué triste es el primer adiós, que cantaba la Onda Vaselina) y los melocotones de los buenos que nos traían del pueblo. Un piso más arriba, la señora Paz y su hijo Jose, que se casó tarde y tenía junto con su hermano Crisantos uno de los mejores bares de Cuenca al que mi abuelo Federico llamaba 'la patata', porque eran especialistas en asar patatas en unas brasa. En el otro segundo, el B, vivían la Pili y José María, y mi vecina más amiga, la Nagore (ojo al nombre para ser de Cuenca y haber nacido a finales de los 70´, pero es que su padre, José María era del Athletic de Bilbao). A casa de la Pili no se podía entrar con zapatos porque tenía puesto parqué. Pero es la casa a la que más veces he entrado sin que fuera la mía. Ese piso era una subsede de mi casa. Mi vecina Nagore era la vecina que más me entretenía y que más ha jugado conmigo desde que llegué al edificio, siendo un bebé, envuelta en una toquilla rosa. Se venía hasta de vacaciones con nosotros en verano, cuando colonizábamos Gandia y Cullera con nuestras cebras hinchables. Y ya en el tercero vivía yo con mis abuelos y mi madre y, en la puerta de enfrente, la Rosi y Rafa (que tenían un quiosco y nos traían a casa las colecciones de la época. En mi caso, los videos de Muzzy y los minerales y piedras preciosas). con sus tres hijos, Mario, Sandra y Rosi. Ese era mi particular Mirador de Montepinar, frente a los multicines, donde el panadero subía a vender el pan al segundo. Menuda zaragata. Una segunda familia en la que todas las casas actuaban como unidades de apoyo de los demás. Una segunda red de protección social.
Nada que ver con la actualidad. Yo hoy no conozco a ninguno de mis vecinos. Es más, el timbre de mi casa sólo suena por equivocación o porque el cartero necesita a algún alma caritativa que le dé acceso a los buzones. Yo no le abro la puerta ni aunque venga mismísima Brie Van de Kamp con una de sus tartas a darme la bienvenida a la finca. También es verdad que no paro mucho por casa y la mayoría de las veces subimos directos del garaje, pero si me ponen un casting de señoras del vecindario para adivinar si una es mi vecina tengo más posibilidades de acertar echándolo a pito pito gorgorito. Pero, yo que de tonta no tengo un pelo, tengo a la comunidad más o menos controlada aunque no les ponga cara. Por ejemplo, sé cuando hay movimiento en el edificio porque cambian los coches de mi planta. O fantaseo con el nivel de vida de quienes aparcan por el nivel de gama de sus utilitarios. También escucho con oído de tísica cuándo mi vecino de arriba cambia de pareja, por la efusividad y la regularidad con la que nos despierta algunas noches de pasión. Pero cara no les pongo. Una putada, la verdad, porque no conocer a nuestros vecinos tiene muchas desventajas. Por ejemplo, no tengo casa de confianza cercana donde dejar unas llaves de emergencia por si se me olvidan o pierden las mías. Tampoco puedo acudir a la vecina del cuarto para que me riegue las plantas cuando me voy de vacaciones ni para que me suba y baje las persianas para jugar al despiste con los enemigos de Securitas direct cuando estoy unos días fuera. O para recogerme paquetes de Amazon. Y dramas mayores, como cuando te metes en harina con una receta y en medio del proceso te das cuenta de que te falta un huevo y no tienes timbre de confianza que pulsar para arreglar el desaguisado. Nosotros somos más de buscar el Open Cor más cercano y salir pitando a por un cartón de huevos camperos de gallinas criadas en libertad. Pero el colmo de mis vergüenzas llegó el día en que uno de mis vecinos del rellano murió sin que yo me diera cuenta. La movida está en que me enteré meses después, porque me lo dijo uno de sus nietos, a los que tampoco conocía, y por lo que se ve, al rellano debió venir hasta el Papa Francisco, porque desfilaron policía y sanitarios porque el pobre señor se atragantó. Por supuesto, yo no estaba esa noche en casa, pero tampoco eché en falta al señor durante meses. Y eso que lo tenía identificado porque a veces lo veía con mi periódico debajo del brazo. Una situación impensable en mi vecindario de Cuenca, donde no sólo habríamos llorado al vecino, sino que lo hubiéramos considerado uno de los nuestros. Allí ahora tenemos unos bancos desde los que los mayores del lugar fiscalizan los movimientos de los que entran y salen, de los que vienen y van, y hasta de los cambios de pareja. Una especie de Melrose Place de la tercera edad. Nada que ver con mi vida entre desconocidos, a pesar de que el piso nos lo compramos hace ya siete años. Por no tener, no tengo ni mi nombre puesto en el buzón.
Y es que así es para mí la vida en la gran ciudad. Una especie de circuito por unos cuantos lugares comunes sobre los que transito sin despeinarme. Un conjunto de calles, de paradas de ascensor y de plazas de garaje que pueblan personas con las que apenas me relaciono. De las que casi no sé nada de sus vidas. Donde sólo desde hace poco tengo un bar de confianza en el que me ponen «lo de siempre», una carnicería y una frutería donde se darían cuenta de que falto a mi cita semanal y un entrenador, el Jordi, que pensaría que me he dormido si me pelo una de sus clases para tener los brazos de Letizia.
Culturismo
Según la RAE, es la gresca, alboroto, tumulto. Las personas que arman zaragata son los zaragateros, ese tipo de gente que todos conocemos y a los que les gusta zaragatear. En mi edificio el momento de mayor zaragato de la semana se producía a la una en punto, cuando tocaba el panadero y subía con su caja de barras al rellano de la Pili y de la señora Paz. Si no estabas en casa, le dejabas la bolsa del pan en la puerta y el pan pagado el día anterior o el siguiente.
Pantallazos
Esta semana cuidado con comprar flores, que viene el Día de Todos los santos y suben de precio. A cambio, te traigo algo que se escucha y una fantasía que vendrá la semana que viene...
-El horóscopo: La semana que viene nos adentramos en los días previos a Todos los santos, o Halloween sin nos lees desde los Estados Unidos y desde el barrio de Malilla. Y para celebrar uno de los acontecimientos más místicos del año, mi compañera Tamara Villena nos va a preparar un hosróscopo que ríete tú del ránking de Esperanza Gracia. Spoiler, si eres leo, como yo, no te preocupes. Le he pagado los cafés de la semana. Avisa a tus colegas para que se suscriban o se quedarán sin sus predicciones.
- Parque de cabecera: Este fin de semana el festival de música en los parques, Serialparc, aterriza en el de Cabecera, justo en el último tramo del río, en el límite con Mislata. Fernando Alfaro + Lea Leone serán los encargados de poner música a la mañana de domingo a partir de las 11.
Gat-checking: periodismo de gatos
Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.
16. La maleta en caso de Apocalipsis
18. Amores de barra
19. Malibú con piña
Deberes para esta semana: ¿conoces a tus vecinos? ¿En qué te ayudan o les ayudas tú? Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es
Prometo no contar nada. O sí.
Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.
Marta
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