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Flan de mi tía Celia M. H.
El flan

El flan

M. Hortelano

Valencia

Viernes, 26 de enero 2024, 11:49

Hola capturadores

Tengo un termómetro social que nunca me falla. Y es que me cae bien la gente que pide flan de postre. No es una elección fácil, entre tanta tarta de queso horneada, coulants chorreantes de chocolate o fotogénicas 'carrot cake' que hoy en día colonizan las cartas de los restaurantes de todo pelaje. A casi todo el mundo el flan se le ha quedado corto. Lo consideran poca cosa, un plato de poco valor para quienes se han subido al carro de la clase media. Una elección viejuna. ¿Para qué pedir flan casero pudiendo comer un trozo de tarta de la abuela recién sacado de una nevera industrial que lucirá mucho mejor en nuestras redes sociales?

El flan es mi postre favorito desde siempre. A la que surge la más mínima oportunidad, me como uno. De huevo y casero, aunque si hay que acudir al rescate me sirve también uno bueno de supermercado, que los hay bien ricos. Ni de vainilla ni de queso. Tampoco de sabores raros. A mí el que me gusta es el normal. El sencillo. Así que cuando como fuera y alguien une la palabra flan y casero, no tengo dudas. Pero ese acontecimiento se produce cada vez con menos frecuencia. Los cocineros ahora son chefs, y los flanes ahora son brownies y banoffes.

En mi casa siempre se ha comido mucho flan. Y natillas. Y arroz con leche. Platos trasnochados para quienes los consideran reliquias calóricas. Para quienes los ha relegado al recetario obsoleto de las casas que no han sabido modernizarse. Porque ahora las madres y padres hacen pancakes. Y red velvet. Y cookies de avena. Pero casi nadie hace flan. Mi tía Celia siempre hace flan. Se lo pido cuando sé que voy a ir a Cuenca a pasar el fin de semana. Y a ella, claro, no le cuesta nada. Como ninguna de las cosas que le sugiero. Así que la última vez que estuve le pedí que me enseñara a hacer el postre con la receta que ella usa desde que somos pequeñas. Ya sabéis, una pizca de esto, lo que te pida de lo otro y hasta que cubra de lo de más allá. Cuando le aterrizo las cantidades la pongo nerviosa. Así que suelo ir con ella a la cocina y pedirle que lo haga, mientras yo monitorizo las cantidades y las paso al sistema de medida de los mortales: los vasos, cucharillas y gramos.

Para hacer un flan, además de solo tres ingredientes, hace falta poco más que una flanera, que podemos sustituir fácilmente por cualquier molde o tarrito que tengamos por casa. Y no nos llevará demasiado tiempo ni requiere de grandes operaciones ni artilugios caros. No se puede hacer más con menos, la verdad. Aunque un poco de nata siempre redondea el asunto y con una bola de helado y algo de piña te montas el sumum de los combinados dulces: el pijama.

El flan me hace feliz. Es un preparado sin pretensiones, de esos que te da lo que ofrece. Pocas personas lo elegirían como la última comida antes de morir, pero tampoco entraría en la lista de los postres más odiados. Es complicado que la receta te devuelva un mal resultado y no se quema ni se suele quedar incomestible. Sin embargo, es uno de los patitos feos de la carta de dulces. Si el flan fuera un coche, sería un Ford o un Citroen. Nadie sueña con comprarse uno, pero cuando lo tienes, te da pocos problemas y no cuesta mucho de mantener. Sin embargo, como con casi cualquier cosa, hay personas a las que el mero hecho de tener un coche les sabe a poco. Buscan un Audi o un Mercedes. Quieren comer siempre tarta de queso ganadora de concursos. Las natillas, el arroz con leche o el simple flan nos devuelven al bar de barrio. O a comidas cargadas de nostalgia. Como bajar un piso en el ascensor social. Y ojo con pedirlo en restaurantes caros porque nadie da duros a pesetas. Y la mezcla de leche, huevo y azúcar no merece un precio de 8 o 9 euros, la verdad.

Yo nunca he dejado de comer flan. Lo tomamos de postre en la cena de Nochevieja porque a todos los que nos sentamos a esa mesa, nos sigue pareciendo algo rico. Igual somos muy sencillos. Pero en las pequeñas cosas está siempre lo más dulce. Bueno, y a veces, los buenos venenos. Pero de eso ya hablaremos otro día.

Receta de flan casero de mi tía

-4 huevos

-2 vasos (de los de Nocilla) de leche

-4 cucharadas (soperas) de azúcar

-Caramelo líquido para el fondo del molde

Batir los ingredientes y verter sobre una flanera o recipiente, previamente bañado en caramelo. Poner al baño María (sumergir en agua hirvierndo) durante 45 minutos. Sitios donde cocinarlo: dentro de un cazo o cacerola con agua que no llegue a cubrir la flanera entera y siempre tapando el flan. O en el horno, poniendo la flanera sobre una recipiente con agua, a 150 grados 45 minutos. Si tienes air fryer, puedes meter el flan a 160 grados durante 15 minutos, tapado con papel de plata.

El escaparate

Cartel de Sentim les llibreries, de África Pitarch

Vuelven los libros: Sentim les llibreries nació en 2020, en el contexto de la pandemia de la Covid-19, como un amigo invisible solidario y destinado a apoyar a las librerías valencianas y vuelve este año. El funcionamiento es sencillo. Hay que apuntarse en la web de Sentim les llibreries y rellenar un formulario entre el 19 de febrero y el 4 de marzo. Una vez inscritos, recibiremos un mail con el perfil de persona a la que debemos regalar un libro y alguien nos lo regalará a nosotros. Pero, aunque todavía no ha comenzado, sí se conoce ya el cartel. El de este año es genial. Lo firma la ilustradora África Pitarch. Me lo pondría en mi casa, la verdad.

'Knolling': Hace unas semanas te conté qué era el 'knolling', una técnica fotográfica a la que llegué gracias a la fotógrafa Pati Gagarín, que me contó su origen y algunos trucos para iniciarse en casa. Pero ahora vas a poder hacerlo tú, con sus consejos, porque Pati acaba de sacar libro y yo, por supuesto, ya lo tengo. Anda, hazte un regalo y cómpratelo. Que es un gusto para la vista. Y ella es rebonica.

Círculo de capturadores

Esta semana vuelve nuestra librera favorita, Carmen Velasco, con el primer ibro recomendado del año.

-¿Mamá? ¿Qué estás haciendo? -preguntó con su vocecita amodorrada.

-Nada, mi amor. Sólo estoy aquí, pensando.

-¿En qué?

-En que a veces tengo ganas de destruirlo todo.

Este diálogo está extraído de 'Los divagantes' (Anagrama), de Guadalupe Nettel. La escritora mexicana reúne ocho estupendos relatos en su último título. La narración corta no es uno de los géneros que más frecuente pero las ficciones de Nettel y su escritura son fantásticas.

«La infancia no acaba de una vez, como nosotros queríamos cuando éramos niños. Sigue ahí, agazapada y silenciosa en nuestros cuerpos maduros y luego marchitos, hasta que un buen día, después de muchos años, cuando creemos que la carga de amargura y desesperanza que llevamos a cuestas nos ha convertido irremediablemente en adultos, reaparece...» Este es el comienzo del relato que da título al libro. Los protagonistas de los relatos están desorientados, perdidos, buscando su lugar o sus raíces, y la familia (en su fragilidad y en su complejidad) aparece en numerosos cuentos.

'Los divagantes' se puede leer en un trayecto en metro o bus, mientras se espera a la consulta del médico o durante un tiempo muerto.

Gat-checking: periodismo de gatos

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