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Pies de Mamen Sánchez, alcaldesa de Jerez, en su performance homenaje a los meñiques m. h.
SACAR DE PASEO AL FRIGOPIE

SACAR DE PASEO AL FRIGOPIE

M. Hortelano

Valencia

Miércoles, 9 de junio 2021, 09:45

Hola capturadores

Hoy traigo buenas noticias. Quedan dos lunes para verano. Tiempo más que suficiente para la operación bikini más temida, la de los pies. Después de un año entero y una pandemia a resguardo, en cinco días llega el momento de sacar los deditos a paseo y pasar de las botas a las sandalias. España está ahora mismo dividida. Y no, no entre los que creen que la Ana Iris es facha y los que creen que es de Podemos. En las dos españas están ahora los que llevan ya los pies arreglados para la chancla y los que aún están en modo mejillón. Sí, amiguis, ha llegado la temida hora de quitarse los calcetines y proceder a la puesta a punto de una de las zonas más olvidadas de nuestro cuerpo y a su vez más fotografiadas a lo largo y ancho de las playas y piscinas de esta nuestra geografía: los pies.

También conocidos como pezuñas o quesos, tienen un hashtag propio en instagram (#piestureo), uno de los mejores helados de la historia, el frigopie, y suponen uno de los primeros quebraderos de cabeza para el cuarenta de mayo, día internacional de quitarse el sayo. Y es que cuando llega junio y uno prescinde del calcetín, ahí debajo puede haber cualquier cosa. Nuestros pies de invierno son el nuevo estar sin depilar de épocas trasnochadas. Tampoco me voy a poner escatológica, que quiero empezar con buen pie, pero lo más normal es que vayas a necesitar unas cuantas sesiones a solas con la piedra pomed, afilar el cortauñas y agitar el esmalte con el que lucir palmito en la piscina de tu cuñada. Si eres tío, los pasos son casi los mismos, así que no empecemos con que esta newsletter es solo para chicas.

Los pies son uno de los trastos más útiles de nuestro cuerpo y uno de los menos agraciados (de ahí lo de ser más feo que un pie). A la hora de la verdad, nos importa poco maltratarlos con zapatos fuleros, tacones de mala muerte o calzado que ni nos hemos probado. Los talones de los pies patrios dan más miedo a estas alturas del año que un libro de Mariana Enríquez. Pero, los podólogos de España, a esos a los que como al fisio o el psicólogo, la santísima trinidad de nuestros bodys, sólo se va pagando, nos esperan ya con las puertas de sus consultas de par en par para dejarnos preparados para pisar la arena.

Tradicionalmente, uno de los primeros contactos con el agua era para saltar las olas de la noche de San Juan, antes de apretarnos entre pecho y espalda unos fresquitos y cantar canciones de campamento alrededor de una hoguera, el tinder de los cuarentañeros (Pero hasta eso se ha suspendido). Eso, si no eras de Cuenca como yo, o castellanomanchego en su defecto, porque entonces tu primer contacto con la playa se producía justo por estas fechas, en la gran escapada por el Día de la comunidad hacia los chiringuitos de la Comunitat.

Pero, a mí este año el destape no me pilla con los deberes por hacer, que me he agenciado un kit de pedicura de esos en los que metes los pies debajo de una lámpara y aguantas del tirón un mes con el rojo cereza en los uñates. De juanetes, ojos de pollo o callos, ni hablamos, que me paso la vida en zapatillas de deporte de las buenas y calzo buena suela hasta para las de ir por casa. Además, me pongo calcetines con vaselina, como aquello que os conté para arreglarse las manos al principio de conocernos.

Así que el verano no me pilla con el pie cambiado. A estas alturas de mi vida, a los escaparates de tacones ni me asomo y los únicos Louboutines con los que sueño son las Birkenstock, las sandalias que antes llamábamos de guiri y que las revistas de moda convirtieron en trendy para desgracia de Rosa Belmonte y para beneficio de las machuchas como yo, que no queremos volver a subirnos a los andamios. Para una moda que juega a mi favor, yo estoy a tope hasta de llevarlas con calcetines. Esas y las Teva, que las tengo reventadas después de diez años y ni una ampolla. De las Crocs paso, que todo tiene un límite.

Y es que a mí ya con unos tacones no me encuentras. Cuando tenía 13 años y me emperré en que mi madre me comprara los primeros, esa misma tarde me despeñé por un terraplén de mi barrio en las fiestas de San Antonio, más o menos por ahora. Y no es que lo tenga grabado, es que me lo recuerdan los cromos que tengo por rodillas, que no veáis cómo me caían los chorretones de sangre pierna abajo. Y cómo quedaron las punteras de los zapatos. ¡Un cuadro! Desde entonces procuro usarlos poco. Y menos aún las sandalias, no vaya a ser que me pase como a la alcaldesa de Jérez y me haga famosa por sacar los meñiques del tiesto.

Pero, volviendo al asunto, los pies también son cosa seria. De hecho, son nuestra primera firma en el contrato con la vida, cuando nos los estampan con tinta en nuestra partida de nacimiento. O cuando nos hacen la prueba del talón. Son parte fundamental en muchas profesiones, como la danza, pieza clave en numerosos deportes, y nuestro medio de transporte más preciado para quienes tenemos la suerte de poder usarlos. Que me lo digan a mí, que soy más vaga que Cometo, que mi deporte favorito es la clinofilia, y una vez subí un volcán en Indonesia, de madrugada, andando. Cierto es que me vine un pelín arriba y empecé a más ritmo que Edurne Pasabán. Ni pies ni cabeza. Y claro, a los diez minutos me dio una pájara y me tuve que sentar en una piedra. En ese rato, un tipo de Bilbao que venía en la excursión bajó de la cima y volvió a subir porque se le habían olvidado las gafas de sol. Y yo allí falcada, sin aliento. Qué bochorno.

Los pies también nos pueden ayudar o delatar. Que se lo digan a la Cenicienta o a Diane Krugger en Malditos Bastardos cuando el cazajudíos la pilla por la horma de un zapato. O en conjunto a Tarantino, que siente verdadera devoción por esta parte de la anatomía que genera asco y fetichismo a partes iguales. Los pies son también parte de las ofrendas, esas en las que prometemos que si algo que hemos pedido se nos cumple lo devolveremos yendo a tomar por saco andando descalzos. Los pies nos pueden fastidiar una noche de fiesta, ahora que se reabren las discotecas, y hacernos volver antes de una boda. Andar descalzo por casa debería ser de pago y que nos den un pisotón, delito. De los pies se puede ser pronador o supinador, se puede tenerlos planos o de atleta, y son también protagonistas de uno de los gestos más cariñosos de las parejas, los piececitos, con permiso de la cucharita. Anda que no calientan unos buenos pies en invierno (stop a dormir con calcetines).

Pero yo, si puede ser, prefiero no tocar unos que no sean los míos, ni pisar descalza en un sitio que hayan tocado otros pies, ni calzarme los zapatos de otra persona. Qué queréis que os diga, yo les tengo manía a los pies y a su piestureo. Y a todas las demás etiquetas que los acompañan. Pero yo el cacharro de pedicura en el que me he gastado 80 euros este año lo amortizo. ¡Vaya si lo amortizo! Este verano voy a hacer polvo el instagram. Voy a seguir el manual de influencer al pie de la letra. E igual hasta me calzo una cuñas. Todo pose. Que esto de los pies es como casi todo en la vida. Un poquito de rojo y, sobre todo un buen filtro, y aquí paz y después gloria. Todo sea por la newsletter. #aquísufriendo #piestureo #nitanmal #señorllevamepronto

vuelvo.

Culturismo

O lo que mi amiga Inés y yo llamamos 'hacer la estrella de mar'. El deporte nacional más practicado entre los no olímpicos. Según el diccionario, es la inclinación exagerada a permanecer en el lecho durante muchas horas diarias sin que exista una enfermedad orgánica que lo justifique. Las personas que sufren clinomanía (o clinomania) tienen la necesidad patológica de estar tumbados en la cama, dado que reconocen no haber descansado lo suficiente. Se diferencia de la dysania en que permanecen en el lecho sin importar sus obligaciones ni consecuencias.

Pantallazos

Esta semana traigo un surtido Cuétara aunque no sea Navidad. A mí, como al periodista Juan Sanguino también me tenían engañada de pequeña y pensaba que sólo las vendían en diciembre.

Ciencia: El pie mide lo mismo que la distancia de la muñeca al codo. Es científico. Lo dijo Julia Roberts en Pretty Woman. A una edad, mejor no tratar de medirse.

Música: Esta tarde aterrizan en Valencia dos jefazas. Dos divas del panorama musical. Soleá Morente estará en San Miguel de los Reyes a las 22:00, en el ciclo a la Llum de la Lluna. Pero al que yo me iría de cabeza es al concierto de Rigoberta Bandini, a las 21:30 en La Marina. Solo por escuchar su «Perra» o su «Fiesta» en directo ya merece la pena la entrada.

Mantequilla: Sergio Mendoza, el capo del Almacén de Patraix quiere boicotearnos la operación trikini de este año. Por suerte, los fuets y embutidos de Casa Sola, una pequeña carnicería de Planes (Alicante) en la que él compra munición para vender en su negocio de estraperlo, han dicho adiós hasta otoño, pero queda la mantequilla ahumada de The Rooftop Smokehouse y el pastrami. Su local está en pleno barrio de Patraix. Si vas, procura no ir en ayunas o arrasarás la tienda. Ah, y si buscas algo para los pies, ha traído espardeñas.

Gat-cheking: Periodismo de gatos

Justificante para poder faltar al trabajo los días que me duela la tripa por la regla LP

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigas. Compartir es vivir. Y dicen que de guapas. Y si eres nuevo aquí y te perdiste las primeras cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí , aquí, también aquí y la última aquí.

Deberes para esta semana: Echa un vistazo a tus pies, que el 9 de junio es 40 de mayo. No digas que no te lo avisé: marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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