![La herencia de tía Ágata](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202201/11/media/cortadas/ford-U16050825651019-624x385@Las%20Provincias.jpg)
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Hola capturadores
El 14 de enero de 1995 me marcó. Tenía nueve años, estaba en quinto de primaria y un chico del colegio me había escrito mi primera nota amorosa, que había metido discretamente en el bolsillo derecho de mi trenca azul marino, antes de que yo lo descubriera mientras compraba pavo cocido con mi abuela en la charcutería de un supermercado que se llamaba La casa del café. Pero eso fue la tarde anterior a los hechos que aquí nos reúnen. Unas semanas antes, una conocida marca de juegos de mesa había lanzado en España una de sus novedades para las navidades de ese año. Por lo que se ve, muchos niños de aquella época lo incluimos en nuestra carta a unos reyes magos que, por aquel entonces, ya daban los últimos coletazos de magia en nuestras infancias tardías. Todos queríamos tener La herencia de tía Ágata. Aunque era de esos juguetes en los que el anuncio ya te avisaba que valía más de 5.000 pesetas (30 euros, jovenzuelos). Y yo, que siempre he sido un poco Jessica Fletcher y, ahora la de los misterios de Laura, también lo quería.
Así que ese año le dejé muy claro a mi madre en la carta que el juego era prioritario. Insustituible. Incluso mi única opción. O la herencia o la nada. Una buena noticia para quien recibe el recado, que sólo tiene que ir a tiro hecho, si no fuera por que ese año encontrar el dichoso tablero de la tal Ágata iba a ser más complicado de lo que un par de años después lo fue el Tamagochi o el Furby. Y más aún en una ciudad como Cuenca, con apenas un par de jugueterías y fuera de todo circuito de novedades. Así que mi madre, emisora del rey Melchor, en connivencia con una red nacional de ayudantes de los magos, puso en marcha el dispositivo y se fue a la juguetería Richard a encargar el juego. Pero, ni rastro. Tras un paseo por Parvulitos y la juguetería Pérez, la cosa se puso chunga. El testamento de esa herencia no podía estar más en nuestra contra. La tragedia comenzó a mascarse en esa casa, según supe algún tiempo después, por aquello de mantener la epicidad. Pero, sobre la campana, y gracias a una ginecóloga de la planta del hospital en la que trabajaba mi madre, que viajó a Madrid 48 horas antes del día de Reyes, se obró el milagro. El juego viajó a Cuenca desde un Corte Inglés de la capital, hasta el salón de mi casa, cuartel general de los regalos de todos lo primos Rubio. Esa mañana abrí mi herencia y me pasé parte de la tarde montando los escenarios del crimen. La chimenea, la librería con escalera o la lámpara de araña, por los que el el mayordomo, la doncella o....¡el gato! podían cometer sus crímenes. Sólo me faltaban otros cuantos jugadores (que no fueran mi madre o mis abuelos) para empezar la partida. Para eso, sólo había que esperar hasta el día siguiente, que caía en sábado, para acudir al Arco Íris (el antiguo Rento II), una suerte de club social al que acudíamos a diario en verano a la piscina y en invierno, los fines de semana, para construir cabañas, subirnos a los árboles, o jugar a juegos de mesa. Y ahí entraba en juego mi recién estrenada Herencia de tía Ágata. Me llevé la caja como si fuera mi mayor tesoro, sin dejar que el resto de niños manosearan demasiado todas las figuras nuevas que traía mi regalo estrella de Reyes. Recuerdo que a otra niña le había caído el Hotel, y que yo llevé también la joya del año anterior, el Shopping (un juego electrónico cuyo tablero era un centro comercial y el objetivo era comprar una lista de objetos al menor precio posible, atendiendo a las rebajas, y pagando con tarjeta de crédito). Y así pasó ese primer fin de semana de 1995 en el que estrené mi flamante regalo.
De vuelta a casa metí las dos cajas en el maletero del Ford Escort 1.6 Ghia azul que teníamos por aquella época y las dejé allí para no subirlas a casa. Total, no tenía a nadie con quien jugar entre semana, y las clases volvían a empezar el lunes. Así que sólo tenía que esperar hasta el sábado 14 de enero para volver a encontrar al asesino que se las prometía para heredar la fortuna de la tía Ágata. Sin embargo, cuando ese día volvimos al Arco Íris y fui a sacar mis juegos, las cajas se habían esfumado. Mi madre me consoló con la excusa de que seguro que mi abuelo Federico (con quien compartía el uso del coche) habría sacado los juegos y los habría dejado en la cochera porque era muy pesado con la limpieza del Ford. Los había sacado fijo para poder aspirar el maletero. No podía ser otra cosa. Así que ese sábado seguro que jugamos al Hotel, o al Quién es quién, y volvimos a casa después de cenar, como cada fin de semana. Pero no nos dio tiempo a subir a casa para comenzar la tragedia, porque mi abuelo siempre nos acompañaba a guardar el coche en un garaje que, sinceramente, aún hoy me da puto miedo. Y la conversación n debió ser muy diferente a esto.
-Yo: Abuelo, acuérdate de volver a ponerme los juegos nuevos en el maletero, que hoy no los he podido usar y quiero llevarlos mañana.
-Mi abuelo: ¿Qué juegos?
-Yo: Sí, abuelo, el nuevo que me trajeron los Reyes la semana pasada y el del centro comercial ese que tiene voces. Los dejé en el maletero la semana pasada al volver del pinar.
-Mi abuelo: ....
-Mi madre: Padre, ¿no le habrás tirado los juegos a la chica....?
-Mi abuelo: (en ese momento sudando). Estarán en casa.
-Mi madre: Venga, vamos a subir, que hace frío.
-Yo: ¿Pero dónde están los juegos en casa, si yo no los he visto?
-Mi abuelo: (Mátame camión, que la he liado) Yo no los he tocado.
Y, claro, al llegar a casa, la noche del 14 de enero de 1995 se destapó el pastel. Tras un rato de tira y afloja, mi abuelo confesó que vio las cajas en el maletero y pensó que como los Reyes me habían traído juegos nuevos, los habríamos bajado al maletero para dejarlos en el Arco Íris porque ya no los quería en casa o, que incluso, iba a deshacerme de ellos. Así que a la mínima, en el interrogatorio al que lo sometieron las tres mujeres de la casa, acá yo, mi madre y mi abuela, tuvo que cantar la gallina. Mi abuelo Federico le había regalado mi juego de La herencia de tía Ágata a... ¿estás sentado? Le había regalado mis juguetes nuevos a los hijos de un hijo de una prima de mi abuela en Cañaveras, el pueblo en el que habían vivido hasta que mi madre y mis tíos fueron mayores. Y no, no es un trabalenguas. Es que mi herencia se la quedaron los dos niños de unos parientes que para mí no eran familia ni cercana. Unos niños, de los que no sabía ni el nombre, recibieron mis Reyes una semana después. Mi abuelo Federico me había traicionado. Cuánto drama.
Aquella noche fue trágica en mi casa. Al conocer el desenlace me puse a llorar con el desconsuelo de mis nueve años. Mi abuela y mi madre le echaron a mi abuelo el broncón de su vida. Y el señor seguía erre que erre con que si las cosas estaban en el maletero, sería porque no me gustaban tanto, porque las cosas que me gustaban las tenía en unos armarios de la sala de estar en la que veíamos la tele. El disgusto fue memorable. Mi madre le dijo más que a un perro al señor que me llevaba al colegio todas las mañanas desde que entré con dos años. Y mi abuelo Federico acabó claudicando. Rendido y desarmado, trató incluso de enmendar su error. «El lunes voy y le compro los juegos nuevos a la chica. No hay que ponerse así». Aún se escuchan las carcajadas de mi madre, recordándole al Fede que la tía Ágata estaba más agotada que las entradas de la gira de despedida de Serrat. Yo me cogí tal rebote que le dije a mi abuelo que fuera al pueblo al día siguiente y recuperara mis juegos. Algo que, por supuesto, nunca pasó. Y a mí se me pasó el enfado a los días.
Nunca volví a tener La herencia de tía Ágata. Hasta hace unos días. 27 años después y un wallapop mediante, el gato, la doncella, el jardinero o la mejor amiga de Ágata vuelven a estar en mi casa gracias a mi amiga Isa y su sobrina Mar. La emoción es real y, quién sabe, si la caja que dejaron los Reyes en su casa para mí hace unos días es la misma que un día acabó en casa de unos parientes lejanos. Lo que sé es que mi amiga Isa me escucha, incluso cuando tiene uno de sus dos móviles en la mano, que es siempre. Y que en algún momento de todos estos años en que nos damos las buenas noches y los buenos días, ella tomó nota de que un día, en 1995, me enfurruñé con la vida. Y que por una herencia nunca merece la pena hacer pucheros, pero el rencor hacia esos parientes siempre estará justificado. Eso, y una lección de vida. Que la foto del obituario hay que tenerla siempre elegida y en manos de alguien de tu confianza, que en mi caso son las suyas. Gracias, hamiga. (Y sí, hamiga con hache. Porque de esas, sólo la tengo a ella).
Por cierto, la nota que me dejó el chico de mi clase en el abrigo decía lo siguiente: «Alá fue un Dios, Mahoma un profeta, y tú eres la tía más buena del planeta». Con semejante aforismo, por supuesto, nunca fuimos novios.
Culturismo
Mi versión de la palabra amiga. Todos podemos tener una o uno. No está en la RAE, ni existe en ningún diccionario. Pero bueno, cocreta sí lo está es y hace más daño a la vista que una hache donde no toca. Eso sí, sólo puede definir a uno de tus amigos. Elígelo bien.
Pantallazos
Esta semana estrenamos las recomendaciones con tres movidas que te van a cambiar el año.
-A tope de fuerza: No hace falta que sea enero para hacer algo con tu vida y con tu cuerpo. Pero si eres de los que necesita empezar a moverse, aquí te dejo una rutina en vídeo con cuatro ejercicios que te ayudarán a fortalecer los glúteos (el culo de toda la vida) para poder levantarte solo de la silla cuando seas viejete y, por qué no, para lucir vaqueros ahora si es lo que te motiva. Me los ha preparado Jordi, mi entrenador, del que ya te hablé aquí.
-Alquilar antes de comprar: ¿Nunca has querido comprarte un chisme, pero te da miedo gastarte el pastizal y que luego no te acople o lo uses poco? Pues, Yakk, una startup de las que han entrado esta semana en Lanzadera ha llegado para solucionarte ese dilema. Por ejemplo, quieres hacer una barbacoa al aire libre en la terraza y no tienes una ni intención de usarla más ni de comprar una. Pues la alquilas un mes, o todo el verano, o todo el año. Así, con móviles, tabletas, patinetes eléctricos o elípticas. Probar antes de comprar o descartar que lo necesites. Una gran idea.
-Disney para mayores: Aunque creas que ya pasó tu edad para ver pelis de dibujos, estás equivocado si piensas que eso es lo que encontrarás en la plataforma que Disney tiene para ver series y pelis en casa. En concreto, hay dos movidas que merecen una avalancha de suscripciones para todos los mayores de 30 años. La primera es la serie de misterio Solo asesinatos en el edificio. El crimen es no haberla visto ya y, además, las ilustraciones son de la valenciana Laura Pérez. Y sale Selena Gómez. Y la segunda movida es que desde hace dos días han colgado la serie completa de Las chicas de oro para que podamos volver a disfrutar de Sophia, Rose, Blanche y Dorothy. Spoiler. Ha envejecido tan bien como yo.
Gat-checking: periodismo de gatos
Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.
28. Lo de la Lotería
30. El año del tigre
Esta semana quiero que me contéis el berrinche más tonto que os hayáis cogido. Antes o ahora... Ese que ahora, con el tiempo, te da risa. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es
Prometo no contar nada. O sí.
Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.
Marta
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