![#74 Las malas influencias](https://s1.ppllstatics.com/noticias/202302/22/carta74.jpg)
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Hola capturadores
Cuando yo era pequeña, el nivel de popularidad se calculaba mediante una complicada fórmula matemática que medía el número de invitaciones que dabas por tu cumpleaños y las que recibías para las fiestas de los demás. Por eso, por el número de chicos que te pedían salir cuando para salir apenas hacía falta nada más de darse la mano, y por si habías dejado atrás las zapatillas Jhayber y te habías subido al carro de las primeras Nike y Adidas. Ahora, a eso se le llama ser influencer y en España dicen que hay ya más de 1,5 millones de personas que tratan cada día de inlfuir en los demás. Para conseguir ese título, el nuevo ser notario de los niños de la ESO, sólo hace falta tener más de mil seguidores en una red social, pero para vivir de ello la cifra tiene que ser un pelín más alta. Si hablamos de los creadores de contenido profesionales, que es como ellos prefieren llamarse, el número de seguidores está por encima de los 100.000 y apenas 10.000 personas lo han conseguido en España. En unos años, las niñas se llamaran Dulceidas y no Shakiras, porque como en todo, las modas mandan.
Pero, ser influencer es cada día más difícil y más absurdo. Por cada persona que genera contenidos de calidad, que comunica con gracia, hay un carro de personajes que quieren vivir del cuento. Teletiendas con patas, sin más criterio que el de colocarte su código de descuento para que te salgan más baratas las ampollas para que te crezca el pelo. O gente cutre que reviste de dudas o necesidades lo que en el argot de las redes se ha calificado ya como hace un 'mendigram' (mendigar en Instagram). Que no es otra cosa que enseñar algo que se te ha gastado o pedir consejo para comprar algo que necesites, con el único objetivo de que una marca te lo regale. Al calor de este tipo de gente, han surgido, por suerte, otras cuentas que se dedican a destapar estas prácticas y a ironizar con los contenidos patrocinados sin aparentemente patrocinar. Entre mis favoritas, @hazmeunafotoasi o @nosinmiburkin verdaderas descubridoras de timos digitales.
Uno de los últimos, el de desinfluir (sic). Una palabra que aún no existe pero que al ritmo qe va en redes, igual entra en la próxima actualización de la RAE como práctica de los creadores de contenidos. Pero vamos, no es ni más ni menos que recomendar no comprar cosas. Al revés de lo que llevan haciendo años. Millones de visualizaciones en vídeos de influencers pidiendo a la gente que no compre algunos productos que hace meses recomendaban comprar porque según dicen, no dan el resultado esperado o, directamente, no merecen la pena. Y lo hacen por varias vías. En TikTok hay una nueva plaga de 'desrecomendaciones' revestidas de varios formatos. Uno, el de 'Las 10 cosas que me arrepiento de haber comprado', otro, 'Las 10 cosas que no volvería a comprar' y mi favorito, el de ofrecer 'dupes' o clones más baratos de algunos productos de lujo. Pero vamos, desinfluir es una nueva manera de influir. Detrás, alguna rabieta con marcas que hasta ahora pagaban, o nuevas estrategias para ganar visibilidad en un momento en que lograr likes es tan difícil como encontrar piso de alquiler barato.
Y más complicado que se va a poner, porque esta semana hemos conocido los planes de las multinacionales detrás de las redes sociales para comenzar a cobrar por algunos de sus servicios. Suscripciones de entre 12 y 15 euros al mes por conseguir una chapa azul de verificación en Instagram, Facebook o Twitter con la que no sólo poder tene determinados privilegios, sino una mejor posición en los muros y timelines. Es decir, tanto tienes, tanto vales. Si no pagas, los algoritmos enseñarán menos tus publicaciones, tendrás menos visualizaciones, menos me gusta, menos interacciones y, por lo tanto, menos ingresos por campañas porque pasarás a ser casi invisible. Un fantasma digital. Eso, si no pagas. Pero a las marcas les seguirá interesando que pagues esa módica cantidad, porque ya hay estudios que evidencian que lo que un influencer anuncia, se vende. Un 54% de personas compraron algo inmediantamente después de verlo en Instagram. Un 55% después de verlo en TikTok y un 40% después de haberlo conocido por Twitter.
Como no influencer que soy, ya te adelanto que no sólo no voy a pagar. Es que desde hace bastante tiempo he revisado mi relación con las redes sociales porque me quitan tiempo, me generan necesidades absurdas y, en ocasiones, me dan vergüenza ajena. De momento, he dejado de hacer stories en Instagram a diario, me dejo el móvil en casa los fines de semana, y en vacaciones estoy un mes entero sin usarlas porque me desinstalo las aplicaciones. La cosa es complicada, porque las necesito por trabajo, para buscar temas y enterarme de lo que se cuece en el nuevo mundo. Pero a nivel personal, cada vez me interesan menos, salvo contadas excepciones de comunicadores que llevan sus cuentas con maestría y de los que aprendo cada día. Pero, como no soy capaz de dejármelo sola, me he apuntado incluso a la newsletter temporal de Cero notificaciones que ha hecho El País para ver si me da los trucos definitivos para borrarme de la vida digital a nivel personal. Esta semana proponía dejar de usar las aplicaciones de las redes y usarlas en su web, quitarnos las notificaciones o evitar el algoritmo viendo la opción que solo nos muestra a quienes seguimos.
Mi objetivo es ahorrarme algunas influencias tóxicas, cutres o directamente cutres. Esta semana, por ejemplo, había varias concursantes de realities de Mediaset llorando por las esquinas por no poder volar a un viaje de una agencia de comunicación porque no tienen la pauta completa de vacunas del covid. Y en lugar de callarse la boca por ser unas irresponsables, han empezado a hacer apología del 'antivacunismo' por una cuestión de libertad. Las hay que recomiendan ponerte pomada antihemorroides en las ojeras, que beben tés a precios de oro o fomentan retos que pueden acabar mal. Son lo que yo llamo las malas influencias. En mi cole, cuando yo era pequeña, eran las que fumaban a los doce años en la esquina escondida dle patio del colegio. Ahora, te venden vidas idílicas construidas sobre cimientos de mierda. No les hagáis caso. Ni cuando lloran a cámara o hablan de salud mental porque es tendencia. En cuanto te despistes, te tratarán de vender algo. O de evitar que lo compres.
Tres cosas
Pasta para llevar Ya os hablé de él hace unas cuantas cartas, pero ahora lo vuelvo a traer porque tiene novedades. Y es que Piero Ronconi, ha abierto un local en pleno centro de Valencia para que te puedas comprar tu ración de pasta, ya preparada, para llevar a cualquier lado. Hasta ahora, prestaba este servicio de venta de pasta fresca a través de plataformas de envío, para acabarla en casa, pero ahora cualquiera podrá pasar por el local de comida para llevar y hacerse con una pasta hecha por él, con una deliciosa salsa, ya lista para consumir. La nueva localización está en la calle General Tovar, casi esquina con calle La Paz. El Parterre está enfrente, y el río a dos pasos para montarte un picnic. Están buenísimas.
Chollos de viajes. Se lo escuché el otro día a mi amigo Santi Botella en Ser viajeros y me lo apunté para contarlo aquí, porque el descubrimiento es tan guay que merece ser compartido. Santi habló de Exprime Viajes, una web que presenta ofertas de vuelos o de viajes completos gracias a los fallos técnicos de precios que a veces hay en las webs. A eso y a ofertas para días sueltos que nos puden dejar una escapada a precio de chollo.
Taza. Como buena fan de Snoopy que soy, no quiero que te pierdas las tazas que está dando Nestle con sus tabletas rojas. Yo las he visto en Consum. Tres tabletas y la taza salen por 3,99 euros.
Círculo de capturadores
Esta semana vuelve la musa de los libreros, nuestra Carmen Velasco, para recomendarnos uno que tiene mucho que ver con esta carta.
«Me gustan las novelas de Delphine de Vigan. Me atrapó 'Nadie se opone a la noche' y disfruté la exquisita 'Las gratitudes'. Lo último de la escritora francesa es 'Los reyes de la casa' (Anagrama), un 'thriller' sobre infancias robadas en las redes sociales. ¿De qué va? De la desaparición de una niña 'influencer'. Se encarga del caso Clara Roussel, una policía solitaria a quien le cuesta entender cómo Mélanie, la madre de la menor desaparecida, se gana la vida exponiendo a sus hijos en Instagram y YouTube. Este es el argumento a partir del cual De Vigan cuestiona de forma lúcida no sólo la obsesión por la vida virtual sino todos los dilemas éticos y legales alrededor de la presencia de los menores en redes sociales y del laberinto de internet. El tema es profundo y poliédrico; la novela, entretenida y con grandes dosis de intriga.«
Gat-checking: periodismo de gatos
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Marta
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