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Hola capturadores
Ayer abrí la nevera e hice recuento de lo que había dentro para poder escribir esta carta. Un striptease en toda regla de una de las partes más íntimas de la vida de una persona. Porque lo que guarda dice tanto de nosotros que pasma. La mía, por ejemplo, refleja una semana de desenfreno laboral fallero en la que no sólo he agotado todos los tuppers de subsistencia que preparo cada domingo. Es que habla en voz alta de mi falta de tiempo (y la de mi marido, que trabajamos juntos) para haber podido hacer una pequeña compra para pasar los últimos días y evitar acudir a la comida basura para sobrevivir. Eso, y que con tanto festivo, los supermercados han estado cerrados algunos días.
En mi nevera había ayer tres huevos, un paquete de pan bimbo (sí, lo guardo en la nevera), dos yogures de fresa y uno natural, un actimel, dos coca colas zero, dos tónicas, una cerveza, medio bote de guindillas, uno de limones encurtidos, un paquete de jamón serrano, otro de jamón cocido, dos lonchas de queso de sandwich, una base para hacer pizzas, un trozo de jengibre, cuatro tomates cherry, cuatro zanahorias, un cartón de leche a punto de acabarse, una botella de agua, dos kombuchas, una botella de agua con gas, una de vino y una de champán. En la puerta, una botella de soja, una mantequilla, un bote a medias de mermelada de melocotón, un paquete de levadura caducada, un tabasco, un ketchup, una mostaza y un tubo de wasabi. Ni fruta ni verdura ni carne ni pescado. Todo lo fresco nos lo habíamos comido. Quedaba lo que llamamos fondo de nevera. Algo que para mucha gente ya es tener el frigo lleno. Pero en mi casa eso es tenerlo tiritando.
La nevera es puro psicoanálisis. Mide la personalidad con mucha precisión. Es le tablón de anuncios de nuestra casa, donde colgamos las cosas que no queremos olvidar. Delata nuestro estado de ánimo, nuestra manera de comer e incluso la de vivir. La mía, por ejemplo, habla de una persona organizada y organizadora. Que necesita tener la planificación de lo que come bajo control. Que le da mucha importancia a lo que se lleva a la boca. Que no come ultraprocesados, que tiene fijación por los quesos y los lácteos y que necesita tener al menos un paquete de jamón cocido y serrano para improvisar un sandwich o poder desayunar en condiciones. Una persona que piensa los platos que va a comer durante toda la semana y compra lo necesario para cocinarlos, no acumula ingredientes para por si acasos. Una persona que desde hace años no tira nada de comida gracias a esa planificación y que ha invertido en unos buenos tuppers para poder tener todo listo para llegar del trabajo y calentar comida casera.
En otros casos, la nevera nos muestra vidas de personas que detestan cocinar, en las que el frigo aún hule a nuevo porque nunca ha almacenado nada que no esté cerrado. Ahí normalmente hay algún yogur, algunas cervezas y puede que un trozo de queso. En el mejor de los casos una lata de anchoas, un quesito babybel o una ensalada florette y un bote de mermelada. Las hay también de familias con niños, con packs de 20 yogures de sabores, rellenos para bocadillos con todo tipo de fiambre y cosas envasadas que se transportan fácilmente. Un par de pizzas de Casa Tarradellas (como en el anuncio) y cartones empezados de tomate frito, porque los niños pasan una edad en que le ponen tomate hasta a los yogures de macedonia.
Luego está la nevera de casas como la de mi tía Celia, que lo fue a su vez de su madre, mi abuela Ascensión, con una acumulación de alimentos que podría alertarnos de que viene otra pandemia. Docenas de huevos, latillas, carne de todo animal, una balda entera para el fiambre, varios tipos de leche, yogures, verduras, naranjas, manzanas y plátanos para alimentar a un equipo de futbol y algunas medicinas en la puerta. Si a mi tía se le presentaran ahora en casa 13 personas sin avisar, podría darles de comer sin ponerse nerviosa. Podría hacer una tortilla de 24 huevos, calentar lomo y costillas de la orza que prepara cada año y sacar dos barras de pan del congelador. Con un par de horas de anticipo, hacer un flan y un litro de natillas. Si tú te presentaras ahora en mi casa, yo te podría hacer un café y darte las gracias por la visita. O, como mucho, hacerte una tortilla francesa, que te recuerdo que me quedan tres huevos. Pero, como presupongo que no vienes a mi casa a ponerme en un aprieto, no me apuro. Si quieres cenar, vamos a por unas pizzas a un local que hay cerca de mi casa o nos tomamos unas bravas y un chivito en la barra de otro que también me pilla cerca y donde me dan de comer sin reserva.
Yo ya no lleno mi nevera de por si acasos, porque he aprendido a medirme. Aunque parezca increíble, es algo que he trabajado en terapia, con mi psicóloga Sara. Porque nuestro frigorífico puede esconder una obsesión por el control que nos pone delante de anticipaciones bastante tóxicas. Lo entiendes el día que te quedas sin leche o sin tupper y quieres llorar. Ahora, si eso me pasa, me bajo a tomar el café al bar. Y después repongo la leche (poco a poco). Y tú, ¿qué tienes en tu nevera? Venga, cuéntamelo, que me apetece conocerte más.
Bastante movida he tenido estos días en los que la vida me ha dado para ducharme y comer un tupper, como para poder encontrar algo que traeros. Con escribir la carta me doy por satisfecha. Pero aún así, algo os dejo de regalo. Esta carta se va de vacaciones dos semanas. Aquí celebramos todo: la Semana Santa y lo que surja. No volveré a contarte nada hasta el viernes 12 de abril, que necesito unos días de descanso. Estos días estaré haciendo ajoarriero y torrijas y después comiendo la mona. Si quieres la receta familiar de este manjar semanasantero llamado ajoarriero, te la dejo aquí, dibujada por servidora. Nos vemos dentro de dos viernes. Pasad buenas vacaciones.
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Marta
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